por Gordiano Lupi
3 de mayo 2013
Traducido del italiano por Gilda Calleja
Yoani Sánchez desembarca en Italia. Al fin. Después de tanta espera nuestra pequeña Godot tropical llega al aeropuerto de Fiumicino para comenzar una gira de tres días por Italia que empiezan con el contratiempo de un retraso en el vuelo Milán-Roma. Yoani viene de Galicia, de participar en un acto sobre derechos humanos en la Isla del Pensamiento, lugar simbólico donde Franco encerraba a los prisioneros políticos.
No me considero cronista, es lógico, puesto que no lo soy. Nadie me ha enseñado a dar noticias de manera impersonal. La emoción de ver a Yoani en persona es fuerte después de años compartiendo telemáticamente y de traducirla en la distancia. Pierantonio Micciarelli, magnífico director y gran amigo del pueblo cubano, el autor de la película Soy la otra Cuba, parece un niño esperando un gran acontecimiento. Igual que yo. Igual que mi esposa. Únicamente Laura, mi hija, no entiende que estemos viviendo la Historia, quizá con H minúscula, pero siempre parte de la historia. Yoani es como nos la habíamos imaginado: radiante, sonriente, larga cabellera suelta, vestido primaveral a pesar del clima fresco, incluso lluvioso. Abrazos, besos, manos que se estrechan, no hacen falta demasiadas palabras para expresar lo que compartimos. Sentimientos recíprocos. Sentimientos importantes. Cuba y su destino nos unen, estamos a años luz de aquellos que exaltan a Chávez y a Maduro, a Abel Prieto y a Raúl Castro.
La agenda italiana de Yoani es intensa. Empieza en Perugia. El Festival de Periodismo traslada a las 9 de la noche su conferencia-entrevista con Mario Calabresi, pero no puede evitar la contestación de un grupo de imbéciles. Es lo que son, no encuentro palabra más adecuada para definir a los protagonistas de un escándalo tan indigno. Ella no se descompone: “Un país donde se puede gritar que no existe libertad de expresión es un país donde existe libertad de expresión”, afirma. “Me gustaría que este tipo de discusión pudiera tener lugar también en Cuba, donde ni siquiera se nos permite abrir un periódico independiente o participar en un debate televisado”, continúa. Y termina a lo grande, de triunfadora en el Festival de periodismo, como una vedette capaz de llenar la Sala de’ Notari hasta la bandera y de conquistar el corazón de los jóvenes.
Yoani habla de social network, de twitter, de sms lanzados como gritos de libertad, de utopías impuestas, de deseos de cambio. “Raúl Castro está en la senda correcta, pero las reformas tienen que ser más rápidas e incisivas”. No podemos esperar más”, concluye.
Los cubanos que participan en el acto, lo que constituye una novedad, esperan a que la bloguera salga de la sala y le hacen firmar copias de mi libro, algo que pasará siempre. Sí, porque “Yoani Sánchez. In attesa della primavera” (Anordest Edizioni) [Yoani Sánchez. A la espera de la primavera. Ediciones Anordest] es un libro que yo escribí donde se recogen la vida y los pensamientos de la bloquera, pero nadie me pide que lo firme. Todos la quieren a ella. Es justo que así sea. No soy nada envidioso. Colaboro con el proyecto de Yoani desde el principio y continuaré haciéndolo.
En la cena Yoani nos sorprende. Bebe vino tinto (bastante), para calentarse, dice, pero solamente cuando está en Europa. Termina tomando té, algo insólito en un cubano. Me recuerda a Cabrera Infante: “El café es la bebida de los salvajes. El té, de los pueblos civilizados”. El gran Cabrera Infante, un habanero convertido en londinense. Yoani, en cambio, es una ciudadana del mundo. Pero echa de menos Cuba, sobre todo a su familia lejana, a su marido Reinaldo, a su hijo Teo, del que habla a continuación. “¡Qué cubana tan extraña! ¿Verdad? Bebe vino tinto y té...”, sonríe.
