HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL
por Mons. Wilfredo Pino, obispo de la diócesis Guantánamo-Baracoa
Imías. Sábado, Abril 5, 2014 a las 10 0.0. a.m.
Queridos hijos e hijas de toda la Diócesis y, especialmente, los de estas 47 pequeñas comunidades de la Parroquia de Santa Rosa de Lima, del municipio Imías:
Ciertamente, hace 20 años atrás no se hubiera podido decir esto último. En esta zona había católicos y bautizos, sí, pero no se formaron comunidades. Fue el Espíritu Santo quien hace 15 años, exactamente el 20 de marzo de 1999, hizo venir a este pueblo, desde Bolivia, a un sacerdote italiano de 55 años de edad, para que anunciara la Palabra de Dios y ganara corazones de imienses para Cristo. La historia recoge que como este misionero no tenía un templo donde comenzar su trabajo, empezó a reunirse con los primeros que se acercaban debajo del puente de la carretera que está en la salida hacia Baracoa. Estoy seguro que, algún día, en ese lugar se colocará una tabla de mármol que dirá: “Puente Padre Mario”.
¡Gracias, Padre Mario, por su ejemplo de misionero, por su sabiduría de mente y de corazón, por su constancia, humildad y paciencia! ¡Gracias por haber creado esta comunidad que destaca por tener grupos de fieles que salen a misionar todos las tardes de todos los días del año! Comunidad que tiene la experiencia de la adoración diaria del Santísimo de 7 a 11 de la mañana y de 2 a 6 de la tarde. Comunidad que se preocupa y se ocupa de los necesitados y que con los fondos de un taller de costura que han inventado, compran los alimentos para dar de comer a más de 60 personas. Comunidad que tiene cada mes los importantes talleres para los animadores y catequistas de todas sus comunidades.
Hoy podríamos decir que esta bella Iglesia de Imías, que más bonita no ha podido estar, se convierte en Iglesia Catedral por un día porque celebramos en ella la Misa Crismal. Quizás alguno no sepa que se le llama así porque en esta Misa se consagrará el santo aceite del Crisma y se bendecirán los Óleos para los catecúmenos y los enfermos.
La Iglesia enseña que con el Santo Crisma, consagrado por el Obispo, se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados en su fe, y se ungen las manos de los nuevos sacerdotes, la cabeza de los nuevos obispos, las iglesias y los nuevos altares. Que con el Óleo de los catecúmenos, los que van a ser bautizados se preparan y disponen a su Bautismo. Y que con el Óleo de los enfermos, éstos reciben consuelo y esperanza en su debilidad.
También en esta Misa, todos los sacerdotes renovamos nuestros compromisos. Les volveremos a prometer a Jesucristo y a la Iglesia lo mismo que juramos aquel precioso día de nuestra ordenación sacerdotal en que, a cada pregunta que nos hacía nuestro Obispo, respondimos, asustados pero confiados: “Sí, prometo”.
Permítanme, pues, dirigirme a ellos.
Queridos sacerdotes: Como obispo siempre he sentido un sano orgullo al afirmar que, aunque ustedes son pocos en la Diócesis, cada uno vale por dos. Y doy gracias a Dios por ello. Dios sabe que, diariamente, en cada avemaría del Rosario, voy mencionando sus nombres y se los encomiendo a la Virgen. La verdad es que para nuestros sacerdotes, llámese Valentino (no se lo digan a nadie, pero el lunes es su cumpleaños), Rolando, Mateo, José, Jean, Mario (tampoco lo digan, pero su cumpleaños es el domingo que viene), Luis, Heidel, Roselio, Arturo o José Manuel, cada día de la semana es domingo o día del Señor. ¡Tienen tantas comunidades a su cargo, que no les alcanza un solo día para visitarlas a todas! Y por eso convierten cada día en domingo. A ustedes y a mí, como a Jesucristo, el Padre Dios nos ha enviado no a anunciar desgracias sino “a dar la buena noticia a los pobres… y anunciar el año de gracia del Señor” (Lc.4, 18-19).
A ustedes los laicos les pido que continúen rezando diariamente por sus sacerdotes. Satanás debe estar muy disgustado con el excelente trabajo que ellos hacen y podría estar pidiendo permiso, como hizo en tiempos de Job (Job 1,11; 2, 5), para probarlos a cada uno. Probarlos en su espíritu misionero, probarlos en su pureza, probarlos en su paciencia, probarlos en su fidelidad. Y desanimarlos y entristecerlos. Para ustedes los sacerdotes, y para mí, el obispo, el Papa Francisco nos dice en la Exhortación Evangelii Gaudium (# 264-265):
La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más… La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con amor. .. Urge recobrar el espíritu contemplativo que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva…Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar…Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar… Nuestra tristeza infinita se cura con un infinito amor.
