Nota del blog: Agradezco a Joaquín Badajoz su cortesía de compartir, con los lectores del blog, sus palabras en la presentación del libro El Arma Secreta (Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014), Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” en la República Dominicana, del escritor y amigo José M. Fernández Pequeño (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com). Asimismo, mis agradecimientos a Ernesto G. y Ena Columbié de quienes publico las fotos que ilustran el post.
El evento se celebró el pasado viernes 5 de diciembre de 2014, a las 7:00 pm, en el Centro Cultural Español de Miami.
Fotos/Ernesto G
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Foto/Ena Columbié
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En ese entonces —hablo de 1958—, todavía los géneros literarios parecían respetar fronteras, convivir dentro de precisos límites condales. Hoy todo ha sido sustituido por la palabra “texto” que resume la escritura en su transexualidad, como potens híbrido, en el que importa la esencia, el ser de la escritura multiplicado, más que su genética escritural. En este año de gracia de 2014 da gusto, sin embargo, saber que sobreviven cuentistas como los que describía Bosch, verdaderos artífices del género, quizás con la diferencia de que en ellos puede entroncar el “hombre que divaga” y el “hombre de acción”, mezclarse la mirada estática y la naturaleza activa, y provocar verdaderos “retardos” narrativos —aplicando el concepto duchampiano al combate de un solo round de Bosch—, como sucede con la narrativa de Fernández Pequeño.
En ese aliento largo, ese regodeo prosístico, y no tanto en su “naturaleza activa”, reside el encanto de El arma secreta. Microcosmos en píldora, novelas bonsái, con gran dominio de la primera persona, la tradicional narrativa confesional, homodiegética, a menudo alternada con un narrador omnisciente, que le permite complementar con solidez los puntos de vista narrativos, Pequeño es de esos autores que saben que la forma es el arte, que todo consiste en la “manera” de contar, en el dominio de las técnicas narrativas y la verosimilitud literaria creada por el dominio de la voz de sus personajes y el contexto emocional. Es por eso que en este libro de relatos, el lector avisado disfrutará la forma sobre la que riela la historia, las muletillas de estilo, las divagaciones, la pausa reflexiva, tanto como la trama, que a veces pareciera una excusa para ensayar la arquitectura narrativa.
Debo aclarar —como si de una declaración de conflicto de intereses se tratara— que Pequeño tuvo la “ocurrencia” de enviarme la reseña sobre su libro escrita por Félix Luis Viera para cubaencuentro.com, y que leí —aunque no suelo hacerlo— por disciplina y respeto a ambos. Eso, sin dudas, habrá influido en este texto, que aunque no pretende dialogar con la reseña de Viera, atiende a esas zonas en las que mi lectura difiere o matiza la suya. Dicho esto, puedo adelantar que, a mi juicio, dos de los textos que aparentemente rompen con la estructura de El Arma Secreta —premiada por Ángela Hernández, Armando Almanzar y Efraim Castillo, importantes cuentistas dominicanos— y que definitivamente podrían haber “sobrado”, ofrecen las claves para entenderlo como volumen temático, como pasajes de una milenaria odisea existencial, más que como un conjunto de cuentos unidos al antojo.
Los siete cuentos apretados en pinza entre Los conquistadores —un microrrelato cerrado como un poema, casi una prosa lírica— y El arma secreta — ficción histórica que intitula el volumen, y que es mi cuento favorito—, aunque están condicionados, de una forma u otra por sucesos paranormales, o en todo caso inusuales —un ronquido que hipnotiza, como un toque de queda marcial, todo un barrio (El arte de roncar; pág. 13); un pregonero que se lanza a vender condenado de antemano al fracaso (Un cierto olor a escalofrío; pág. 31); un pájaro azul, de garras moradas, que invade la casa caminando por las paredes (Rebeliones; pág. 49); un niño cíclope, pequeño Polifemo de la infamia y la ceguera (El cíclope; pág. 63); un tío perfeccionista que se diluye en sus propias lamentaciones (Imperfecciones; pág. 79); un empresario obsesionado con su compañía que intenta averiguar el misterios de unos extraños pasos en el apartamento de arriba y termina reencontrándose con lo que verdaderamente importa en la vida (Pongamos por caso; pág. 83); y las hipotéticas últimas horas de un profesor que sufre una enfermedad letal (El ombligo de María B; pág. 99)— están, como nota Viera, afincados en la realidad: incorporan —y cito a Viera— “elementos de lo onírico o lo simbólico o lo absurdo o lo paranormal; pero esto no obsta para que los relatos sean clasificados, sin dudas, como eso que solemos llamar ‘realismo’”(2).
