Wednesday, August 20, 2014

Los días finales de Selva (por Manny López)


If you go away on this summer day
Then you might as well take the sun away


Selva se paseaba de habitación en habitación, maldiciendo todo a su paso. Cuando la gata se enroscó entre sus pies, le dio una patada tan fuerte que la lanzó encima del secretaire Luis XV que dominaba el comedor. La gata jamás maulló, ya que esto era habitual cada vez que su dueña perdía algo. Cuando hablo de perder, no estoy hablando de los aretes de perlas que una amiga le envió de lejos, y que le parecieron bastante insignificantes. Hablo de una lista larga en su vida, llena de borrones a donde ha ido a parar cuanta persona se ha acercado a ella, cuanta persona le ha dado cariño. Pero quién lo iba a pensar aquella noche de verano, cuando en la penumbra de una acera, posada en una silla plegable, vendía objetos de segunda mano encontrados en la basura de los vecinos de su barrio elegante, y de la casa histórica donde vivía; todo prestado, porque nada le pertenecía a esta mujercita diminuta que escondía mundos oscuros en su vestidito de Elie Tahari, tamaño 3. Con un aire de excéntrica, una Eurotrash trasplantada haciéndose la divina garza montada en patuletas se metía en el bolsillo a cada persona que se detenía en su puesto de baratijas. Con el tiempo todos se fueron dando cuenta del monstruo que se escondía en aquel cuerpecito de cubanita criolla, que era lo que siempre había sido. Sin embargo, yo me enamoré de ella a primera vista. Me fulminó con su sonrisa, y esa mirada de femme fatale mezclada con oveja pérdida y las siempre oportunas lágrimas que brotaban en menos de lo que canta un gallo, como decían en mi tierra. Pero antes de que poco a poco fueran saliendo los esqueletos del armario pasamos años viviendo como si fuéramos un matrimonio; un matrimonio sin sexo, porque a ambos nos encantaban los cerveceros. No vale la pena recordar tantas anécdotas que se extenderían como una de esas viejas enciclopedias británicas. Prefiero por el momento remontarme al final de sus días, cuando ya nadie sabía de ella, y no la recordaban.

If you go away, as I know you must
There will be nothing left in the world to trust

Con el tiempo Selva fue deshaciéndose de casi todo. Después de la muerte de sus familiares, también ella fue muriendo un poco. Su corta familia, además de un perro y una gata exiliada vivían a miles de leguas, pero nunca lo suficiente como para no enterarse de las continuas jugarretas de la Selvita. Siempre le llegaban noticias a su madre, que se hacía de la vista gorda, y tragaba en seco. Pero volvamos a los días finales de Selva, que lo demás ya no tiene mucho sentido contarlo. Semana tras semana uno podía ver un sinfín de objetos pertenecientes a ella en subasta decorando las páginas de Ebay. Cuando vi la foto del Beny, los discos de la Simone y el autorretrato de un pintor fallecido a quien idolatraba, me dije: “la tirana está en sus últimos días.”

Empecé a llamar a vecinos, a ver si la habían visto, si sabían algo de cómo estaba. Nadie tenía una respuesta a mis preguntas. Todos alzaban las cejas al oír mencionar el nombre prohibido. Todavía le guardaban rencor por aquel ataque de rabia, y lo que sucedió después. El fuego repentino que destrozó casi todo el edificio, la muerte de la vecina achicharrada y la mirada despiadada y fría de Selva que ni tan siquiera avisó a los bomberos. Todos sabíamos que la culpable había sido ella, pero una vez más salió impune de otro crimen. Al llegar los bomberos y policías cayó desmayada en los brazos de un negro americano que la sacudía por los hombros preguntándole qué había desatado tal fuego. Como una pluma se desplomó y al volver en sí lloraba a cántaros y todo quedó como siempre… sin resolver.

Después de ese episodio los pocos aliados que le quedaban en el barrio dejaron de saludarla. Si entraba al restaurante de la esquina, todos se hacían los locos y ni la miraban. Ella se dio cuenta y se encerró en su casa, allá arriba en la torre, y desde entonces poco más se supo.

Just an empty room, full of empty space
Like the empty look I see on your face

Pero las cosas siempre tienen su día. Si pensamos que nuestras acciones a través de los años no serán juzgadas, estamos equivocados. Parece que esa mañana final se despertó con hambre; algo raro porque ella vivía a base de sorbos de leche y Xanax. Abrió las puertas del armario donde normalmente guardaba las cosas más importantes para ella, y debajo de la manta negra con hilos dorados que había comprado su madre en un mercado de pulgas, sacó un sobre con dinero. Se vistió lentamente con un vestido azul mediterráneo y unas sandalias Prada de cuando salía a desafiar por las calles de la ciudad. Tomó el sobre del dinero y lo guardó en el único bolso que le quedaba; los otros habían sido vendidos, incluso los falsos que por supuesto había jurado que eran todos comprados en El Corte Inglés. Dicen que ni cerró con llave su casa; la puerta se batía con los aires huracanados que entraban por el balcón. Hasta al vecino medio sordo de enfrente le sorprendió tanto ruido; la música de la Simone se oía por todo el edificio, y las páginas de su diario volaban feroces por el cielo que se volvía grisáceo en pocos minutos, preparándose para una tormenta. No la vieron cuando se subió a la azotea con el bolso y los varios miles en el sobre. Su ex marido había dejado de visitarla, pero cada mes le mandaba un poco de dinero para que pagara sus cuentas. Llevaba meses sin pagar nada y cada vez que llamaban de la FPL les decía que por favor le dieran una extensión de pago porque su madre estaba hospitalizada con cáncer y no había podido pagar la cuenta. La madre había muerto hacía más de un año y en Tailandia nadie sabe lo que significa FPL. Del dinero que recibía sólo gastaba lo que consumía en leche y pastillas y de vez en cuando se daba algún gusto para recordar quién había sido. Su otra adición en los últimos tiempos era ir a consultarse con cartománticas y brujos que casi siempre le mandaban hacer el mismo trabajito: tomar una lengua de vaca e insertarle el nombre escrito en un papel cartucho, y luego coserla con hilo y alfileres y finalmente tirarla en la línea del tren. Era la única vez que obedecía ciegamente las órdenes que recibía.

La mañana se convirtió en tarde y la oscuridad se apoderó de los cielos y de aquel edificio, del cual salía la misma canción una y otra vez. Tomó horas encontrar a Selva desparramada encima del auto del vecino de enfrente, el que era medio sordo. Su bolso todavía colgaba del hombro derecho, y sus sandalias de marca se mantuvieron fielmente atadas a sus pies.

Los vecinos hicieron un círculo alrededor del carro, con la boca a medio tapar, incluso algunos hasta con lágrimas. No podían creer que la mujer más cruel y más diabólica que habían conocido había tomado la salida del suicidio. Dicen que cuando la policía entró a su apartamento para revisarlo, encontraron en las paredes blancas, donde alguna vez había colgado pinturas de artistas importantes y otros menos conocidos, unos enormes carteles que decían: "Les confieso que soy culpable, pero lo he pagado con creces. Esta soledad ha sido mucho más difícil que la muerte".

If you go away, as I know you must


Manuel Adrián López.  Cuento tomado del libro, “El barro se subleva”, publicado por Ediciones Baquiana.

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