Hoy pocos recuerdan su antiguo apelativo, o su nombre original para ser más exactos, para el común de los caminantes citadinos es Lope Recio, que no le va mal, porque alude al general mambí. Lo que sí es innegable es el cambio total que ha dado esta importante vía citadina que nos desemboca, desde la plazoleta de San Ramón, en la actual Ignacio Agramonte, antes y también después Estrada Palma, que en lo de coexistencias y resistencias de la memoria también hay tela por dónde cortar.
Nos salva, empero a la hora de reconocer la otrora vía o calleja antológica corriendo al fondo del ya también obsoleto espacio conventual de los mercedarios, segregado de sus funciones desde los lejanos tiempos de la desamortización del temible Mendizabal, una nota manuscrita sobre la imagen, que identifica sin lugar a dudas la citada calle.
El anónimo fotógrafo o el poseedor del retrato, acaso uno de los retratados sobre una añosa maquinaria en presumibles funciones de pavimentación, ha salvado así, para esta posteridad y las por venir, la duda consecuente que asalta la mente de quienes intentan re-localizar estos espacios ya casi inexistentes, en el entramado de la otrora ciudad, suceso que se acompaña de discusiones casi bizantinas y que rara vez se zanjan con apego a la estricta verdad histórica.
La añosa foto, que recupera esa memorabilia ya extinta, recrea en primer plano una añosa casona a todas luces de finales del dieciocho, o principios del diecinueve, ubicada en la esquina del actual callejón de Finlay, o del Cañón, como se acota en la foto, pero también conocido como el de los Ángeles, para no faltar a la más estricta tradición nominativa de este terruño. En la actualidad dicho inmueble cedió lugar a una vivienda de muy ecléctico signo.
Justo en la acera de enfrente, por el lado de los números pares, hoy los impares, sobreviven dos edificaciones de la época con la numeración correspondiente antaño a los inmuebles 4 y 6 respectivamente. El resto de las viviendas han dado paso a otras, y por ende la foto de marras es un testimonio silente de aquello que fue y ya no es.
La inevitable picota de la modernidad ha impuesto su severa ley, y sólo nos queda el lamento del poético vate que glosó con el dolor de su alma aquel verso todavía imperecedero:
ciudad que en el alma llevo,Puerto Príncipe de antañoque retrocedes hogañoante un Camagüey más nuevo(1)
[1] Fragmento del poema Adiós, Camagüey de Ayer del Sr. Medardo Lafuente.
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