Nota del blog: Los lunes de este mes de noviembre Félix Luis Viera estará publicando cuatro nuevos fragmentos de "La sangre del tequila", novela
en proceso de creación. En el mes de agosto Viera presentó, en este
mismo espacio, cuatro fragmentos correspondientes al plano Verónica.
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Solo tres veces en la vida Lucía Luévano, la nieta, la mujer policía, intentaría el amor, o el sexo, o ambas cosas a la vez (nadie sabe); las tres, sería un perfume — el Perfume—lo que la llevaría abrirse en primera instancia de pecho, y de piernas en segunda.
Pero debemos suponer, en este caso, que el Primer Perfume no se olvida: el de El Sombras, que, debemos suponer también, debió ser una colonia barata. Fue el olor que trajo El Sombras una de aquellas tardes en que ayudó al Abuelo a carretillar con la venta, lo que hizo que Lucía Luévano, la Niña, se abriera de pecho; entonces vio ella en El Sombras —que tenía 34 años de edad, 18 más que ella, que tenía 16—, al hombre perfumado, al Hombre.
Tampoco debemos reprocharle al Abuelo que no supiese que cuando la sangre Jala, hay que darle cuerda, no jalar en contra; si bien el jalón lo haya sentido, lo esté padeciendo —víctima es— alguien, la Niña, tan ofensiva como podría ser un colibrí, herido. Injustos seríamos si le reprocháramos al Abuelo desconocer que nadie es —ni aquella Niña, Lucía Luévano— con las personas que ama, como en realidad es; que ignorara que a quienes se ama se les oculta el lado del cobre, el frágil, el propenso al derrumbe. Y eso hizo Lucía Luévano.
Fue la Madre quien, con la cabeza gacha, le dijo al Abuelo que la Niña estaba embarazada, de El Sombras. Y más, que padecía esa extrañeza: esa comezón, ese olor en su bizcochito, seguramente contagiado a la Niña desde los fondos de El Sombras, le había asegurado el médico. Y más: El Sombras había desaparecido, no lo hallaban ni en las cuevas.
Unos meses después arribó a la colonia Gran Norte, desde el hospital materno, Rafita, el hijo de Lucía Luévano que unos años más tarde la Madre se llevaría al Parque en la noche, para que yo pudiera estar a solas con la Hija.
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En mi última conversación con mi amiga farmacéutica Mercedes Giménez allí, en una de las bancas de aquel parque habanero cercano a la Manzana de Gómez, ella, quien ya he dicho antes, me demostrara que una mujer —sobre todo una mujer ya de alta edad, y sensata, sin duda—podría ser la gran amiga de un varón; ella, digo, con el pudor que la caracterizaba y que seguramente en esos momentos estaría pugnando contra su intención didáctica, contra su afán de hacer el bien mediante la materia que quizás dominaba mejor que la farmacología: la mujer como receptora de la acción sexual, trató conmigo en extenso los pormenores, en este caso, de la mujer como receptora del sexo oral.
A partir de aquella suerte de conferencia que Mercedes me impartiera esa tarde que, como decía, tristemente fue la última en que nos vimos, pude comprender perfectamente, o casi perfectamente, lo que podría sentir una mujer al recibir el sexo oral. Deduje que las mujeres, según lo dicho por mi amiga, en el momento clímax de esta recepción sentían algo así como un fibrilar que, cual espiral invertida, horadaba hasta llegarles aun a la boca mientras percibían un espasmo en los pezones —más aún las de pezones sensibles—y precisamente allí, en la boca, soportaban una especie de puño de agua que de inmediato se desintegraba—era un aviso—para dar paso al orgasmo clitoral.
Con su hablar suave, siempre reflexivo —nunca la vi apasionarse en ningún momento de nuestras conversaciones, ni siquiera cuando, en mi opinión, lo dicho exigiera indiscutiblemente el énfasis—, no diría yo que me informó a la micra, sino que me demostró por medio, sobre todo, de su gran capacidad para ejemplificar gracias a una metafórica sencilla y rotunda, la adicción de la que podría ser víctima una mujer cuando el sexo oral le era suministrado con la adecuada maestría, la cual debía incluir todas las fases de cocción lenta y rápida, así como la debida personalización y temporización de cada territorio —labios de la vulva, interior de esta y clítoris—sin olvidar que la utilización de la lengua, tanto del extremo, el frente y el dorso de ella, solo es válida con la justeza que cada fase exige; con la justeza que cada fase exige, y no otra, enfatizaría yo a partir de lo explicado minuciosamente por la amiga farmacéutica. Un detalle en el que ella hizo hincapié en esta charla fue la succión; la succión resultaba, según sus palabras, un recurso que era preciso utilizar con total precisión y justa tasa. La succión del clítoris, de los labios exteriores e interiores, del túnel vaginal todo, sería, tal vez, el equivalente al estoque en el toreo: constituía una inconsecuencia utilizarla antes o después de entrar a matar. Con la diferencia de que en el toreo se entra a matar solamente una vez, y en el sexo oral de hombre para mujer, varias.
No pocos consejos y prospectivas me había dado la farmacéutica en los suficientes años de amistad que tuvimos, desde que nos conocimos e intimamos ipso facto aquel mediodía en que fui a su farmacia a comprar unos condones, pero, precisamente al llegar mi turno en la cola, se terminaron. “Se te ve en la transparencia de tu mirada, hijo, que andas en busca de los condones por amor, no por desfachatez”. Me dijo luego de indicarme con un gesto que la esperara en una esquina del mostrador, para venderme luego, en clandestino, el paquete de condones cuando ya la farmacia estuvo libre de la chusma colera y compradora. Desde entonces fuimos amigos y casi de inmediato pasamos al tema que, lo comprobé enseguida, la obsesionaba como a mí: el sexo, o más bien dicho La Mujer y el Sexo. (Pues resulta que eso que suelen llamar las almas gemelas, a veces, en esta vida, solo a veces, se encuentran.)
Todas las recomendaciones y avisos que me hizo llegar Mercedes durante nuestra perdurable amistad, funcionaron en excelencia. Lo cual me hizo salir indemne en infinidad de situaciones escabrosas con sus cimas y simas en cuanto a mujeres se refiere, algo tan propio de un hombre como yo: errátil, veleidoso, inconsistente en fin en este asunto. Con ella —ya ven, más que con un amigo, un amigo hombre digo— me tecnifiqué en el sexo; antes me regía sobre todo por los instintos.
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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo
es considerado un clásico de la literatura de
su país. Sus creaciones han sido traducidas a
diversos idiomas y forman parte de antologías
publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal
recibió varias distinciones por su labor en favor
de la cultura. Fue director de la revista Signos,
de proyección internacional y dedicada a las
tradiciones de la cultura. En México, donde reside
desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos
con artículos de crítica literaria, de contenido
cultural en general y de opinión social y política.
Asimismo, ha impartido talleres literarios y
conferencias, y se ha desempeñado como asesor de
variadas publicaciones.
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