Se trata de un bello monumento de mediano porte dedicado a la Madres. Este cronista lo recuerda desde su niñez, todavía en su ubicación original, dentro del Parque de Diversiones ubicado en los predios de nuestro Casino Campestre, o también Parque Gonzalo de Quesada, como mejor quiera denominársele.
El recuerdo más reciente es de por lo menos un par de décadas atrás, la edad de mi hijo mayor, al que solía acompañar en su temprana niñez, como ahora a mis dos hijos más pequeños, a ese sitio emblemático, el también conocido como Parque de Arena, porque su superficie está cubierta por aquella que cubre igualmente nuestras extensísimas playas, recuerdo acaso imprescindible para todos los que impenitentemente soñamos con el azul verde coral de nuestro mar, cada vez más lejano en nuestra condición de mediterraneidad inevitable y otras hierbas difícilmente digeribles.
Pero volviendo al monumento de marras, este escribidor lo recuerda perfectamente: una sencilla efigie sobre un pedestal de una madre con su hijo en brazos. Un buen día dejó de verlo en su sitio, si la memoria no le traiciona, quedó sólo el pedestal, y luego ni eso. Se esfumó de un plumazo y con una pasmosa facilidad, a plena luz del día, o de la noche, qui lo sa, casi ante los ojos atónitos de todos.
Lo que muy pocos sabrán es que el desaparecido monolito, que sabrá Dios a donde habrá ido a parar, y jamás ha sido repuesto en su sitio,- o en alguna otra parte, en medio de tantas y sonadas “intervenciones” del antes citado parque-, es que fue donado a ese sitio, junto a otros tres de similar factura (Nuevitas, Florida y Elia), por la Gran Orden de la Perseverancia, institución fraternal fundada en la ciudad en 1909, y cuyo celebrado edificio social todos reconocen todavía en la intersección de las calles Independencia y San Clemente.
Al parecer, luego de erigida la estatua de marras, quedó la costumbre de peregrinar hasta el sitio cada segundo domingo de mayo, el día propiamente dedicado a las Madres; pero de tales hechos no tiene el escritor otra evidencia que la lee en una página promocional de la pre- citada organización fraternal, publicada en el Directorio Social de Camagüey de 1960.
Ojalá que su destino sea al final la de otras muchas esculturas famosas en la ciudad, a saber y cito de memoria un par: la dedicada a Marcelino de Champagnat(1), que adornaba el frente del Colegio homónimo en la Avenida de los Mártires, o la del Sagrado Corazón, del mismo sitio; piezas de excelente factura en finísimo mármol de Carrara, que despojadas por manos poco piadosas de sus sitiales, durmieron el largo sueño de unas tres o cuatro décadas, en lugares inopinados, hasta que finalmente pudieron ser rescatadas por la Iglesia católica.
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(1) Actualmente ubicada en le patio de la parroquia de San José, atendida por los Padres Jesuitas en la barriada de la Vigía, su devolución fue promovida por los antiguos alumnos Maristas que todavía quedan en la ciudad.
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