Hace unos meses al fin mi amigo y conterráneo Enrique Cortés logró salir para España, luego de esperar varios años para que, basado en sus ancestros, le otorgaran la ciudadanía de aquel país. Fueron duros para Kike estos años de espera, manifestándose constantemente contra el orden establecido por el castrismo.
Casi contemporáneo mío, fue Kike uno de esos revolucionarios cubanos convencidos, totalmente entregado a la causa, desinteresado a tal punto que aún ahora, al irse, no tenía vivienda propia, ni nunca le cayó en suerte el derecho para comprar un automóvil ni un viaje al extranjero. Un tipo “de abajo” Kike, fiel, quien gustaba de citar una máxima del líder comunista vietnamita Ho Chi Minh: “El comunista es el primero en cruzar el puente y el último en llegar al banquete”.
Por mucho tiempo, el amigo Enrique Cortés se mantuvo como miembro de Partido Comunista de Cuba, enfrentando innumerables adversidades, vale decir, debido a su carácter o más bien a su modo de “comprender” el comunismo. Según lo que me contara en varias ocasiones, en el seno de su núcleo del Partido (célula del Partido Comunista de Cuba a nivel de centro de trabajo, considerada fiscalizadora de la administración y guía de los trabajadores), acostumbra plantear asuntos de cortes muy complejos. Como podría ser quejarse de que no pocos dirigentes revolucionarios, “desde los de muy arriba hasta los de la base”, habían establecido la moda de divorciarse y así dejar, a su ex, la vivienda que les había entregado el Estado, y obtener otra que les entregaba el propio Estado, con menaje y todo; y aun esto podría ocurrir cuatro veces; es decir, cuatro esposas y, algo tan deficitario, cuatro viviendas y su equipamiento. Kike Cortés pensaba que, en medio de las tremendas carencias de la población, esto no era justo, y así lo expresaba “en el seno de la organización”, como debía hacer un comunista. En algún momento, no sé si esto llegó a plantearlo en el núcleo de Partido del que formara parte entonces (espero que él me lo aclare, puesto que seguramente leerá estas líneas), el combativo Enrique Cortés me dio su parecer de que las mujeres eran por tanto más fieles, más sensatas, más confiables que los hombres para ocupar un cargo de dirigente: ellas no solían abandonar a su familia para irse con otro hombre, más joven y bello que sus esposos, subalternos casuales de ellas o no, como sí lo hacían los varones revolucionarios cubanos.
Sería el año 1993 más o menos cuando Enrique, quien ya hacía tiempo se había decepcionado de la revolución cubana y tiempo igual que había sido separado del Partido, mientras bebíamos alcohol de 90 grados en la casa de un amigo, nos dejó saber todo un ensayo acerca de la desigualdad a la que él, antes, se lamentaba, había ayudado a entronizar: “Qué jodido está un país en el cual tener un lapicero que escriba correctamente o un par de zapatillas Nike te sitúe por encima de la plebe”. Esta observación de Kike me pareció que resumía todos sus años de esfuerzo, desvelos y carencias baldíos. Lo del lapicero que escribía perfectamente azul y las zapatillas Nike lo puso como ejemplo porque el amigo nos había mostrado hacía unos minutos, con júbilo, estas dos consecuciones que le había traído de regalo un compatriota emigrante.
Antes, en 1977, cuando fue creado en la Isla el Poder Popular, Enrique Cortés, entonces un hombre joven que par de años se había graduado de la Universidad en una esforzada carrera nocturna, se sintió satisfecho, pletórico diríamos; el Poder Popular, desde la Asamblea Nacional hasta las de las jurisdicciones de barrio, era la fórmula perfecta para alcanzar al fin la igualdad, la participación ciudadana y todas esas cosas. Sería aproximadamente en el final de la década siguiente cuando mi amigo, quien durante los años precedentes tanto había persistido, como era su costumbre o su yo, al fin se rajó: no concibió que en cada período Fidel Castro resultara electo con el 100% de los votos como igual eran sancionadas con el mismo porcentaje las propuestas de Castro y su élite; ni mucho menos, decía, que sacaran a la gente a votar “voluntariamente” después de que los “activistas” les recordaran la noche antes que “hay que votar” y en la mañana les tocaran a la puerta para tal acción. O sea..., yo diría que el pensamiento de Kike Cortés fue madurando...: “No es posible, todo el mundo no piensa igual”, me confió por aquellos años cuando sus temas de conversación resultaban reincidentes: los dirigentes de la revolución seguían estrenando y abandonando viviendas, la población continuaba en crisis, ni las calles ni los parques eran remozados, a las asambleas de barrio del Poder Popular, en definitiva bajo el mando del Partido Comunista, la gente iba como por obligación, los delegados del Poder Popular de las jurisdicciones levantaban nuevas casas o mejoraban las que tenían y comían con relativa abundancia en medio de la miseria generalizada. Por entonces, se autoacusaba Enrique de ser un pobre tipo de buena fe que había querido enderezar el comunismo, mientras que el resto de la población, comunistas y no, más hábiles, tomaban los motivos de las denuncias de él como algo inevitable, y continuaban tratando de sobrevivir o algunos vivir lo mejor posible.
