Nota del blog: Agradezco a Matías Montes Huidobro que comparta con los lectores el texto que escribió como introducción a su poemario Un Salmo quisiera ser, donde mas allá de hacer cronología y reflexionar sobre su propia obra poética, narra en primera persona como protagonista que es, parte de la historia de la literatura en español, de la segunda mitad del siglo XX y de los inicios del no ya tan joven siglo XXI. Asimismo, le doy las gracias por publicar una selección de los poemas que incluyó en el presente volumen.
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Palabras Preliminares
por Matías Montes Huidobro
Mis peripecias en el género lírico (y no me refiero a la zarzuela) las explico en el “Prólogo” de mi libro Nunca de mi te vas, en 1997, y aprovecho la ocasión para volver a algunas de ellas y agregar otras que no había contado. Aunque no pudiera parecerlo, la poesía (como ocurre con la música), que trasciende las apariencias externas tanto de lo irracional o de lo enfáticamente racionalizado, representa una presencia inmaterial que siempre ha jugado un papel particularmente importante en mi trayectoria literaria. El final de mi novela Concierto para sordos, largas secuencias de Esa fuente de dolor, y las mejores de mi novela inédita Una saga yoruba, dejan constancias de ello. Al contrario del teatro, que es un hecho corporal inclusive cuando se lee, la poesía y la música tienen una asociación con lo intangible, que configuran el “Concierto” que aparece al final de esta colección.
A partir de 1950, mi trayectoria queda definida en todos los géneros literarios, e inclusive antes de esta fecha, el lorquismo mal digerido me tocó de refilón e hizo sus trastadas, hasta el punto que Las cuatro brujas, obra de teatro que que fue mención honorífica en el concurso Prometeo de 1949, está toda escrita en versos, aunque esto no quiere decir que fueran buenos. Desde que tomo la decisión definitoria de ser escritor, en 1950, cuando tenía diecinueve años y sabía lo que quería ser, la poesía está ahí a partir de un poema clave, “El campo del dueño”, esencial para comprender mi obra literaria y mi persona.
Mi primer poemario, La vaca de los ojos largos, lo publica Mele en 1967. Después, en 1997, reúno casi todo lo que he escrito en treinta años en Nunca de mí te vas, unos doscientos poemas. Cometí un error, ya que debí haberlos repartido cuando menos en tres o cuatro poemarios, como hacen muchos poetas con más sentido común que yo. Ahora los vuelvo a reunir, pero elimino unos cuantos, pulo varios y agrego unos de una nueva cosecha en forma de una antología personal. Otros los mando al basurero.
Carlos Franqui: de Pueblo a Nueva Generación
Mi descubrimiento como poeta, si es que lo soy, se lo debo a Carlos Franqui, que publica “El campo del dueño” en el periódico Pueblo, primero, y en el primer número de la revista Nueva Generación después. Es un poema definitorio al cual me he mantenido fiel durante toda mi vida, que denota mi filiación social y mi identificación con los que nada tienen, la clase social a la que yo pertenecía, con una subyacente lucha de clases de modo imperceptible casi, que podría explicar inclusive, mi reacción inmediata, en 1959, respecto a lo que yo creía que era la revolución cubana, la píldora humanística de lo que no fue. Dejaba sentado, desde el primer verso mi distanciamiento del “dueño”, con el cual no tenía nada que ver, pero dentro de una concepción ilusionista de la tristeza, que me vincularía con ese cuento extraordinario, “¡Adiós, Cordera!”, del asturiano Leopoldo Alas “Clarín”, cuando la vaca, nosotros, somos llevados al matadero.
Aunque escribo en los cincuenta uno que otro poema, y todavía guardo alguno, ni siquiera toco de refilón a los origenista, para llegar al exilio con algún residuo lezámico, que da prestigio, y nada de Ballagas, mucho menos, y el toque de tambores. Entre 1959 y 1961, en Cuba, me concentro en el teatro, como crítico y dramaturgo, pero al tomar el camino del exilio el 27 de noviembre de 1961, y empezar a ejercer la enseñanza en la Universidad de Hawaii en 1964, mi trabajo se concentra en la investigación literaria, y en el aspecto creador se orienta hacia la lírica, primero, y la narrativa después.
