Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño (by Eva M. Vergara)
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Ella estaba allí, a varios pasos, yo aún no la conocía. Ella presentaría un poemario junto a un escritor cubano que vivía en un país nórdico, no recuerdo cual, porque mi memoria es selectiva. O para darle un toque de misterio a esa primera vez, diremos que la divinidad, quien mueve piezas en este tablero de ajedrez, que es la vida, sólo me acuñó el nombre de Ella en la memoria: Ena Columbié.
Pensé que era francesa, y que Germán Guerra, en una gira europea, tuvo suerte de encontrar dos buenos poetas para su esmerada colección editorial, entonces la escuché: Hablaba intensamente, hacía degustar con agrado una cadencia, un ritmo en el lenguaje que seducía. Era una guantanamera legítima, pensé que no por gusto Pete Seeger inmortalizó una melodía que le daba a esa región una trascendencia universal. Ella transmitía una fuerza vital mientras evocaba el origen de sus versos, armonizaba sus historias con el don de la elocuencia, tenía ese toque impreciso de ciertas personalidades magnéticas que llamamos ángel.
Como el cuentero de Onelio Jorge Cardoso, era de “pico fino para contar cosas y... la boca fácil y la cabeza llena de ríos, de montañas y de hombres”. Allí estaba una incipiente narradora, visible en el preludio de sus versos.
Con el tiempo pude conocerla más, una creadora inquieta que no se limitaba a la escritura. Sus fotografías de desamparados inclinan el ánimo hacia la compasión, no siempre el arte puede conjugarse con ciertos rasgos de virtud y Ena lo consigue. Como en una antítesis literaria, hace emanar belleza del espanto, riqueza de imágenes con la pobreza más extrema.
Con el tiempo pude conocerla más, una creadora inquieta que no se limitaba a la escritura. Sus fotografías de desamparados inclinan el ánimo hacia la compasión, no siempre el arte puede conjugarse con ciertos rasgos de virtud y Ena lo consigue. Como en una antítesis literaria, hace emanar belleza del espanto, riqueza de imágenes con la pobreza más extrema.
Años después conocí a otra Ena, la crítica literaria honesta, que aún cuando no siempre haya coincidido con sus juicios, admiro la validez de sus argumentos difíciles de replicar. Su blog El Exegeta, es un aporte a la sensatez y el buen gusto en la ciudad.
He conocido a la Ena solidaria en ese gesto siempre grato, para los adoradores de la diversión etílica, de asumir el pago de tragos ajenos. Así lo hizo con mi vaso de Chivas Regal, mientras esperábamos una demorada presentación.
Para los que piensan que es una banalidad sin aportes para la creación, diré que la necesidad de entrega a los otros, puede transmutarse en una auténtica entrega de sí mismo, en un desnudo retrato interior y este es su caso. Por eso tal vez, el entusiasmo de Ernesto G. al leer sus cuentos, tiempo después vería el mismo entusiasmo en Luis de La Paz, al mencionarlos. Nunca le dije a Ena que ya me habían hablado de ellos, hasta que tuvo la voluntad de hacérmelos llegar. Los disfruté una noche y el resto es historia. Para mí, que soy un fiel creyente del determinismo, se cerró el círculo que me llevó por primera vez a escuchar sus versos, sus palabras. Esta vez su voz, sus historias, son un libro suyo que presento a su lado, como el génesis en la creación, desde el comienzo fue la Luz, más que una, Luces. Pero de Luces, les hablará alguien que comparte con Ena el amor por la imagen y las palabras. El escritor Ernesto G.
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ver en el blog Las luces de Ena (por Ernesto G.)
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ver en el blog Las luces de Ena (por Ernesto G.)
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