Es un privilegio presentar en el blog Gaspar, El Lugareño, una mirada a la obra poética de Gisela Baranda, quien recientemente se ha establecido en la ciudad de Miami.
Le agradezco a Gisela que publique, en nuestra bitácora, por primera vez sus poemas: Vitam vixit, Elegía irregular y breve para Antonio y Poema para un hombre y la luz. Además, que comparta con los lectores Angeles, Demonios, Hombres: Estaciones, texto que vio la luz en las exquisitas páginas provenientes de Ediciones Vigía de la ciudad de Matanzas.
Invito a visitar su excelente website Desde mis 35 metros cuadrados, y de seguro pronto podremos disfrutar de su presencia en las tertulias y publicaciones literarias de la ciudad. (Gaspar, El Lugareño)
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Vitam vixitEstoy sola
miro a los lados y está vacío el lugar que debería ocupar el miedo,
no están la pasión, la tenacidad, la zozobra,
solo vacío, cada sitio sin mí
y sin ellos, los que construí.
Amasé polvo entre los dedos,
lo mezclé con mis lágrimas, con sudor y saliva,
hice figuras terribles, dulces, tentadoras, frías,
las tomé y acuné, les insuflé vida, las nombré.
Senté a mi mesa redonda, en sentido contrario a las manecillas del reloj,
cada figura mía.
Alcé mi índice y les di voz, les enseñé a amar la dictadura de ese dedo,
cambié las preferencias, los disfraces, los tonos,
cambié las reglas
y cada distancia hasta mí se hizo distinta.
Compañía de mi alma,
decadentes, salientes figuras de mis manos,
dónde está el peligro, dónde el amor
dónde está el riesgo?
Les mostré el camino y el regreso,
qué paloma no volvería?
Abrí las manos
y las observé irse y volver, irse y volver
durante mucho tiempo,
hasta que no volvieron, vástagos de mi pensamiento.
No están en ningún sitio, ojos, manos, inundados y vacías
desertoras, procaces, amadas, sombras de mi creación.
Soy sola ante la mesa, sátrapa grotesca,
no hay títeres hilvanados a mis dedos que bajan y suben,
no hay coro,
ni hay concierto.
Hermosas almas que me acompañaban,
díscolas palomas, barro sucio malformado,
vuelvan!
Estoy sola y cuento el silencio,
masco la desesperanza que no conocí antes,
que no adiviné a mi espalda, amordazada y retorcida
desterrada que no amé, ni acuné, que no hice digna de mi mesa,
ahora única asistente a esta avenencia.
Piedad, piedad, para esta augur desatinada,
falsa nigromante,
creadora falaz miserable criatura devastada.
El camino a mi derecha está desierto,
el de frente a mí y el de la izquierda lo están también,
alzo el vuelo y no hay nada, me sumerjo en el infierno, está vacío
De cada dedo salen hilos sin final, sin destino y sin vuelta
especie de araña sin memoria, no tejo, no sé qué hacer con ellos.
Es tarde para moldear de nuevo pequeños hombrecitos,
dulces compañías, terribles presencias en el tablero,
arremolinados en la punta del dedoque busca una respuesta,
ausentes queridos del orden inverso de la mesa.
Tengo sitio de sobra en esta mesa,
pero ya no quiero estar aquí, ya no es mi mesa
y no tengo nada que empacar, nada que doblar minuciosamente
ni lugar a donde ir, ni brazos que me reciban.
Es tarde para casi todo, estoy sola.
No supe fabricar, erré en el polvo,
dónde están los restos de la esperanza, dónde la recompensa,
dónde el sueño?
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Elegía irregular y breve para Antonio
Y este es el final,
Una docena de coches taciturnos que siguen a tu cuerpo como hormigas enlutadas.
Absurdo, irremediable viaje, sombrío,
el rostro tras los cristales sin advertir la belleza del paisaje,
añorando el último atisbo de esperanza, perdida kilómetros atrás.
Desfilan, verdes tras verdes junto al pergamino de tu frente,
indiferentes a tus ojos cerrados con la última humedad aún debajo de los párpados inmóviles,
al amarillo de tus manos, cerradas ya a todo, del todo.
Querido, dónde coloco tu sonrisa, delante o detrás de tu rostro transfigurado?