Stephan Baciu: un mismo concierto con tres instrumentos diferentes
Compartía mis tareas de cátedra con Stephan Baciu, poeta rumano de importante trayectoria en los estudios hispanoamericanos, con el que teníamos, tanto Yara como yo, señas de identidad muy parecidas, ya que el propio Baciu era un exiliado de las dictaduras totalitarias, muy vinculado con el movimiento poético latinoamericano, y en frecuente contacto con un buen número de poetas centroamericanos, al que le debo una especie de redescubrimiento, parecido a lo que había hecho Franqui años atrás
Existía entre Baciu y yo una cierta competencia intelectual, pero dentro de algunos altibajos, en el transcurso de los años se fue desarrollando una amistad bastante sólida. Los dos empezamos a trabajar el mismo año en la Universidad de Hawai, y cuando llegó el tercer año, en el cual Baciu iba para ascenso e inamovilidad, en mi caso pretendieron posponerlo, cosa a la que me opuse de forma radical, planteando simple y llanamente que, de no darme el ascenso y la permanencia, me largaba. Así que en fecha tan temprana como el 1967, pasé meteóricamente de “assistant professor” a “associate profesor” con “tenure” (lo cual no era fácil), permitiéndome una seguridad e independencia profesional esencial para poder llevar a cabo mi trabajo.
Baciu editaba una revista literaria, Mele, principalmente de poesía, muy modesta pero con cierto prestigio, que enviaba con regularidad a poetas, intelectuales, colegas, amigos, a diferentes partes del mundo, particularmente a Latinoamérica, y empecé a publicar poemas en la misma con cierta regularidad, encontrándome entre uno de los fundadores de la publicación. Orlando González Esteva, por cierto, era uno de los poetas que Baciu publicaba en Mele.
Al cuidado editorial de Baciu apareció mi primer poemario, La vaca de los ojos largos, afirmando en el prólogo a esta modesta edición que en mí se reunían “armoniosamente, el cuentista, el autor teatral y el poeta se dan la mano de tal manera que queda, dentro de su generación, como una figura singular que toca un mismo concierto usando tres instrumentos diferentes”.
Victoriano Crémer: me daba tierra para mitigar mi desarraigo
Yo por mi parte, escribía mis poemas que enviaba a revistas literarias diversas, donde fueron gradualmente apareciendo. Estas actividades iniciales cobran forma con la publicación de La vaca de los ojos largos, que se abre con “El campo del dueño” y mis poemas empezaron a publicarse aquí y allá: Azor (Barcelona), Proa (León), El Día (La Plata), Carmorán y Delfin (Buenos Aires), El Día (Bolivia), Mairena (Puerto Rico), En Rojo (Puerto Rico), Letras de Buenos Aires (Buenos Aires), Ometeca (Nueva York), y en un par de antologías en la Argentina. También en Círculo Poético (Nueva York), Latin American Review (Pittsburgh), Poema Convidado (Colorado), Particularmente Luys Santa Marina, que dirigiera Azor en Barcelona; Manuel de la Puebla, español con residencia en Puerto Rico que me abrió las puertas de Mairena; y el joven puertorriqueño Hugo Martell Morales, que se satisfacía de haber sacado unos poemas míos, cubano anticastrista, en En Rojo, periódico de izquierda, seguramente pro-castrista, y Victoria Pueyrredón que dirigiera Letras de Buenos Aires; merecen mencionarse entre tantas zancadillas líricas. Estas y otras instancias me hicieron pensar que era poeta, cuando menos de algún merecimiento.
No es de extrañar, por algunas de las razones expuestas, que cuando en 1967 envío mi poemario a un periódico de León, Proa, tocara las fibras de Victoriano Crémer, que publica la primera reseña de La vaca de los ojos largos, en España, el 22 de octubre de 1967, donde también reproduce mi poema “El campo del dueño”, y al cual le debo unas especie de redescubrimiento o reafirmación de mi poesía. Quiero advertir que Crémer, para los que no lo saben, además de ser periodista, estaba respaldado por una extensa obra poética y narrativa, con un buen número de poemarios, poemas, premios y homenajes; pero yo, desarraigado en Hawai, y con poco sentido común para sacarle partido a los contactos, nunca lo conocí personalmente ni sostuve correspondencia con él. El juicio de Crémer, sin embargo, realmente me enorgullece, y releído hoy día, entre tantas negaciones, me hace pensar que quizás mi poesía tenga algún mérito, y es por eso que le dedico este libro, como ejemplo además de mis profundos vínculos hispánicos.
