Tuesday, August 6, 2013

Amigos que nos esperan (por Waldo González López)

Nota: Prólogo de La lectura, ese esplendor —antología de ensayos de figuras internacionales y cubanas sobre lectura y literatura, también con selección y notas de  Waldo González López, volumen solicitado al autor especialmente para la Campaña Nacional por la Lectura y publicado en Quito, Ecuador, 2009


Como un buen amigo, llega a proporcionarte bienestar, para luego apartarse un tiempo, hasta que vuelves a él para reconfortarte con su enseñanza y la paz que siempre te da.

A solas con el mundo estamos cuando nos acompaña un buen libro. Nos informa, transforma y conforma una cultura, además de entretenimiento y alegría. Es acaso una puerta que se abre para deslumbrarnos: Detrás hay un pequeño y enorme sol esperando por nosotros para ofrecernos su calidez en medio de la ciudad, en nuestra habitación, en un banco del parque preferido. 

Un nuevo libro, dijo por eso el infaltable José Martí, «es siempre un motivo de alegría, una verdad que nos sale al paso, un amigo que nos espera, la eternidad que se nos adelanta, una ráfaga divina que viene a posarse en nuestra frente».

COMO LOS HOMBRES 

Con su proverbial sabiduría, expresó, en Soliloquios y conversaciones, Miguel de Unamuno: «aborrezco a los hombres que hablan como libros, y amo los libros que hablan como hombres», con lo que quería subrayar el autor de La tía Tula, Niebla y Abel Sánchez —la tríada de sus mejores «nivolas», tal definió este ‘género’— lo proporcionado con los libros en relación con lo poco que ¿aportan? algunos pedantes «librescos».

Dicho de otro modo, Unamuno expresaba que la gente lee para saber y aprovechar lo que dice el libro (su contenido), y no para andar por ahí diciendo lo que han leído, llevándolo bajo el brazo y ¿lucirse? haciendo citas de él.

El también poeta y pensador español estimaba —y así lo escribió— que los literatos casi siempre escriben para sus colegas, mientras que él lo hacía, según lo reveló, para todo género de personas, dentro de sus conocimientos y sus propias facultades. Y pienso que es muy cierto: la mayoría de sus obras, incluso las filosóficas, gozan de esta virtud, pues se disfrutan con el placer de los buenos libros, los mejores, esa difícil sencillez tan buscada por poetas y narradores.

EL REPUDIO DE AZORÍN

José Martínez Ruiz, Azorín, quien igualmente integró la gran Generación del 98 —junto con Machado, Pío Baroja, Valle Inclán y el propio Unamuno— y pulió como pocos la prosa española de finales de siglo XIX, aherrojada hasta ellos con hojalatería y pompa huecas, quiso definir con lucidez cuando sentenció: «Los libros que me desplacen, los repudio en absoluto.»

El tiempo, pues —quería significar Azorín—, se emplea en lecturas que nos «agarran» y nos sirven, nos enriquecen de algún modo, si bien —también es cierto— a veces la lectura de inicio no es fácil (por cantidad de personajes, exceso de descripciones, estructuras no lineales...). Es entonces cuando debemos ser pacientes y un tanto esforzados, porque algo más allá hallaremos el «nudo», ese interés siempre buscado en lo que leemos. No hay porqué huir de lo complejo, si posee honduras, esencias, en una palabra, algún provecho- y toda buena lectura lo tiene. 

¿Que Yo el supremo es la más difícil de las novelas del paraguayo Augusto Roa Bastos? Sí, pero qué excelente historia de un dictador nos ofrece esta estupenda obra, una de las más importantes escritas sobre el tema, junto a las de Carpentier y García Márquez, entre otras.

 Como igualmente magníficos, inolvidables libros resultan Los pasos perdidos y El reino de este mundo (Carpentier), Cien años de soledad (García Márquez), Adán Buenosaires (Marechal) La muerte de Artemio Cruz, (Fuentes), Rayuela (Cortázar), Pedro Páramo (Rulfo) y El astillero (Onetti), por apenas citar un grupo de las decenas de excelentes novelas escritas en nuestra América desde la década del 40.


TAMBIÉN LO NUESTRO, LO DE ACÁ

Por eso, buenos libros no sólo son el Quijote (Cervantes), Robinson Crusoe (Defoe), Los papeles póstumos del Club Pickwick (Dickens), Papá Goriot (Balzac), El rojo y el negro (Stendhal), Ulises (Joyce), El viejo y el mar (Hemingway) y Manhattan Transfer (Dos Passos), entre muchos otros publicados en Europa y Estados Unidos, por no entrar en las literaturas de otros continentes.

Hay tanta buena narrativa —como poesía, ensayo y teatro— en «el continente mestizo» (tal lo definiera Benedetti, el destacado poeta, narrador y ensayista uruguayo), que sería difícil consumir todas las obras a lo largo de una vida intensa de lecturas. 

Sin embargo, siempre que se realizan encuestas sobre los mejores libros se suele responder con títulos europeos, con lo que no quiero quitar méritos al invaluable tesoro aportado por el Viejo Continente, sólo que, por hábito, comodidad, o «quedar bien», los encuestados anteponen, ingenuamente, la visión eurocentrista, desdeñando sin querer lo nuestro, lo de acá, de igual valía —eso sí— de mayor actualidad, pues —salvo, entre otros, los contados casos de novelistas como el italiano Umberto Eco o la francesa Margarite Yourcenar, entre otros— la narrativa europea estuvo extenuada, sin nuevos temas, carente de búsquedas, tras el tedio proporcionado por el nouveau roman de los años 50, «nueva novela» que, liderada por estilistas, parecía iba a hacer claudicar el género —o «función», tal prefería el mexicano universal Alfonso Reyes.

Durante las últimas décadas (de los 60 acá), la narrativa latinoamericana ha ganado tal prestigio y celebridad, que libros de Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Isabel Allende y Alfredo Bryce Echenique —por sólo mencionar algunos— encabezan las listas semanales de los más vendidos. Este hecho muestra el camino recorrido por nuestras letras desde aquella primera edición de El reino de este mundo, en 1948.

Esos, pues, son también libros que hablan como los hombres: su calidad da fe de ello. A tales amigos fieles, que siempre nos esperan —como decía Martí—, debemos acudir en busca de conocimientos y alegría, de verdades que nos salen al paso para alumbrarnos el sendero por andar.


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Waldo González López. Poeta, ensayista, critico teatral y literario, periodista cultural. Publica en varias páginas: Sobre teatro, en teatroenmiami.com, Sobre literatura, en Palabra Abierta y sobre temas culturales, en FotArTeatro, que lleva con la destacada fotógrafa puertorriqueña Zoraida V. Fonseca y, a partir de ahora, en Gaspar, El Lugareño

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