Queridos sacerdotes: Es verdad que nosotros hoy renovamos nuestras promesas, pero también es verdad que Dios nos asegura, para consuelo de todos, que él seguirá siendo fiel con nosotros, que él seguirá siendo el mismo de siempre. En la Misa que celebramos cada día nuestro buen Dios nos dice lo que le dijo al desanimado profeta Elías: "Levántate y come que el camino que te queda es largo todavía" (1 Re 19, 7). Que el futuro, pues, no nos preocupe porque, ante cada nueva situación, Él nos mandará, como lo ha hecho hasta ahora, las personas adecuadas y las ayudas necesarias. A nosotros, por nuestra parte, corresponderá seguir repitiendo la misma oración que hacemos en la Misa: "No permitas nunca, Señor, que yo me aparte de ti".
¡Gracias, queridos sacerdotes, en nombre de esta Iglesia diocesana! Gracias por su entrega, por su dinamismo, por la fatiga de su trabajo, por el amor del día a día en sus comunidades. Cuiden unos de otros y tengan siempre abiertas las puertas de su corazón para sus otros hermanos sacerdotes. La mayoría de ustedes dejó su patria para venirnos a ayudar a los cubanos, a alegrarse con nuestras virtudes y a sufrir con nuestros defectos. La entrega de ustedes nunca la vamos a dejar de agradecer. A mí y a ustedes, el Papa Francisco nos ha dicho: “Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. No nos dejemos robar la fuerza misionera” (Evangelii Gaudium # 109).
Queridos hermanos laicos, queridos diáconos, queridas religiosas: también ustedes han sido ungidos con el sagrado Crisma. Ustedes forman parte también del Reino de sacerdotes y están llamados al culto y al testimonio. Por ello, ésta es también la fiesta de ustedes. Acojan y cuiden a sus sacerdotes. Si es verdad que ustedes los necesitan a ellos, también ellos los necesitan a ustedes. Pidan para ellos un amor ardiente a Jesucristo y un amor grande a la Iglesia. Acompáñenlos cuando experimenten el dolor y la cruz. Recen por sus sacerdotes y pidan para nosotros el regalo de la fidelidad hasta el último segundo de nuestras vidas.
Ustedes, los laicos no son religiosos ni sacerdotes del altar, sino que son sacerdotes en el mundo, son profetas en el mundo, son reyes que deben trabajar para que Cristo reine en la sociedad, en las estructuras, en el mundo. Ustedes deben animar lo bueno que en el mundo se hace y rechazar lo malo que en el mundo se pueda estar haciendo.
De manera especial nos ha dicho el Papa Francisco a todos:
Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (Evangelii Gaudium # 49).
Queridos hijos: “Tiempos recios son éstos”, escribió Santa Teresa hablando de su época de hace 500 años. Tal vez diría hoy lo mismo de la nuestra. Los tiempos que corren no son fáciles en ninguna parte del mundo. Si ya ser cristiano se ha vuelto difícil, ser buen cristiano se ha complicado más cada día porque, como le pasó a Jesús en la sinagoga, “todos tienen sus ojos fijos” (cfr. Lc. 4, 20) en nosotros para ver cómo actuamos. Pero, afortunadamente, Dios camina junto a nosotros.
Aquí están presentes también las cuatro comunidades de religiosas de la Diócesis: las Hijas de la Caridad, las Misioneras de la Madre Teresa de Calcuta, las Hermanas Claretianas y las Hijas de la Altagracia. Como ellas son mujeres que rezan mucho, me gusta mirarlas como los pararrayos de la Diócesis. ¡De cuántos peligros nos deben haber librado ellas con sus oraciones! ¡Gracias, Hermanas, por tantos enfermos visitados, tantas personas consoladas, tantos “corazones vendados y buena noticia a los que sufren” (Is. 61, 1-2), tantas personas formadas en su fe, tantas delicadezas hacia los sacerdotes y el Obispo! Quiera Dios premiarles también su bella labor con nuevas vocaciones para la Iglesia. De manera particular, rezamos con esta comunidad para que se haga realidad el sueño del Padre Mario: la presencia permanente en Imías de las Hermanas Dominicas del Santo Rosario.
También están aquí nuestros diáconos permanentes, a quienes doy las gracias, en nombre de todos, por su cercanía y sus desvelos pastorales. Quiero hacer mención especial del diácono Ecris y su esposa Chebita, muy conocidos en esta parroquia por su meritoria labor. Queridos diáconos: Recuerden siempre que el día en que ustedes fueron ordenados, así rezó el Obispo:
Florezcan en su vida todas las virtudes, el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, el ejercicio humilde de la autoridad, la pureza del corazón y una vida profundamente espiritual… para que imitando en la tierra a Jesucristo, que no vino a ser servido sino a servir, merezcan reinar con él en el cielo.
Termino pidiéndole a nuestra bendita Madre del cielo, la Virgen de la Caridad, Madre de los cubanos, que cuide de cada uno de nosotros.
Que interceda ante Dios por el agua que necesitan nuestros campos y también por esa otra agua, el Agua Viva que es Cristo, y que necesita especialmente nuestra patria.
Que así sea.
------------------------------------------------
ORACIÓN POR LA LLUVIA
Dios, Padre de todos, en quien vivimos, nos movemos y existimos,
concede a nuestros campos la lluvia necesaria, a fin de que asegurado nuestro sustento diario,
podamos dedicarnos, con mayor tranquilidad, a conseguir los bienes eternos.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén.
No comments:
Post a Comment