“Hijo de un trabajador de la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España, la infancia [de Victoriano Crémer] transcurrió en Burgos, Bilbao y León. Publicó su primer poema a los 16 años, en el semanario Crónica de León. Trabajó en su juventud como vendedor de periódicos, mancebo de botica, 'amanuense para ilustres jubilados', tipógrafo, locutor y periodista clandestino, mientras se involucraba en las actividades de los anarcosindicalistas de León, donde residió prácticamente toda su vida y donde fue una figura muy querida y respetada. Durante la República fue secretario del Ateneo Obrero Leonés. En 1933, publicó en el periódico madrileño La Tierra, 'Vía Crucis (Romance obrero)', un texto en prosa poética en el que glosaba la represión que siguió a la revuelta anarcosindicalista de Casas Viejas. El escrito le valió un premio literario dotado con 300 pesetas, pero también la apertura de un expediente militar. El capitán Juan Rodríguez Lozano, abuelo de José Luis Rodríguez Zapatero y mentor de Crémer, defendió al poeta ante el tribunal militar y logró que el expediente fuera declarado nulo. Durante la Guerra Civil Española se libró de la muerte en varias ocasiones y tras salir de la cárcel fue uno de los fundadores, junto con Antonio González de Lama, Luis López Santos, José Castro Ovejero, Luis López Anglada, Antonio Pereira y el también poeta Eugenio G. de Nora, la revista 'Espadaña', que sirvió de medio de expresión para muchos autores de la corriente llamada poesía desarraigada de posguerra, que tuvo no pocos enfrentamientos con el régimen franquista y canalizó la lucha de toda una generación de poetas que encontraron en ella su medio de expresión. Consagrado al periodismo, en 1938 comenzó su andadura en el periódico falangista Proa al día siguiente de salir de la cárcel y más tarde colaboró en Pueblo, ABC, Informaciones y la cadena SER.” Todo esto deja constancia de una personalidad controversial y contradictoria, aunque no estoy muy documentado en caso. “Su obra abarca desde el existencialismo hasta las preocupaciones sociales, moviéndose entre la denuncia de la injusticia y el afán de solidaridad. En 2007 celebró su centésimo cumpleaños y recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Pese a sus más de 100 años de edad, publicaba una columna diaria en El Diario de León, titulada Crémer contra Crémer. Su poemario El último jinete obtuvo el premio Gil de Biedma en 2008. Asimismo, en febrero de 2009 el escritor recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2008. Este galardón reconocía su trayectoria en el mundo de las artes, que inició con su primera obra, Tendiendo el vuelo, publicada en 1928. Falleció el 27 de junio de 2009, habiendo cumplido 102 años, como el poeta más longevo de España” (Wikepedia)
El hecho de que nunca lo conocí, acrecienta lo mucho que significa para mí la evaluación crítica de Crémer, y sus humildes orígenes, le dan mayor significado a lo que publicó en Proa en 1967, cuando yo no era más que un poeta desterrado, prácticamente de todas partes, y totalmente desconocido. “De Matías Montes Huidobro”, afirma, “no teníamos información biográfica ni bibliográfica hasta este momento”. Al mismo tiempo que reproducía “El campo del dueño”, escribía lo siguiente:
“Matías Montes Huidobro transforma la poesía avasalladora en vivencias en lugar de todo lo contrario. Los temas de sus poesías arrancan de la contemplación del mundo y al mundo vuelven, polvo del polvo, con la elocuencia irrefrenable de lo evidente, de lo palpitante, de lo sangrante. Pero sin engolar la voz, sin intentar vulnerar los deslumbramientos interiores con halagos del lenguaje. Hay momentos que bajo la crepitación de la llama, se advierten las cenizas calientes de César Vallejo, como en ese estremecedor poema “El campo del dueño”, pero siempre manteniendo un acento muy personal. Poeta tan de nuestra hora que de ella trascienden no hechos, no episodios, sino, lo que es más importante, formas de ser. Las fórmulas tradicionales de expresión y de forma han sido superadas por la acción directa del hombre ante su mundo, ante sí mismo. El contacto con esa poesía simple, directa, honda y valerosa nos impone una revisión radical de muchas de las apariencias que todavía libran batalla en nuestro campo” (Victoriano Crémer, Diario “Proa”, León, España, Oct. 22, 1967).