También por aquellas fechas, ya Kike estaba consciente de que su actuar lo había puesto en crisis con los dos bandos —lo cual, aunque no te lo dije, Kike, yo lo escuchaba desde años atrás—: los revolucionarios, atendiendo a ese afán de Enrique de “denunciar lo mal hecho”, y denunciarlo con nombres y apellidos de quienes lo hacían..., lo acusaban de ser un tipo “conflictivo”, “peligroso para la estabilidad de la revolución”, “un inconsciente capaz de ofrecer sin proponérselo información al enemigo”; y los apáticos al castrismo lo tomaban por “un revolucionario inflexible”, peligroso a la hora del “talle” con el bodeguero para “resolver” algo más de la cuota de arroz, con el panadero para conseguir un panecillo por encima de la ración, con la farmacéutica para gestionar el algodón de contrabando... Kike, ya te lo puedo decir: de cada bando te clasificaban como una especie de chivato, esa es la verdad.
Como apuntaba al inicio de estas líneas, hace seis u ocho meses, ya viejo —calculo, Enrique, que ya andas por los 65— mi amigo logró salir para España. Desde entonces se comunica asiduamente conmigo vía correo electrónico y me pide con constancia igual que dé a conocer, con nombre, apellidos y fotos, “lo mal hecho”, con persistencia, me aclara, por un dirigente revolucionario de, entre otros organismos, el Poder Popular, allá en nuestra Santa Clara natal. ¿Será que prima en Enrique, aún, un ánimo justiciero, o ya esto se le convirtió en una manía? Le he respondido que exponer “el mal ejemplo” del dirigente que me cita sería como llover sobre mojado. Él me ha contestado que nunca está de más “denunciar lo mal hecho”, con datos precisos, para el bien de la sociedad futura; “sociedad futura”, textual.
Bueno, pues resumo así lo que atestigua Kike Cortés:
Alexis Orlando García Fleites, doctor en ciencias, ha pasado por varios cargos administrativos y políticos en la provincia de Villa Clara. Siempre “robando a mano limpia”, lo cual mucha gente sabe, pero calla por conveniencia. Comenzó en el área de contabilidad de la Universidad Central Marta Abreu, de donde más tarde fue profesor y a la par se graduó de doctor. Luego de pasar un breve período en la fábrica de armas La Campana, regresó a la Universidad, donde se descolló por adueñarse unas veces, y otras por intentar adueñarse, de los viajes al extranjero. Salió de la Universidad gracias a ciertas “zancadillas” que le pusieron debido a la indignación que provocaba su oportunismo. Posteriormente pasó a la Asamblea del Poder Popular de Villa Clara, de la cual fue Vicepresidente del Consejo de Administración Provincial. Aquí, con una gran cantidad de recursos a su disposición, sobresalió por “mojar” a los jefes más altos mientras obtenía un gran poder. García Fleites antes había sido delegado del Poder Popular. En este cargo sus “informes para el nivel superior eran fraudulentos” y asimismo “los que presentaba a los vecinos”. De este modo, cuando los ciudadanos se atrevían a rebatir, sacaba su pose de arrogante y de cualquier manera justificaba los embustes que constaban en el informe. Hoy es el director de la Oficina Nacional de Estadísticas en el territorio y lo que ha hecho es tan gordo en sus robos que nadie lo puede imaginar: Por ejemplo, constantemente lleva para la casa de su suegra (no directamente para la suya, puesto que sabe que los vecinos lo están cazando) grandes cargas de alimentos; ¡pero grandes cargas! Le metió una placa [techo de concreto] de primer mundo a buena parte de casa. Cuando hace como tres años pasó un ciclón por Santa Clara y tantas personas vieron afectadas sus viviendas, el doctor García Fleites aprovechó el auge y puso el tramo de placa que le faltaba a su casa, con el aviso en la fachada: "Aquí se construye con esfuerzo propio". El esfuerzo, decía el barrio, lo ponía el Poder Popular. Posteriormente, el doctor García Fleites puso placa también a la casa de la suegra y, de inmediato, ha construido, encima de esta, la casa de la hija arriba. Para esto ha utilizado camiones estatales repletos de materiales y hasta ha ubicado allí su oficina para de este modo controlarlo todo. Y...
Bueno, Enrique, complacido. Con esta espero que te dediques a olvidar, no sé si a perdonar.
Nos vemos.
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