(JR) ¿En Retorno... rompes con todo lo anterior?
Evidentemente estoy algo cansado de la pintura que he hecho hasta ahora, y deseaba liberarme de las ataduras de un arte serio que ya me resulta aburrido y pedante. Tenía ganas de divertirme y divertir a la gente. Sé que esta nueva exposición es casi un suicidio artístico, porque es irme al extremo, es decir, transitar de una pintura casi monocromática, reflexiva y aleccionadora a este arte fresco, tan cercano al universo del niño. Por eso su título: Retorno a la inocencia, que reúne 16 obras (130 x 160 cm) a todo color, surgidas a partir de los dibujos de Andrea, que también se exponen junto con mis cuadros.
¿Y qué sucederá en lo adelante con tu obra?
—Lo próximo será defender esta manera de hacer arte porque en ella he encontrado una tranquilidad de espíritu y una reconciliación conmigo mismo que me eran desconocidas, y que necesito llegado a los 60.
«Yo empecé haciendo un arte feo, al estilo del bad painting, porque quise ir contra el buen dibujo, contra las cosas bien hechas. Ahora, con mi edad, he querido acercarme más a la gente, tal vez porque uno ya contempla la vida no con tanta severidad como cuando es joven, y dices que en realidad no es tan mala, y te reconcilias con las personas, brindándoles obras que sean más agradables a la vista. Aunque a estas alturas no me he podido curar del hecho de que cuando concibo algo demasiado complaciente, me veo impulsado a introducir un elemento disociador, que de algún modo “afee” el cuadro, para que no me quede tan lindo, porque entonces se apodera de mí la incertidumbre de si lo he pintado yo, de si es auténtico. Cuando me percato de que pudo haberlo pintado cualquier otra persona, que no se parece a mí, entonces tengo que rehacerlo, ponerle mi sello...».
Aún se habla de tu pasada expo, Los viajes del simulador, con que se celebró el aniversario 500 de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, y donde te estrenaste con el paisaje...
Quería probarme en el paisaje urbano, a partir de pintar espacios de ciudades de países que había visitado como Italia, Bélgica, Francia, Rusia, España... Estaba convencido de que el paisaje por el paisaje no aportaría mucho, y que solo agregarle a un personaje que ha estado muy presente en mi obra como el simulador, lo podía transformar en mi paisaje, darle cierta distinción.
«Aunque no aparezco en los cuadros sí estaba en ellos mi representación. Cuando incluyo al simulador digo: yo también formo parte de la sociedad, de esas personas, porque no soy un santo. También tengo ese vicio, inherente a la condición humana, debido a que nos pasamos el tiempo actuando a partir del rol que se nos ha asignado: dirigente, maestro, vendedor, proxeneta..., y como tales debemos actuar, con lo cual, en ocasiones, nos transformamos en lo que la sociedad exige. Si vas contra esa norma te vuelves un rebelde, un conflictivo».
¿Tienes algún problema con la belleza?
¿Qué me ocurre con lo bonito, que no con la belleza? Cuando comencé a pintar en 1970, la pintura que señoreaba era, sobre todo, muy colorida, y por eso mis primeros cuadros fueron en blanco, negro y gris. Por esa misma razón me alejé también de lo bien hecho en el dibujo: tomé obras del Renacimiento y las «desguacé». En el fondo se trataba de una especie de rebeldía contra esos clichés que, en mi opinión, dañaban al arte. Es evidente que de alguna manera siempre he asociado lo serio, lo más reflexivo, lo que transmite un mensaje más complejo con aquello que se distancia de la belleza, con lo imperfecto, con lo no acabado, aunque, por supuesto, no tiene por qué ser exactamente así.
«Soy un fanático de Picasso y recuerdo algo suyo que leí: si en un cuadro una mano te queda perfecta, pero el resto nada tiene que ver con ella, debes borrar la mano. Fíjate cuál era su filosofía: en lugar de llevar el cuadro a la perfección de la mano, lo que hay que hacer es llevar la mano a la imperfección del cuadro. Es una idea muy interesante».
¿En qué piensas a la hora de pintar: en el cuadro o en el espectador que lo valorará?
Pienso más en la satisfacción que me proporciona pintar, intentar hallar la obra de arte, que no es la pintura. La gente confunde la obra de arte con el cuadro o la escultura terminados, pero va más allá de lo cotidiano que hace el artista, simplemente sale. El quid está en que el cuadro logre una especie de halo, que cuando sea observado emocione, te conmueva, te sacuda.
«Por otro lado, pienso también en la complacencia que me ofrece crear una serie distinta, buscar nuevos elementos y temas, más que en la relación que se pueda establecer entre un cuadro mío y los espectadores. Eso puede parecer una paradoja, pues obviamente si pinto y expongo es porque quiero llegar a él rápidamente, pero en mi caso necesito primero entablar un vínculo espiritual, afectivo, con la pieza. La reacción del público son otros 20 pesos. Para poder crear necesito estar en paz conmigo mismo. Eso es vital, lo otro viene solo». (Leer entrevista completa)
Joel y Andrea María Jover en el programa "Del Camagüey",
del Telecentro Provincial, presentando la exposición
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Apertura de la expo en el Museo Provincial Ignacio Agramonte
Joel y sus dos nietos Cristian y Andrea Maria,
delante del Retrato de Cristian
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Ileana Sánchez y Joel Jover
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