Entonces, ¿de qué me quejo?¿Qué más podía pedir un desconocido poeta cubano desterrado que publicaba el más modesto de los poemarios desde una isla paradisíaca en medio del Océano Pacífico? ¿No era suficiente? Tal vez me dolía que, para esa fecha, y hasta mucho tiempo después, ningún cubano me hiciera reconocimiento parecido. ¡Qué diferente el tono de Crémer con el de Raggi, (que comento más adelante) que me distanciaba con un gesto al que se le hacía difícil ocultar el rechazo!
El punto es que mis vínculos con Crémer son más profundos de los que a primera vista pudieran parecer, enraizados al complejo conflicto de la Guerra Civil Española y el carácter nacional como heredero de una tradición cultural. Si el mentor de Crémer fue el capitán Juan Rodríguez Lozano, (abuelo y mentor del ulterior ministro socialista, José Luis Rodríguez Zapatero), un republicano que defendió a Crémer ante un tribunal militar y logró que el expediente fuera declarado nulo, no es de extrañar que fuera Crémer a su vez, quien reconociera mi “campo del dueño”, mi identidad social, incluyendo de paso el hecho de que mi abuelo paterno, Cesáreo Montes, médico, fusilado por fuerzas republicanas en una pequeña aldea en la provincia de Santander, le daba adicionales resonancias, sin ignorar mi pasión por el Bierzo, Ponferrada y Enrique Gil y Carrasco, mis señas de identidad cubano-españolas, que vibran en poemas como “Castilla es ancha” y “El Sil a cada paso”. Es decir, Crémer “me daba tierra para mitigar mi desarraigo”. Pero más allá de cualquier militancia política y fratricida, estaban los desposeídos de la tierra que era el vínculo común al fondo de las minas y me reubica a mí dentro del marco de mi propia guerra civil que me llevó a Hawai, desde donde le enviaba mis poesías. Su humilde procedencia, sus vínculos de raíz con los campesinos, los obreros y los mineros, con los que nada tienen, lo explican y me explican.
El propio Crémer ahonda en mi identidad a medida que ahonda en la suya, y me descubre en la propia experiencia de la lírica hispánica cuando afirma: “Los escritores y los poetas de España trabajamos en solitario, robinsonianamente aislados del resto de nuestro mundo –cuyas fronteras se extienden más allá de los mares”, y agrega: “como su autor ‘nos sabe’ a español errante, y casi hasta berciano de las orillas del Sil, lo acogemos con la sorpresa emocionada y jubilosa de un descubrimiento que, por razones de cultura, de sensibilidad y de vinculación, nos corresponde”.
El que establece con Vallejo, que he leído muy poco y que no forma parte de mis ensayos literarios, los mencionan otros investigadores, como Sylvia Burunat en el Biographical Dictionary of Hispanic Literature en United States, editado por Nikolás Kanellos para Greenwood Press en 1989. “Influences by Pablo Neruda and César Vallejo have been ascribed to his poetry. In fact, Matías maintains a very personal and intimate tone which differentiates him from other contemporary poets”. Pero más que las relaciones marxista-leninista que no tengo con tales poetas, debe ser la conciencia del desarraigo social y la injusticia que sufren los humildes (en el caso de Vallejo, porque con Neruda poco tengo que ver), lo que nos relaciona. Como dijo Luis Alberto Sánchez cuando se publicó Trilce, “¡silencio!” será el caso de Nunca de mí te vas, y lo que me coloca en excelente compañía. Mejor aún, la voz del propio Vallejo, destaca que su “libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás […] ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!».
