La plenitud es las ganas de poseerlo todo, y el límite la pared que se te pone adelante. La plenitud es la utopía como percepción, es decir: hay que ir más allá. Un ciudadano necesariamente tiene que vivir con utopías para el bien común. La utopía como "camino hacia", o como dirían los escolásticos la utopía como "causa final", lo que te atrae; aquello a lo cual tenés que llegar, al bien común.
La utopía no es la fuga. A veces usamos así la palabra: este es un utópico, en el sentido de fuga, en forma peyorativa. Aquí en sentido positivo, como causa final, como telos typo. La plenitud es esa atracción que Dios pone en el corazón de cada uno para que vayamos hacia aquello que nos hace más libres; y el límite, que va junto con la plenitud que nos atrae, en cambio nos tira para atrás: es la coyuntura o la crisis como quehacer, diría como quehacer cotidiano. Esto hay que resolverlo. La plenitud y el límite están en tensión. No hay que negar ninguna de las dos. Que una no absorba a la otra. Vivir esa tensión continua entre la plenitud y el límite ayuda al camino de los ciudadanos. También, el límite tiene su caricatura en la negación de la coyuntura como tal o en el coyunturalismo como horizonte socio-político, cuando se vive de la coyuntura y no se mira más allá.
Si lo traducimos un poquito vemos que aquí van el tiempo y el momento juntos. El tiempo hacia la plenitud como expresión del horizonte y el momento como expresión del límite. El ciudadano tiene que vivir en tensión entre la coyuntura del momento leída a la luz del tiempo, del horizonte. No puede quedar aprisionado en ninguno de los dos. El ciudadano es custodio de esta tensión bipolar. Esto es clave, porque uno puede crecer si procesa esa tensión dialógica.
1.1. Primer principio: el tiempo es superior al espacio
De ahí salen dos principios, de los cuatro que enuncié al comienzo. Primero: el tiempo es superior al espacio. El tiempo inicia procesos y el espacio los cristaliza. Por eso cuando la madre de los hijos de Zebedeo le dice a Jesús: Mirá, te quiero pedir un favor: que mis dos hijos estén uno a la derecha y el otro esté a la izquierda, o sea, que en el reparto les de un pedazo grande de la pizza -uno a uno y otro al otro-, le está pidiendo un espacio. Y el Señor le responde: No, el tiempo. ¿Van a poder llegar donde yo llegué, van a poder sufrir lo que yo sufrí?[6] Es decir, le marca el tiempo. El tiempo siempre es superior al espacio. Y en la actividad ciudadana, en la actividad política, en la actividad social es el tiempo el que va rigiendo los espacios, los va iluminando y los transforma en eslabones de una cadena, de un proceso. Por eso, el tiempo es superior al espacio. Uno de los pecados que a veces hay en la actividad socio-política es privilegiar los espacios de poder sobre los tiempos de los procesos. Creo que quizá nos haga bien a los argentinos pensar si no es el momento de iniciar procesos más que poseer espacios.
1.2. Segundo principio: la unidad es superior al conflicto
Si uno se queda en lo conflictivo de la coyuntura pierde el sentido de la unidad. El conflicto hay que asumirlo, hay que vivirlo, pero hay diversas maneras de asumir el conflicto. Una es la que hicieron el cura y el abogado frente al pobre hombre en el camino de Jerusalén a Jericó[7]. Ver el conflicto y pegar la vuelta, obviarlo. Alguien que obvia el conflicto no puede ser ciudadano, porque no lo asume, no le da vida. Es habitante, que se lava las manos de los conflictos cotidianos. La segunda es meterse en el conflicto y quedar aprisionado. Entonces la contribución al bien común se daría sólo desde el conflicto, encerrado en él, sin horizonte, sin camino hacia la unidad. Ahí nace el anarquismo o esa actitud de proyectar en lo institucional las propias confusiones. La tercera es meterse en el conflicto, sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de una cadena, en un proceso.
Hasta aquí los dos principios que ayudan a ser ciudadano: el tiempo es superior al espacio y la unidad es superior al conflicto.
2. Segunda tensión bipolar: la tensión entre idea y realidad
La realidad es. La idea se elabora, se induce. Es instrumental en función de la comprensión, captación y conducción de la realidad. Ha de haber un diálogo entre ambas: entre la realidad y la explicitación que hago de esa realidad. Eso constituye otra tensión bipolar, y se contrapone a la autonomía de la idea y de la palabra sobre la realidad, donde la idea es lo que manda, ahí se dan los idealismos y los nominalismos. Los nominalismos no convocan nunca. A lo sumo clasifican, citan, definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento, por la idea, por la captación intuitiva por parte de ellos.
