Wednesday, March 4, 2015

De Cacerías, Grávidas Ilusiones y el Inefable Precio del Amor (por Amir Valle)

 

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Nota del blog: El Precio del Amor se presenta en Miami el próximo sábado 21 de marzo a las 2. 00 p.m. en la tertulia literaria La Otra Esquina de las Palabras (Café Demetrio, 300 Alhambra Circle, Coral Gables, Fl 33134). El libro se  puede adquirir en Amazon haciendo clic aquí
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 De Cacerías, Grávidas Ilusiones
 y el Inefable Precio del Amor
 Prólogo a la segunda edición de El Precio del Amor, de  Félix Luis Viera (Alexandria Library, Febrero 2015)


por Amir Valle
Berlín, Enero de 2015



Todavía recuerdo la impresión que tuve (creo que por allá por 1991 o 1992) cuando terminé de leer el libro de cuentos Precio del amor, de Félix Luis Viera, publicado con una horrenda portada por Letras Cubanas en 1990. Esa portada (o mejor, ese sello de esperpéntica indigencia con la que perpetraba por esos años sus portadas la más prestigiosa editorial cubana) y la coincidencia de que Viera era (y sigue siéndolo) uno de mis cuentistas cubanos favoritos por su poderosa singularidad al recrear sus mundos de ficción, me hizo tener una de mis primeras discusiones sobre los vínculos entre la estética y el contenido a la hora de presentar una obra literaria, entre mi visión de que un libro era (también) una mercancía que debía ser atractiva si quería venderse y mi credo (confirmado con los años posteriores cuando se impuso en Cuba la impresión del sistema Riso y otras carencias tecnológicas) de que un gran texto literario merece una gran cobertura en materia de calidad, belleza, elegancia, arte. Hoy, luego de ver varios de mis títulos publicados en editoriales comerciales donde se prioriza mucho ese golpe de vista para que el lector se interese en comprar el libro, me sonroja recordar la escandalosa ilusión con la que yo mismo asistí a la publicación de mis libros en editoriales cubanas a pesar de que todos tenían también portadas horrendas.

La respuesta del escritor a quien solté en cara aquellas dudas (confieso, ese mismo Eduardo Heras León a quien acaban de otorgarle el Premio Nacional de Literatura este 2014) fue de un pragmatismo aplastante: “hacemos lo que se puede, con lo que se puede, Amir, y hay que dar gracias a que se publican”, me dijo, y luego de una pausa en la que vi su frente acanalarse con esas arrugas típicas que me hacían saber que pensaba, remató: “además, los escritores cubanos nos podemos dar golpes de pecho porque todos, hasta los más malos, tienen miles de lectores”.

No es una anécdota traída por los pelos. La rememoro aquí con toda intención. Primero, porque Heras León fue quien me exigió leer a (fueron exactamente sus palabras) “uno de los cuentistas cubanos más originales”. Mencionó dos libros: En el nombre del hijo y, haciendo énfasis en esto de la originalidad, Las llamas en el cielo. Segundo, porque justo ese día de nuestra discusión (y lo fue, pues me empeciné en decir que el mal gusto no podía justificarse por la escasez de recursos) lo aprovechó Heras para darme otra de esas recomendaciones a las que, es justo reconocerlo, debo mucho de lo que he logrado en mi carrera como escritor. En esos años me aterrorizaba cuando en una historia debía incluir una escena de amor: “¿Te fijaste en el modo en que Viera se mete en esas historias tan cotidianas”, me dijo entonces. “Este libro puede enseñarte mucho sobre cómo contar una historia de amor sin caer en las cursilerías y los lugares comunes de los principiantes”. Y así, luego de leer las ocho piezas narrativas de Precio del amor, escribí un cuento que transcurre justamente en esa ciudad, México, que Viera conoce ya tan profundamente en espíritu y terrenidad: mi primer cuento de amor. Tal vez esa fue la causa de la alegría nostálgica que sentí cuando me propuso escribir estas palabras, a modo de prólogo a esta reedición que espero tenga, esta vez sí, una portada digna.

Félix Luis Viera, lo digo sin que me tiemble la voz, pese a la brevedad de su obra cuentística, sigue siendo uno de los cuentistas más originales de las letras cubanas. El sello que impuso en Las llamas en el cielo, que remarcó luego con En el nombre del hijo y que cotidianizó (permítaseme esta licencia del uso verbal) en Precio del amor no ha sido aún superado (ni siquiera imitado) por ningún otro narrador cubano. Pertenece a esa rara (y escasísima) especie de cuentistas cuya obra son hitos perfectamente identificables por la singularidad de su estilo junto a, por sólo citar a los que me parecen más interesantes, Lino Novás Calvo, Virgilio Piñera, José Lorenzo Fuentes, Antonio Benítez Rojo, Eduardo Heras León (éste básicamente en sus dos primeros libros: La guerra tuvo seis nombres y Los pasos sobre la hierba), Carlos Victoria, Achy Obejas, Aida Bahr, Guillermo Vidal Ortiz, Daína Chaviano (su cuentística fantástica) o Ángel Santiesteban.

Precio del amor, digámoslo también con claridad, es uno de los libros más hermosos y desenfadados escritos en Cuba sobre el tema del amor entre sexos distintos. Hermoso, en tanto cada una de las narraciones combina esa meticulosidad (un respeto exquisito por el lenguaje y sus posibilidades comunicativas) con la que Viera escribe y el singular poeta que, también, es Viera. Desenfadado, en tanto las tramas narradas cargan con todas esas imbricaciones irreverentes, lúdicas, sensuales con las que los seres humanos practican desde el inicio de los tiempos ese juego de seducción racional (y a la vez libidinosamente animal) que busca terminar en amor o, simplemente, en cópula.

