Mons. Emilio Vallina: Nacido el 10 de abril 1926, ordenado el 20 de abril 1952, fallecido el 20 de octubre 2013. (ver su biografía)
El arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía el 21 de octubre de
2013 en la iglesia San Juan Bosco, durante la misa fúnebre por el alma
de Mons. Emilio Vallina.
Queridos hermanos y hermanas,
La Palabra de Dios – que es Palabra de vida y esperanza - nos conforta profundamente ante el misterio de la muerte, de modo especial cuando afecta a las personas que más queremos. Y al despedirnos de Mons. Emilio Vallina nos despedimos de alguien que fue para nosotros los sacerdotes un hermano mayor muy estimado, y de alguien que fue para un sinnúmero de fieles un padre espiritual muy amado. Anoche y hoy por la mañana, han pasado muchas personas para despedirse del Padre Vallina; pero, cuando uno ha vivido unos 88 años, y ha servido como sacerdote unos 60 años, habrá todavía más gente, más seres queridos, para darle la bienvenida al “segundo piso”, como solía decir su colega y amigo de muchos años, Mons. Agustín Román.
“Vengan a mí todos los que están agobiados y les daré reposo”, nos dice el Señor Jesucristo. Cuando encargó el mural para el interior de la cúpula de este templo, Mons. Vallina explicó que tenía este pasaje bíblico en mente. Mons. Vallina dijo que esperaba que la pintura “captara el dolor y la esperanza de todos los que han pasado por la parroquia”.
La imagen moderna de un Cristo con los brazos abiertos y rodeado por rostros de todas las razas y colores, caracteriza de manera muy apropiada los 61 años de sacerdocio de este exiliado cubano que, de manera callada pero persistente, transformó “un viejo local donde se vendían carros, sucio y lleno de aserrín”, en la iglesia madre de sus compañeros de exilio, y en un lugar de refugio para las masas pobres y hacinadas de América Central y del Sur que les siguieron en el barrio.
El Señor nos asegura hoy que Mons. Vallina ha pasado de la muerte a la vida porque eligió a Cristo, acogió su yugo suave (cf. Mt 11, 29) y se consagró al servicio de los hermanos. Fue un pastor “con olor a oveja” como diría el Papa Francisco. Por eso, aún cuando deba expiar su parte de pena debida a la fragilidad humana —que a todos nos marca, ayudándonos a ser humildes—, la fidelidad a Cristo le permite entrar en la libertad de los hijos de Dios. Ahora sí, el Señor le ha dado reposo en la casa del Padre celestial. Así pues, si nos ha entristecido separarnos de él, y nos duele su ausencia, la fe nos conforta íntimamente al pensar que, como sucedió al Señor Jesús, y siempre gracias a él, la muerte ya no tiene poder sobre él (cf. Rm 6, 9). Pasando, en esta vida, a través del Corazón misericordioso de Cristo, ha entrado "en un lugar de descanso" (Sb 4, 7). Y ahora nos complace pensar en él, finalmente liberado de las amarguras de esta vida, en compañía de los santos, de Mons. Román, de Mons. Luis Pérez, y de esos padres que le asistieron aquí en San Juan Bosco, como Mons. Bill McKeever, Padre Galofre y Mons. Marinas. Y sentimos también nosotros el deseo de unirnos un día a tan feliz compañía.
Ofrecemos oraciones agradecidas por la vida y el ministerio de este sacerdote ejemplar que por 43 años fue párroco de esta humilde parroquia de San Juan Bosco. Celebramos las huellas que ha dejado en nuestras vidas. También tengo recuerdos muy gratos de él; pues, de seminarista y luego como un sacerdote joven, yo venía a menudo a visitar a esta parroquia y el Padre Vallina siempre me acogía bien, dándome una bienvenida calurosa con una sonrisa amable. Y así siempre fue con la gente – aun en estos últimos años cuando vivía en Santa Ana.
El Padre Juan Carlos Paguaga, párroco actual de San Juan Bosco, se encuentra en este momento en Italia. Anda con un grupo de fieles de la parroquia en una peregrinación. Y por eso, no ha podido regresar a tiempo para esta Misa. Comentando desde Italia, decía esto de Mons. Vallina: “Nunca favoreció a ninguna raza o cultura. Sólo veía la necesidad y daba todo lo que tenía a mano”. Y continuó el P. Paguaga: “Abrió su casa a innumerables sacerdotes que estaban de paso, y la mesa de su comedor estaba abierta a cualquiera que pasara por allí”.
En los salmos encontramos estas consoladoras palabras: "Dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa del Señor a lo largo de los días" (Sal 23, 6). Sí, esperamos que el buen Pastor haya acogido a este hermano nuestro, por quien celebramos el sacrificio divino, al ocaso de su jornada terrena y lo haya introducido en su intimidad bienaventurada.
Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestra oración común y elevémosla al Padre de toda bondad y misericordia para que, por intercesión de María santísima, el encuentro con el fuego de su amor purifique pronto a este amigo nuestro ya difunto de toda imperfección y lo transforme para alabanza de su gloria. Y oremos para que nosotros, peregrinos en la tierra, mantengamos siempre orientados los ojos y el corazón hacia la meta última a la que aspiramos, la casa del Padre, el cielo. Así sea. (The Archdiocese of Miami's website)
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