Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño
(by Ernesto G http://ernestospage.blogspot.com/)
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Odette Casmayor, una novelista que hace cuentos
Palabras de Ena Columbié, en la presentación del libro Una casa en los Catskills, con la presencia de su autora Odette Casmayor en Ivan Galindo Art Studio, Miami, Mayo 24, 2013
Más de cincuenta millones de hispanos viven hoy en los EE.UU., lo que permite que la literatura estadounidense en español florezca con independencia y se muestre incluso influyente. La cultura hispanoamericana posee en estos momentos un empuje denotado en Norteamérica, tanto así, que es el segundo país con el mayor número de hablantes del español después de México. En el siglo pasado tomó lugar protagónico la literatura chicana, procedente de los hijos de inmigrantes mexicanos, pero la generalidad escribía en inglés, hoy sin embargo, la acumulación de latinos en los puntos neurálgicos poblacionales de la unión, aceleran cada vez más el proceso de recepción y asimilación de elementos culturales de uno y otros grupos, convirtiendo la literatura estadounidense en español en una realidad. Aunque esta literatura no está consolidada como una fuerza única de coincidencias irrefutables, permite ya delinear un nuevo universo dentro de la narrativa estadounidense, con algunas características unificadoras que propician un vínculo entre los escritores. Los temas de la guerra, el vacío en el hombre, la soledad, la pobreza y la decadencia social, son sólo algunos de los que desarrollan, y que marcan cierta inclinación hacia los argumentos más nauseabundos, sociales e individuales.
A una larga lista de narradores, se suma ahora el de Odette Casamayor con su libro, Una casa en los Catskills (Ed. La Secta de los Perros 2012). Las historias de Casamayor se apoyan en la utilización de la crudeza, en las metáforas fuertes y alegorías, en la plasticidad de las imágenes, la ironía y el humor negro dentro de situaciones ridículas; también en líneas de experimentación autobiográfica, la introspección y una sólida estructura con personajes muy bien diseñados: detestables y entrañables, contradictorios, paradójicos, tiernos y desesperados. Todo esto se mueve dentro de un ambiente convincente, demostrando que la historia que se entrega no es un simple estado aislado del hombre actual, sino un resultado social de la catástrofe de los tiempos que corren. Un espejo en el que nos repetimos.
La narradora mantiene viva la tradición lingüística callejera del cubano, y frescas las referencias culturales y pueblerinas de la isla; pero también nos pasea por los recovecos neoyorquinos, incluyendo acotaciones en inglés, en francés… Este uso del multilenguaje puede torna un poco difícil la lectura, sobre todo para el lector hispano “puro” y para el neófito. El estilo de mezclas idiomáticas es usado desde hace tiempo y hoy se amplían los adictos, sobre todo los escritores más jóvenes muchos de los cuales han perdido el respeto por el idioma y su pureza; pero cuando se maneja acertadamente permitiendo clarificar la narración —como en el caso que nos ocupa— se crea un ambiente cercano a lo contado y puede llega a suponer una enseñanza. Cuando Casamayor mezcla los lugares con la idiosincrasia del mismo, les coloca imágenes, y también instala una voz, la lengua con que necesita comunicar lo que se propone, y así lograr contrastes necesarios para el mejor entendimiento.
Hay una influencia de la narrativa norteamericana en estos cuentos: como Scott Fitzgerald, capturan la soltura desafiante y vehemente del placer, hay mucho sexo en ellos, sexo y soledad, sexo por sexo, sexo por diversión, por adicción, sexo, sexo, sexo que se va más allá del sexo, y se cuela en el mundo interior que busca del desahogo, o del paliativo para el vacío y la tristeza. Como Hemingway simplifica la estructura oracional y se concentra en objetos y acciones concretas, y como Steinbeck, su estilo es sencillo, ruidoso y evocador. Estos relatos largos de Odette Casamayor son más cercanos a la novela que al cuento, ella es una narradora de novelas que tiende a frenar su trote, bien por cansancio o porque el galope la lleva sin freno por derroteros que casi seguro la asustan. ¿Acaso teme encontrar en la prolongación una grieta que hunda la historia y por ello se detiene? Sólo ella podrá explicarlo, pero no debe temer, ese no es un sentimiento personal y solitario, es el temor inconfesado de todo narrador. En Una casa en los Catskills los cuentos se entrelazan y los protagonistas se repiten, son historias en un mismo sentido —aunque existe una gran dosis de retrospectiva— Los relatos, aunque funcionan perfectamente como cuentos, muestran que la autora debe adentrarse definitivamente en los caminos de la novelística, en el que se sentirá más cómoda, y donde podrá desprenderse de las exigencias del cuento, como la obsesión por concentrar el detalle. Cuando esta magnífica narradora se decida a emanciparse y suelte el cuerpo y también la mente para escribir sin riendas, no sólo se sentirá liberada, sino que vendrán muchas más musas a su encuentro.
¿Es Odette Casamayor, la Toni Morrison cubana?, definitivamente ¡no!, pero por esos rumbos andan sus inquietudes. Como la negra norteamericana premio nobel de literatura 1993, Casamayor toca en sus obras el tema negro y su génesis; en especial de las mujeres. No es raro entonces que en el 2003 ganara el premio de ensayo Juan Rulfo, que otorga Radio France International, con su ensayo, Negros de Papel. Algunas apariciones del negro en la narrativa cubana después de 1959. Sintomático estudio si tenemos en cuenta que el negro cubano, que se había mantenido al margen de la situación político social del país desde el triunfo revolucionario, en estos momentos juega un papel protagónico como agitador y demandante del respeto a los derechos ciudadanos y a la libertad.
Podría hablar mucho más sobre Una casa en los Catskills y el resto de la obra de Odette Casamayor, pero por ahora solo me queda invitarlos a la lectura de este magnífico libro de relatos sólidos, que muestra sin lugar a dudas a una novelista en cierne.
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