Carlos M. Raggi: una distancia insalvable
Ciertamente ni en Miami ni en La Habana La vaca de los ojos largos tocó las fibras de nadie, aunque justo es reconocer que en Troy, New York, Carlos M. Raggi me la reseña para la revista Círculo, en 1968, aunque su aproximación crítica implica un distanciamiento y difiere grandemente de la de Crémer, al partir de una “endogamia creativa” que empieza por alejarnos y crea una distancia insalvable. De una sensibilidad muy diferente a la de Crémer, algunas observaciones positivas que hace sobre mi labor poética están entremezcladas con muy negativas reticencias, y el que quiera leerlas lo remito a que las busque. Lo cierto es que si en el crítico leonés no hay regateo, en el cubano sí lo hay, de forma gratuita, detrás del cual se esconde un resentimiento de lucha de clases, que tanto va a empañar la crítica cubana de las dos orillas por más de medio siglo, aquí y allá.
“La Generación del 60 se aísla para mejor cultivar sus personales inspiraciones. Endogamia creativa de bulbo que absorbe mejor las substancias terrestres mientras más se le encierra, para luego, al florecer, dejar que con su vista se recreen los que sólo mediatamente le dieron vida”, afirma, y agrega: “De este modo enjuicié genéricamente todo un grupo de poetas y cuentistas cubanos que alrededor de la década comenzaron a producir con una cierta fiereza creativa que está cuajando en obra. Montes Huidobro pertenece a esta generación y en líneas generales los poemas que recoge Mele confirman su filiación generacional. Creadores de su propia visión, de su propio mundo circundante, la naturaleza es vista hacia “lo interior” con ojos perdidos “ante la dimensión inmensa/ de los siglos” –una naturaleza que no concita recuerdos sentimentales y aparece sólo como forma geométrica desprovista de significado sensorio” […] “MH rechaza las imágenes y su poesía se desliza natural, descifrable, verbal. Sigue la corriente post modernista que proclama lo innecesario del adjetivo postizo y sólo acude a él para determinar los substantivos que así lo requieran” Y finalmente señala: “Para nuestro gusto, educado en una época de pulcritud de lenguaje, discordan en su vocabulario algunos vocablos asqueantes o con asperezas de sexo desprovisto de espíritu”
Pero al mismo tiempo que me reprocha mi vocabulario lírico, no vacila en cargar su texto crítico con referencias excrementales (que omito) a “la vaca de los ojos largos”, que me ofendían y creaban una “insalvable distancia” entre él y yo (un escritor recién llegado que había quemado las naves y tomaba el camino del exilio), y entre él y Crémer, aunque definiendo, después de todo, la textura de mi interpretación del mundo, tan distante de toda “endogamia” lezámica”, e iniciando el regateo, que no hay en Crémer.
Torre de Tavira: Dios los cría y ellos se juntan
No deja de ser significativo que algunos de los mencionados “vocablos” tuvieron sus ecos en la censura franquista española, cuando mis poemas, a punto de aparecer en el “Suplemento Antológico Torre de Tavira”, dieron lugar a que se llevara a efecto un secuestro de la edición, decretado por el régimen de Franco, que no quería dejar corto al discurso castrista, apareciendo en el Diario de Cádiz, el martes 14 de abril de 1970, la nota que sigue, que en sí mismo define mi posición en el marco del desarraigo:
SECUESTRO DE LA EDICIÓN“SUPLEMENTO ANTOLÓGICO TORRE DE TAVIRA”Por el Juzgado de Instrucción número uno de Cádiz ha sido acordado el secuestro de la edición del “Suplemento Antológico Torre Tavira”, que contiene un poema titulado “De la vaca de los ojos largos” cuyo autor es Matías Montes Huidobro, residente en Honolulu, según figura al pie de la publicación. Esta medida es consecuencia de las actuaciones que se siguen, iniciadas por la Delegación Provincial de Información y Turismo en Cádiz, que dio cuenta de los hechos al Ministerio Fiscal, por entender que el texto infringía el artículo segundo de la Ley de Prensa, por atentar contra la moral.
No recuerdo exactamente cuál sería el dichoso poema que atentaba contra la moral. Puede que fuera, seguramente, mi poema al “pene” donde reconozco se me fue la mano.
Ya que no se ha comprobadola eternidad del amorel penese ha convertido en símbolo fálicodigno de admiración social.