Nos visitan los viejos conocidos, y cada vez nuevos, comedores de almas, de anhelos
acorralan a las pobres presentes, vacilantes, perdidas, almas nuestras.
Nómbralos y disípalos.
Agita las manos y disuélvelos.
Levántate y bebamos juntos.
Lázaro imprevisto, dinos que fue un sueño, largo y triste.
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Poema para un hombre y la luz
I
Subo las escaleras en pos de una luz verde,
incierta es la sombra tras de mí
y la claridad ante mis ojos.
Quizás floto y no camino,
quiero cambiar mis pies
por otra cualidad menos tangible,
quiero trocar mi voz por esta sombra,
hacerla firme, casi negra,
que no me mienta, que sea segura.
He puesto todo sobre la mesa
y al fondo, en lo alto
una luz titila, leve y verde.
Si abro los labios
entra la luz y todo salta dentro de mí,
sobre la mesa, casi irreal.
II
Amo mis manos
y la sensación que ellas me causan;
amo cada cosa que tocan,
el silencio que procuran,
los cabellos que peinan,
la piel que se estremece bajo ellas.
Amo cada mancha,
los rastros severos de sus uñas,
los dedos largos,
el paso del tiempo que leo en las palmas.
Son dos mis manos, dos a las que amo,
y que cedería a cambio
de sentir el silencio tras de mí.
III
Sólo en sueños me ama este hombre,
el que se desliza entre cuerdas
y desaparece rapidísimo ante mí.
Puedo estar quieta,
sentarme a la luz o fuera de ella,
mirarme a los ojos,
creer o no.
Sale el hilo de mis manos
con la sorpresa de ser seguro y fuerte
y se extiende lejos,
en un milagro de curvas y equilibrio;
lo cruzan miles de cuerdas más
que tejen una suerte de entramado
especie de calles o caminos,
de ciudad para este hombre.
Llega hasta mí
murmura cualquier cosa,
sacude muy despacio la cabeza,
no oigo nada, sólo veo sus ojos
y las muñecas anchas sosteniendo su cuerpo.
Sé que está ahí
que se desliza en el sueño, ligero y seguro,
un hombre sobre cuerdas
que hacen caminos largos
que llegan a mis manos,
un hombre que me ama,
silencioso y tierno,
que extiende sus dedos para alcanzarme
cuando se aleja.
Sabrá Dios que existe y que le amo?
IV
Le invento a este hombre una historia
para ser contada cuando no se resista,
cuando baje los ojos o espere el milagro;
le invento una historia sorprendente,
llena de sortilegios y conjuros.
Le invento una vida o la pasión,
quiero contarle cuando me descubra
que he mirado su cuerpo y encontré lágrimas,
que en su pelo abrigaba madreselvas
y en las sienes le blanqueaban malabares.
Quiero decirle cuando sus brazos se abran
que estuve esperando silenciosa
esa suerte de vuelos que anhelaba,
que en las tardes, tras el humo
inventaba historias que contarle,
que me divertía dibujar la espera
y que en las noches, con los párpados cerrados
entretejía palabras para adornar
la calma de un abrazo,
Le invento cuentos largos y pacientes,
para cuando no se resista,
para cuando descubra que las palabras
pueden ser un puente,
para cuando sepa que espero callada
a que crea en los milagros.
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Ángeles, Demonios, Hombres: Estaciones
En cada estación hay un ángel
o el antiguo demonio del hombre.
Cabe discutir la hazaña
pero vence él, que es tan frágil,
tan impredecible como el tiempo
en cada estación del hombre mismo.
Quiéralo o no se contradice y ama
en medio del horror.
Entonces de sus manos
sale tanta tibieza,
tanta certidumbre,
y se escapa el demonio
quién sabe a dónde,
a huir de la tierna y ridícula criatura.
En cada estación hay un hombre
o el diminuto corazón que lo domina,
teme al ángel tanto como al demonio
o a sí mismo,
y canta suave, todos saben que silba.
En cada estación hay un hombre que silba,
mece entre sus manos al ángel, al demonio
o al diminuto corazón que lo domina.
No sabe cómo sufre,
no sabe qué estrecha entre sus manos,
sólo canta y los abraza,
y cuando sangra silba,
canta suave.
En cada estación hay un demonio
que protege taciturno al hombre
del diminuto corazón, del ángel
o de sí mismo.
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