La propuesta de miradas hacia el amor de Félix Luis Viera en este libro es tan diversa como diverso puede ser ese momento en la vida de cada persona: Un esposo aplastado por el tedio matrimonial que, mediante la frustración de un ser marginal, perdedor y borracho se enfrenta a muchas preguntas sobre su propio matrimonio (“En tantas cosas”); la pesada y frustrante carga de la infidelidad cuando traición, amor y compasión aderezan el triángulo amoroso (“Dos malas palabras”); el callejón sin salida al que conduce la seducción cuando las circunstancias empañan los límites entre el deseo, la cordura, la racionalidad y la decencia (“Problema versus problema”); la sorpresa exultante de un hallazgo que se creía muy lejano, inextricable (“Solo en la noche”); la anhelada, casi cierta y sensual posibilidad de un abrazo que la fatalidad trunca (“Cursi y sensiblera historia de amor”); la consumación de la llamada secreta del deseo entre dos seres que las apariencias y las convenciones podrían mantener como dos extraños (“Mirada”); la voluptuosidad engañosa del galanteo, sus terribles y desilusionadoras trampas (“Noemí”) y el juego de los sueños en torno a las pasiones, a los reprimidos apetitos de la sensualidad, a las ilusiones de lo que podría ser (“Circuito abierto”).

Uno de los detalles más significativos de este libro es el equilibrio que mantiene Viera a la hora de abordar la sensibilidad y el modo de pensar y reaccionar de sus protagonistas femeninas que, a pesar de que son observadas desde la perspectiva del hombre que en cada cuento es coprotagonista de la historia, logran trasmitir ese universo complejo de limitaciones, liberalidades, costumbrismos arraigados, prejuicios y conquistas que rodean el accionar de la mujer moderna, ya sea en Cuba o en los países desarrollados donde transcurren algunas de estas tramas. Y es que se prioriza la ubicación de las protagonistas en peripecias muy lejanas de los esquemas clásicos de la indefensión femenina, de su habitual categorización como “sexo débil” o incluso en la utilización de la figura de la mujer como un ser superior, a veces femme fatale: la mirada con la que el escritor arma el esqueleto, la carne y el ámbito espiritual de sus personajes femeninos las coloca en igualdad de condiciones, aspiraciones vitales y poder de resolución en ese antes mencionado rito eterno del juego del apareo en la especie; balanza esta que confiere a cada una de las piezas narrativas el carácter de lidia, de racional contrapunto de los sentidos más íntimos, y al mismo tiempo de puesta en escena donde los personajes serán víctimas según su elección al ejercer el libre albedrío respecto a la eticidad de la relación entre pareja o a la pura carnalidad que desata el desenfreno del deseo. Racionalidad y animalidad se verán así enfrentadas, curiosamente retroalimentándose, y es en esa pugna donde las simples historias contadas por Viera se elevan como verdaderas reflexiones sobre tan cotidianos (y por qué no, burdos, repetitivos) asuntos de la vida. Sus aparentes simples historias de amor, gracias a ese contrapunto entre el raciocinio y el comportamiento instintivo del animal que somos, se convierten en un inquisitivo acercamiento a un asunto vital de las relaciones humanas. Cacerías frustradas, grávidas ilusiones, desengaños aplastantes, soledades rebeladas contra uno mismo: el inefable precio del amor, en fin.

No por sabido, debe obviarse otro detalle: Félix Luis Viera es uno de esos cuentistas que tienen el raro don de cargar sus cuentos con densas cuotas de suspenso sobre el devenir de la trama; de ahí que sea natural sentir ese deseo de continuar leyendo, pues una fuerza invisible nos hala, nos obliga a seguir dilucidando el hilo de Ariadna colocado magistralmente a lo largo de las historias. Pero también es de esos autores que prefiere (para decirlo al modo de Cortázar) al “lector macho”, ese que no se queda esperando a que el narrador le devele todas las claves, pues necesita también formar parte de lo que se cuenta, aunque sea poniendo su versión (su visión, su decodificación) sobre los sucesos que va leyendo. Y es así que, impelidos hacia el fin por un cántico de sirenas que no puede ser jamás eludido, cada una de estas anécdotas escenificadas en medio de una atmósfera tan ordinaria y repetitiva como la del amor tendrá una moraleja para descifrar, y esa moraleja dependerá no sólo de nuestra capacidad para desentrañar esa cualidad que tiene la buena literatura, el buen arte: su polisemia, sino también de nuestra personalísima experiencia de vida ante esas mismas situaciones que el escritor ha ficcionado.

La prosa limpia, a ratos poética, a ratos crudamente narrativa, y la capacidad de Viera para dar visualidad a las escenas, para construir personajes absolutamente naturales y creíbles, junto a la elección del diálogo justo, de la descripción necesaria (tal vez siguiendo aquel credo de Chéjov de que un personaje podría caracterizarse sólo por la forma de su bigote, o por un lunar) confieren a Precio del amor, además, la cualidad de libro rotundo, aportador también en el terreno de la hechura literaria. De modo que, vistas ya sucintamente algunas de las virtudes más notables de este libro, me atrevería a hablar de la perfecta conjunción de un ciclo cuentístico que comenzó con aquella zambullida del escritor a los mundos fantasmagóricos más absurdos e íntimos que nos habitan en Las llamas en el cielo; que continuó con ese entramado de peripecias también ensoñadoras e íntimas confrontadas con la cotidianidad otra (esa que habita afuera en el mundo de las convenciones sociales) en los cuentos de En el nombre del hijo, para terminar en esta etérea incursión en los ámbitos del espíritu y la carnalidad más humana a partir del precio a pagar al ejercer el más humano y divino de los dones: el amor. 

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