Comprendo que no es gran lírica, aunque hoy en día bien pudiera pasar inadvertido, y en el cual concluyo diciendo:
La sociedad es un gran peneeyaculativo.Por lo demásse construyen casasse inventan personajes que songrandespenesy se les rinde tributoen las pantallas de los cines.Como una buena amiga me dijoson cuentos de hadas de nuestro tiempo.
Conste que lo cito como documento, y no por su calidad lírica y en Nunca de mí te vas, yo mismo lo omití, no por atentar contra la moral, sino por malo. Pero en 1967, ni Crémer, ni Baciu, ni Yara, ni yo, nos escandalizamos por tan poca cosa. Volviendo sobre el mismo, y otros por el estilo, casi medio siglo después, me parecen, de un lado, poemas de avanzada pornográfica, muy de los sesenta (Make Love, Not War), que pueden leerse en cualquier recital. En fin, que algo tengo que agradecerle a la censura franquista y a los criterios de Raggi, aunque comprendo que no son poemas antológicos, y seguramente en Cuba, en la época del parametraje, también hubieran sido objeto de una redada.
Por el contrario, en una circular que recibo, procedente de la Radio Nacional de España, Centro Emisor del Sur, me llega una reseña de Manuel Zamorano, trasmitida por radio, en la cual dice: “He aquí un libro de poemas de un excelente escritor cubano, que desempeña sus funciones pedagógicas en la Universidad de Hawai. Ya conocíamos la fama y el prestigio de este escritor a través de su último libro de narraciones cortas y en el que sobresalía la exaltación del paisaje cubano que enmarcaba a unos personajes fuertes, dramáticos y llenos de ardiente vida. Ahora nos llega este magnífico libro de poemas. Poesía cálida, audaz, reveladora de una fuerte ironía sobre la sociedad y los tipos humanos de nuestro tiempo. Como poeta, Matías Montes está en la línea de lo que Stephan Baciu califica como poeta amante de la libertad, de la armonía, de la belleza. Estas tres coordenadas señalan el campo poético del autor. Hay libertad de la expresión; una exultante belleza en las imágenes y una exquisita armonía en el ritmo de los versos. Como en todo libro de poemas se acostumbra a destacar una poesía, que es reveladora del buen arte del poeta, destaco la que dedica a la memoria de Shirley Jackson, con un ritmo musical que se acerca al clásico minué. La reiteración de la frase le da al poema una cierta cadencia sincopada, que lo hace sumamente agradable”.
Orlando Rdríguez Sardiñas: dos orilla y una sola poesía cubana –una posición no excluyente
Pero no será hasta 1973 que un nuevo redescubrimiento tenga lugar, cuando Orlando Rodríguez Sardiñas me sitúe dentro del contexto de la poesía cubana, en un libro fundamental que pienso no ha recibido todo el reconocimiento que merece, y me incluya en La última poesía cubana, publicada por Hispanova de Ediciones en España. Para esa fecha ya José Olivio Jiménez me había incluido en la nómina de los poetas cubanos que habían tomado el camino del exilio, pero Rodríguez Sardiñas es mucho más específico. Como certeramente indica en el prólogo “las antologías y los estudios de poesía cubana, pecan de partidarismos de uno u otro color, y amparados por políticas de otras miras tratan de ignorar la producción de “la otra orilla” en un afán de reducir al olvido lo imposible de olvidar. Tanto los poetas que forman parte del acontecer revolucionario en Cuba como los que han dejado la Isla, siguen creando y trabajando en una labor seria de poesía en marcha. Tanto dentro de Cuba como fuera de ella surge la nueva grata de la buena poesía en el trabajo cumplido de un poema terminado”. Más adelante afirma que “tanto en nuestra antología como en nuestro brevísimo estudio, los poetas cubanos aparecen reunidos por primera vez, con el sólo propósito de mostrar la verdadera cara de nuestra poesía, y a pesar de que los separen y dividan distintos puntos de vista políticos y sociales”. Cabría preguntarse, ¿en un período de más de cuatro décadas se ha publicado alguna antología tan abarcadora de la poesía cubana, que vaya de un extremo al otro del péndulo poético y político como la publicada por Orlando Rossaridi en 1973? Realmente, lo dudo, y en todo caso y en lo que a mí respecta, la inclusión que me hace es un reconocimiento muy importante de mi trabajo, ya que se trata de una de las antologías más significativas de la lírica cubana y la primera, y hasta ahora ya entrado en el siglo XXI posiblemente la única, que recoge de igual a igual poetas de las dos orillas, del antes y el después, donde lo mismo están Roberto Fernández Retamar que Ángel Cuadra, Manuel Navarro Luna como José Lezama Lima: una colección que hoy en día no sería posible publicar en el exilio sin levantar graves sospechas.