Al día siguiente hacemos un viaje interminable en mi viejo Ford Escort. Tengo el embrague algo desgastado. Confiamos en que no ocurra nada. Yoani intenta descansar, dormita con una banda negra sobre los ojos, habla de Cuba. El viaje Perugia-Torino toma casi seis horas, que pasan rápidamente. En la ciudad de la Mole el alcalde Fassino la recibe con todos los honores, casi como a un jefe de estado, hablando un español pulido y elegante. Una gran persona, Fassino. Para mí gana muchos puntos. Tomamos café con la corporación municipal, mientras que el alcalde le cuenta que treinta años atrás estuvo en Cuba por Fidel Castro. Yoani visita La Stampa, su periódico italiano. Aunque el director no está presente y por la redacción se extiende la triste noticia del secuestro de Domenico Quirico, Anna Masera la acompaña y le hace una entrevista para publicar el día de los derechos humanos. Noche de gala en el Circolo dei Lettori. Se presenta otra vez el libro. Yoani firma copias y copias, recibe a compatriotas, tiene palabras amables para todos. Derrocha energía. Pocas horas antes los periodistas la acribillaron a entrevistas, pero no muestra señales de cansancio. Incluso va a Linea Notte del canal TG3, saltándose la cena, y causa una gran impresión respondiendo a preguntas sobre Cuba sin dudar un instante, con precisión. ¡Qué fuerza! ¡Qué temple!
Tercer día. Es el turno de Monza. Visita al Cittadino después una comida típica a base de polenta, ossobuco, estofado y vino tinto, comida poco cubana pero igualmente agradecida. Yoani me deja la ingrata tarea de discutir con la prensa, no es su culpa, tiene que descansar y terminar Señor Capitolio, el post que empezó a escribir en la portátil en el coche. “Yo nunca lograría vivir como lo hace ella”, me digo. Discuto acaloradamente con los de L’Eco di Bergamo. “Es como sufrir un acto de repudio”, pienso.
Recuerdo que poco antes, frente a una copa de vino tinto, Yoani dijo algo importante: “La revolución cubana está muerta. Sólo queda establecer la fecha. Reinaldo dice que desde el día en que Fidel aprobó la invasión soviética a Hungría. Mi madre cita el fusilamiento del general Ochoa. Otros dicen que el golpe final fue la fuga por Mariel. Mi padre señala la Primavera Negra del 2003, cuando detuvieron a 75 disidentes y fusilaron a tres jóvenes después de secuestrar un remolcador. En fin, hay quien dice que terminó con la caída del muro de Berlin y con el inicio del Periodo Especial. Una cosa sí es cierta: la Revolución está muerta. Ha agotado su efecto de propulsión. Sólo queda un regimen dictatorial.”
Mientras reflexiono sobre esas palabras le explico a los periodistas cómo conocí a Yoani, intento transmitirles mi entusiasmo por lo que escribe, por un estilo literario que es un reto verter en buen italiano. Hago igual con el público del Teatro Manzoni, donde la contestación queda fuera, expresada cívica y respetuosamente con las opiniones ajenas. También en Monza hay cubanos que vinieron a apoyar a Yoani, pero no falta la figura del infiltrado al que le han mandado a gritar un slogan sobrepasado por la historia. Yoani no se descompone, contrapone la lógica de los derechos humanos y de la libertad a gritos y expresiones injuriosas.
Son las siete de la tarde cuando se despide de nosotros y se marcha a Ginebra para continuar su vuelta al mundo en ochenta días, dejándonos a todos un poco más solos, meditando sobre sus palabras y el futuro. El director Micciarelli completa la operación nostalgia para aquellos de nosotros que no podemos volver a ver Cuba, manchados por el pecado original, amigos de los yankees y vendepatrias que osan criticar la Revolución. Las imágenes lánguidas, los planos del malecón de La Habana y las notas de viejos boleros nos retrotraen al pasado. Éramos jóvenes e incluso idealistas. Pero hemos roto una carta, conservando el rostro de una joven. Adiós Paraíso perdido. Quiero volverte a ver libre, antes que anochezca.
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