Aquí se plantea el problema de lo estético y la retórica. Fíjense que en la actividad del ciudadano estamos padeciendo, y esto no es sólo en el orden nacional sino también en el orden mundial, (me estoy refiriendo a fenómenos mundiales que inciden siempre en lo nacional, pero fenómenos mundiales) estamos padeciendo un deslizamiento de la acción socio-política desde la realidad expresada con ideas hacia lo estético, es decir hacia las ideas y los nominalismos. Entonces se vive en el reino de la imagen, de la sola palabra, del sofisma. Analicen en las convenciones internacionales o en lo cotidiano cómo el sofisma es en general el recurso de pensamiento que más se usa. Eso anula como ciudadano porque trampea, trampea la verdad porque no se ve la realidad explicitada con una idea.
Pero esto es tan viejo como el mundo. Platón, en el Georgias, hablando de los sofistas, que habían desplazado la reflexión de la realidad a través de la idea para llegar a una síntesis y la habían suplido por la estética y la retórica, dice esto: "la retórica es a la política lo que el gourmet al médico o la cosmética a la gimnasia”[8]. La idea queda aprisionada por el sofisma en vez de recurrir a la persuasión. Se trata entonces de seducir en vez de persuadir. Seduciendo perdemos nuestro aporte como ciudadanos. Persuadiendo confrontamos ideas, pulimos las aristas y progresamos juntos.
2.1. Tercer principio: la realidad es superior a la idea
Sin embargo, entre realidad e idea: ¿qué está primero? La realidad. Por eso la realidad es superior a la idea. Este es el tercer principio que hace que un ciudadano vaya tomando conciencia de sí mismo, unidos a los dos que mencioné antes: el tiempo es superior al espacio, la unidad es superior al conflicto.
3. Tercera tensión bipolar: la tensión entre globalización y localización
Como ciudadanos estamos sometidos también a la tensión bipolar entre globalización y localización. Hay que mirar lo global, porque siempre nos rescata de la mezquindad cotidiana, de la mezquindad casera. Cuando la casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va rescatando porque está en la misma línea de esa causa final que nos atraía hacia la plenitud. Al mismo tiempo, hay que asumir lo local, porque lo local tiene algo que lo global no tiene, que es ser levadura, enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiaridad. Para ser ciudadano no hay que vivir ni en un universalismo globalizante ni en un localismo folklórico o anárquico. Ninguna de las dos cosas. Ni la esfera global que anula, ni la parcialidad aislada que castra. Ninguna de las dos. En la esfera global que anula, todos son iguales, cada punto es equidistante del centro de la esfera. No hay diferencia entre cada punto de la esfera. Esa globalización no la queremos, anula. Esa globalización no deja crecer. ¿Cuál es el modelo? ¿Recluirnos en lo local y cerramos a lo global? No, porque te vas al otro punto de la tensión bipolar. El modelo es el poliedro. El poliedro, que es la unión de todas las parcialidades que en la unidad conservan la originalidad de su parcialidad. Es, por ejemplo, la unión de los pueblos que, en el orden universal, conservan su peculiaridad como pueblo; es la unión de las personas en una sociedad que busca el bien común.
Un ciudadano que conserva su peculiaridad personal, su idea personal, pero unido a una comunidad, ya no se anula como en la esfera sino que conserva las diversas partes del poliedro. Esto es lo que fundamenta algo que dije al principio como característica fundamental de ser ciudadano que es la projimidad. Al buscar en lo universal la unión de lo local y, a la vez, conservar la peculiaridad, construyo puentes y no abismos, construyo una cercanía movilizante. Hay que actuar en lo pequeño, lo próximo, pero con la perspectiva global, mediado por lo provincial, lo nacional, lo regional…. Esto lleva a un cuarto principio.
3.1. Cuarto principio: el todo es superior a la parte
El "todo" del poliedro, no el "todo" esférico. Este (el esférico) no es superior a la parte, la anula. Para crecer como ciudadano he de elaborar, en la confluencia de las categorías lógicas de sociedad y míticas de pueblo, estos cuatro principios. El tiempo es superior al espacio, la unidad es superior al conflicto, la realidad es superior a la idea, y el todo es superior a la parte.
Así abordé las tres tensiones bipolares entre plenitud y límite, entre idea y realidad, y entre globalización y localización, para facilitar nuestro caminar como pueblo y como ciudadanos.
Ser ciudadano significa ser citado a una opción, ser convocado a una lucha, a esta lucha de pertenencia a una sociedad y a un pueblo. Dejar de ser montón, dejar de ser gente masa, para ser persona, para ser sociedad, para ser pueblo. Esto supone una lucha. En la buena resolución de estas tensiones bipolares hay lucha, una construcción agónica.
La lucha tiene dos enemigos: el menefreguismo, me lavo las manos frente al problema y no hago nada, entonces no soy ciudadano. O la queja, eso que Jesús le decía a las personas de su época: A estos no los entiendo. Son como los chicos que cuando les tocan danzas alegres no bailan y cuando les tocan canciones de entierro no lloran[9]. Que viven quejándose. Hacen de su vida una palinodia continua.(leer texto complerto de la Conferencia en la XIII Jornada Arquidiocesana de Pastoral Social, 2010)
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