Foto/Blog de Carolina Vilches
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Me escribe el doctor Z, especialista en neumología, nacido y criado en Santa Clara, Cuba, y quien recientemente logró salir para España gracias a que adquirió la ciudadanía de este país. Dice Z que en las últimas broncoscopias que revisó allá, en el hospital donde estaba cumpliendo su trabajo, observó un raro viso verde en las vías respiratorias de algunos pacientes.
Se trataba de polvo de cagajones de caballo.
¿Cómo sería posible?
El doctor Z, un buen amigo, inteligente, abnegado en cuanto a su profesión, me explica cómo llegó a este veredicto, luego de llevar a cabo las deducciones correspondientes.
Los carretones. Es decir, los caballos que arrean a los carretones que, si bien cumplen con la orden sanitaria de llevar un depósito de tela gruesa para sus deyecciones, a la altura de la media anca y en sentido transversal a la “salida”, este se desborda. No da abasto.
Sí, según las noticias que llegan, Santa Clara se ha convertido en una de las ciudades cubanas con más transporte público consistente en carretones tirados por caballos; superada, según los datos del doctor Z, solo por Las Tunas.
Me dice el doctor que unos días antes de salir de allá definitivamente, las autoridades prohibieron que los carretones de caballos se acercaran al Parque Vidal (parque central de la ciudad): en uno y otro sitio se formaba cierta capa verdosa, visible a simple vista en los momentos de más luz natural, allí en la explanada del parque. Aun algunas personas se quejaron de que el polvillo verdoso ascendía hasta la estatua de la Benefactora Marta Abreu, que se encuentra en el centro del parque.
Z me explica así el proceso. 1) Cuando pasan unos días sin llover, esa mantilla verdosa, proveniente de la dispersión de cagajones, se extiende sobre el asfalto de las calles principales de la ciudad. 2) Posteriormente esa mantilla, por los efectos del sol, se seca. 3) Luego, la brisa la levanta hasta las narices de los ciudadanos.
O sea: ¿debemos entender que, durante esas rachas, los santaclareños y quienes anden de paso por aquella “Ciudad del Che” respiran polvo fecal de caballos y de alguna yegua?
Efectivamente. Según el relato del doctor Z.
Eso fue lo que él vio en aquellas broncoscopias.
En Santa Clara, con 249 mi habitantes, resulta raro toparse con una guagua (ómnibus local) circulando. Son muy pocas las que están aptas para el trabajo. Pero ocurre algo más, agrega mi amigo Z: de las pocas que circulan, unas son saboteadas; es decir, ciertos choferes las “rompen”. O sea, estos choferes —sin duda carentes de conciencia revolucionaria—las manipulan, les trastocan algún cable, alguna pieza y regresan con ellas para el estacionamiento. Pero ahí no para el estropicio: coludidos con los despachadores, esos choferes venden el diesel que habían cargado, para las rutas que no dieron, a 10 pesos cubanos el litro.
Así, el auge de los carretones crece y crece debido a la creciente demanda para cada una de estas unidades.
Pero se suma otro factor para el bien de los carretoneros: los policías de tránsito. Estos, como que cuentan con poca gasolina, la emprenden contra el más lento. El carretón. Los multan. Y sus dueños, por esta causa, aumentan el precio de sus viajes: a más multas recibidas, más caro el viaje; a tal punto que, afirma Z, el cobro del viaje en carretón ya se estaba equiparando con los que él considera “los más leoninos” del transporte santaclareño desde la crisis de 1990: los conductores de bicitaxis.
Le he escrito al doctor Z para que cuente cómo es eso de los bicitaxis. A ver.
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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo
es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus
creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de
antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal
recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue
director de la revista Signos, de proyección internacional y
dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside
desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de
crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión
social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y
conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas
publicaciones.
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