La evidencia de tal “desatino” la da la foto que ilustra esta nueva entrega con que rememoramos viejas estampas de la añosa ciudad puerto principeña. El fotógrafo, en un despiste total, o en una pifia evidente a todas luces, coloca un pie de foto donde clarifica que lo que vemos no es la otrora calle de las Carreras, o la de San Juan, o ambas; ni siquiera la que, a pesar de todo el tiempo transcurrido, designaran con el apelativo completo de nuestra egregia poetisa: María Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga, cuando todavía la Tula estaba viva(1), un detalle bien singular y del que poco se sabe hoy, tras haberle otorgado las autoridades citadinas, su nombre a la que fuera su calle natal.
Lo del apelativo de calle Marron y no Marrón, para tan trascendental vía de la ciudad camagueyanensis, así en el buen Inglés de Shakespeare, para que no haya ni siquiera la duda de que se trataba del apellido del algún patricio fundador, que en verdad con tal patronímico no existió ninguno por estos lares, es algo que no pasa de allí: un simple gazapo por parte del que tomó o editó la susodicha foto.
Por cierto que el hecho ocurriría, con bastante seguridad, en los tempranos años veinte del pasado siglo, la evidencia para tal datación, la propicia un ya museable Ford modelo T, o lo más parecido a aquel, aparcado en el lado izquierdo de la vía, entre las actuales calles de San Esteban y el callejón de La Magdalena, que es el setting de esta foto que sin dudas guarda en su haber el detalle singular del desacierto nominativo con que ha pasado a toda posteridad.
El primer plano fotográfico, nos descubre en esa misma acera, dos soberbias casonas coloniales que todavía perduraron en el momento que la foto era hecha, también por el frente aparece alguna que otra edificación ya suplantada por otras sucesivas.
Lo que vale empero de la foto, no es precisamente el equívoco al nombrarla, que no es más que un insignificante desliz, sino el haber guardado impertérrito y hasta nosotros, ese pasado singular de la otrora ciudad: la que igualmente alabó en sus versos el poeta consternado que la veía, impávido, desaparecer de a poco: “Adiós, Camagüey de ayer,/tierra de dulce leyenda,/tierra en que puse la ofrenda/de la flor de mi querer”(2).
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- El dato al respecto me lo comunicó el bien informado historiador local y amigo entrañable, el Sr. Enrique Palacios, Archivero de las parroquias de la Soledad y el Cristo, respectivamente.
- Fragmento inicial de ¡Adiós Camagüey de Ayer!, texto poético del poeta y educador local Medardo Lafuente
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