Monday, April 29, 2013

La Patria es una Naranja (por Félix Luis Viera)

Nota del blog: Cada lunes, en Gaspar, El Lugareño, Félix Luis Viera publica un poema de su libro "La Patria es una Naranja" (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011). Cada texto está acompañado de su traducción al italiano realizada por Gordiano Lupi.  

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Cerezas negras. (Guillermo Castillo a punto de la Eternidad.) Yo vivía en el sur de la ciudad de México y Érika Velarde, dos o tres veces por semana, al clarear, caminaba quince o veinte minutos entre corredores arbolados para llegar hasta mí. Amanecido, mirando entre las cortinas, la esperaba con esa impaciencia de quien espera en medio de la vida un tren cargado de guirnaldas. Cuando Érika Velarde llamaba a mi puerta, se sentía el olor de su sexo atravesando la madera. Si el amanecer era soleado, la piel de Érika Velarde mostraba el mismo leve tinte del sol. El sexo de Érika Velarde era frondoso, nocturnal, mas, cuanto yo lo entreabría con mis dedos, era su interior como el interior de las granadas de mi tierra. El cuerpo todo de Érika Velarde era una esponja untada en alcohol. Yo era la flama. Su aliento, después del sobresalto subrepticio, de los quince o veinte minutos que subrepticiamente debió recorrer, se asemejaba al desierto cuando está cerca del mar; olía a peregrinaje, a bala rota. Cuando yo la penetraba sentía más de medio mundo entre las piernas, mientras los gemidos de Érika Velarde indicaban que los cristales llegaban en tropel. Los zumos de sus entrañas tomaban el punto justo de cocción en mi sexo y viajaban hasta mis ojos. En el clímax, ella se desgajaba tal si una confluencia de rayos la estuviera desmembrando. A veces ella era tan Ella que yo no sabía si existía. Los senos de Érika Velarde, tórtolas que iban a levantar vuelo; sus pezones, tortolitas que se sumaban al vuelo (miento: sus pezones eran cerezas negras). Cuando yo poseía a Érika Velarde, estaba seguro de que las cuatro esquinas del planeta se observaban entre sí. Ella se fue del sur de la ciudad de México unos días antes de que yo lo hiciera. La boca de Érika Velarde alcanzaba para que en ella libaran todos los colibríes de la ciudad de México. También, su boca, se había forjado con la medida exacta de mi pene. Hoy pido a Dios y a todos los dioses y a cada dios particular de quien sea, que la ampare. Que la macicez de sus carnes siga regando esta tierra.

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Ciliege nere. (Guillermo Castillo sul punto dell’Eternità.) Io vivevonel sud della Città del Messico e Érika Velarde, due o tre volte a settimana, all’alba, percorreva quindici o venti minuti tra viali alberati per venire da me. Dopo il sorgere del sole, guardando trale tende, la attendevo con l’impazienza di chi attende nel mezzo della vita un treno carico di ghirlande. Quando Érika Velarde bussava alla mia porta, si sentiva l’odore del suo sesso attraversare il legno. Se l’alba era soleggiata, la pelle di Érika Velarde mostrava la stessa lieve sfumatura del sole. Il sesso di Érika Velarde era frondoso, oscuro, ancor più quando lo socchiudevo con le mie dita, il suo interno era come l’interno delle granate della mia terra. Tutto il corpo di Érika Velarde era una spugna inzuppata nell’alcol. Io ero la fiamma. Il suo respiro, dopo il sussulto nascosto, di quindici o venti minuti, che in maniera occulta dovette percorrere, ricordava il deserto quando è vicino al mare. Odorava di pellegrinaggio in modo intenso. Quando io la penetravo sentivo più di mezzo mondo tra le gambe, mentre i gemiti di Érika Velarde indicavano che i cristalli andavano in mille pezzi. Gli umori delle sue parti intime raggiungevano il punto giusto di calore nel mio sesso e viaggiavano verso i miei occhi. In piena eccitazione, lei si distruggeva come se una confluenza di raggi la stesse smembrando. A volte era così Donna che io non sapevo se esistesse davvero. I seni di Érika Velarde, tortore che prendevano il volo; i suoi capezzoli, tortorelle che si univano al volo (mento: i suoi capezzoli erano ciliege nere). Quando possedevo Érika Velarde, ero sicuro che i quattro angoli del pianeta si osservassero tra loro. Lei se ne andò dal sud della Città del Messico alcuni giorni prima che anche io lo facessi. La bocca di Érika Velarde era sufficiente perché in essa si abbeverassero tutti i colibrì di Città del Messico. Pure, la sua bocca, si era forgiata con la misura esatta del mio pene. Oggi chiedo a Dio, a tutte le divinità e a ogni dio di qualunque persona, che la protegga. Che la compattezza delle sue carni continui a irrigare questa terra. 

(Traducción de Gordiano Lupi) 
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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.

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