Se trata, sin embargo, de un realismo altamente metafórico. Estas historias pueden interpretarse literal y traslaticiamente, al mismo tiempo, en esa conjunción de realidad y suprarrealidad que contiene nuestro complejo mundo subjetivo, nuestras a veces disfuncionales psiquis, aprovechándose de su móvil o su contexto simbólico, para reflexionar sobre la existencia humana, su tránsito tenaz, sus pequeñas rutinas. Atrapados, como decía, en esas tenazas históricas que narran la expedición de Lucio Cornelio y su pírrica conquista de Arkenia (que a mi se me antoja un anagrama de Karenia —en el amor la conquista es siempre una derrota, toda la grandeza queda generalmente en casa—), que será narrada muchos años después por Ainerka (otro anagrama de Karenia: mujer y ciudad convergen en todas las mitologías de la conquista), los siete cuentos restantes adquieren una unidad temática precisamente por la inclusión de estos dos relatos que desentonan, estos dos tigres albinos. Tratando de rizar el rizo, descubrir los caprichos de inclusión, es que uno advierte que en todos estos relatos sus protagonistas nunca logran lo que persiguen, no encuentran “el arma secreta”, pero ese componente surrealista será el resorte que dispara el enfrentamiento con su propia realidad, el gatillo que los obliga a interactuar con el mundo ordinario. También todos estos cuentos reflexionan sobre batallas fútiles, empresas fallidas, seres que intentan sobrevivir, revertir en un rapto cínico su papel de náufragos, hombres “fuera de su lugar” (El arma secreta; pág. 144), que festejan derrotas inexplicables (Un cierto olor a escalofrío), desesperados por el fracaso, a punto de desaparecer (Imperfecciones), transformarse o morir.
Mi segundo impulso, y casi definitivo, fue girar este texto hacia su indudable valor antropológico y lingüístico. Pequeño es un ventrílocuo, y lo hace sin esfuerzo, trasladando los registros de la oralidad, acomodando refranes, jocosidades e inventivas dominico-cubanas, con una gracia comedida, que es verdaderamente disfrutable por el lector. No son chistes, como sucede en mucha narrativa caribeña, que lastran y disminuyen los textos, sino estocadas de humor aliviando tensiones, dando disparos de gracia, mucho más contundentes que los reales, con esa ocurrencia dominicana a la que Pequeño —Santiaguero por partida doble, de Cuba y de los Caballeros, y por ende dominicano de Cuba—, sabe tomarle el pulso bien, y que está en toda la historia de Quisqueya, incluso en la más dramática, como cuando Antonio de la Maza remató a Trujillo diciendo: “este guaraguao ya no come más pollos”(3). Choteo que no es burla fácil sino agilidad mental, metáfora rústica, y que tiene uno de sus mejores momentos cuando el viejo Pablo bromea con Osvaldo en El ombligo de María B —uno de los relatos más complejos y redondos de este volumen— diciéndole: —Pero venga acá, licenciado. ¡Ese pescaíto no sirve ni pa’ carná! (pág. 105).
Así que Pequeño ha logrado lo que ya anunciaba en el exergo de Donoso que abre A.M. (relato suyo ganador del concurso Casa de Teatro en 2001, en el que todavía se nota cierto gateo cultural): que la simetría de su vida nazca de una raíz propia más poderosa que su voluntad. Escritor duplicado, ha logrado que entronquen las identidades del hombre bicultural, narrando historias y creando fascinantes personajes que ya entran por derecho propio en la literatura dominicana de una manera natural, que es para mi el mayor elogio que puede darse en el arte y la literatura: la impresión de que lo sobrehumano se ha logrado con la simplicidad de una vuelta de tuerca, que los titanes sudan por dentro. Y ya llegará el día en que un despistado vendedor de colmado — doppelgänger de algún impertinente vendedor de Home Depot, en la Cuba miamense, y que ha sido protagonista de uno de esos cuentos que el autor de El arma secreta quizás no escribirá(4) — le pregunte si es cubano, ¿verdad?, con la seguridad suicida que da la simpleza, el aparente dominio de las realidades maniqueas, antes de que Pequeño le responda: sí, ¿cómo lo supo? Cubano, cubano de Santiago de los Caballeros.
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1. Bosch, Juan. Cuentos escritos en el exilio. Editora Alfa & Omega: Santo Domingo, República Dominicana. Febrero, 1970.
2. Viera, Félix Luis. “El arma secreta”, de José M. Fernández Pequeño. Cubaencuentro.com; Noviembre 17, 2014. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/el-arma-secreta-de-jose-m-fernandez-pequeno-320917
3. Echerri, Vicente. La última "fiesta del Chivo", el ajusticiamiento de Rafael Trujillo. La Historia Pendiente, Yahoo. https://es-us.noticias.yahoo.com/blogs/historia-pendiente/el-ajusticiamiento-de-rafael-trujillo-184952151.html
4. Fernández Pequeño, José M. El escritor híbrido y la lengua del desconcierto, conferencia leída el 6 de septiembre de 2014 en la tertulia Letras de la Academia, actividad que organiza la escritora Ofelia Berrido para la Academia Dominicana de la Lengua. http://tertulialetrasdelaacademia.blogspot.com/2014/09/elescritor-hibrido-y-la-lengua-del.html
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Pongamos por caso (por José M. Fernández Pequeño)
El arte de roncar (por José M. Fernández Pequeño)
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