1967-1997: donde no se dijo nada
En Miami de La vaca de los ojos largos no se dijo absolutamente nada. Y por más de treinta años, de la publicación de mi primer poemario hasta Nunca de mi te vas en el 1997, mi obra lírica es apenas mencionada. Ciertamente reconozco que en comparación con mi trabajo como dramaturgo, narrador y ensayista, mi producción poética es más reducida, pero existe cierta tendencia a no prestarle mucha atención cuando el texto poético pertenece a un escritor más conocido en otros géneros. Hay buenos poetas que escriben muy poco, poquísimo, y malos poetas que escriben mucho más de lo que deben escribir. Hay poetas que se conocen como tales por un par de buenos poemarios, a veces de unas cuantas páginas con grandes espacios en blanco. No obstante ello, de 1967 a 1997, mis poemas aparecen en Azor (Barcelona), Mele (Honolulu), El Día (La Plata), Carmoran y Delfin (Buenos Aires), Letras de Buenos Aires (Argentina), Ometeca (New York), Poema Convidado (Colorado), Contra Viento y Marea (Hoboken, New Jersey), Mairena (Puerto Rico), En Rojo (Puerto Rico), varias antologías, y particularmente en Latin American Review (revista profesional muy prestigiosa) gracias a Luis González Cruz, que me traduce al inglés, publica varios poemas de mi autoría, me entrevista e incluye comentarios críticos que mucho le agradezco. Pero en una publicación en Miami, no me publican ninguno. Reconozco que participo un par de veces en la Palestra Poética que organizaba el Círculo de Cultura Panamericano en Miami, pero de ahí no pasó la cosa, salvo el caso de Poesía Compartida (Miami, 1980) en la cual, treinta años después de mi llegada al exilio sí se me reconocía como merecedor de aparecer en una nómina de poetas reconocidos como tales. En 1988, Pablo Le Riverend hace una importante contribución bibliográfica en su Diccionario bibliográfico de poetas cubanos en el exilio, en que me incluye. Ya para 1990, Sylvia Burunat, mencionada anteriormente, discute mi poesía extensamente en Biographical Dictionary of Hispanic Literature in the United States (Greenwood Press, 1990).
1977. Un rescate boliviano. De Clemente Airó a Hugo Buero Rojo
Pero entre todos estos avatares en torno a mi creación poética, el escritor boliviano Hugo Buero Rojo merece en particular referencia. Hace poco, en medio de una revisión de mis archivos, me encontré con una página que me dedicó por entero el “Diario” de La Paz, del domingo 7 de agosto de 1977, que estaba a su cargo, en aquellos momento, que no dejó de sorprenderme, con el trabajo que me cuesta que me reseñen un libro en Miami, y mucho más que me dediquen una página. Lo cuento entre mi más valiosas memorias de mi trayectoria como escritor, y particularmente como poeta. Que un boliviano que apenas conocía me hiciera merecedor de la misma, me dio una sacudida, particularmente haciendo un análisis retrospectivo de mis circunstancias.
Hugo Buero Rojo (1929-1931), novelista, investigador en historia, arqueología y turismo, hizo conocer como pocos la riqueza del territorio y la población de Bolivia en la Enciclopedia Bolivia Mágica, a la cual dedicó gran parte de su vida hasta su muerte en 1997. Su pasión por estos temas se inició colaborando en el Almanaque Mundial, Geomundo, y Vanidades. Fue director de la revista Confirmado Internacional (1967-1968) y tuvo a su cargo el suplemento literario de El Diario. Dirigió la Enciclopedia Temática en colaboración con muchos autores. Interesado en el cine, dirigió la película El lago sagrado. Publicó la novela La telaraña, 1973, Premio Erich Guttentag 1974, El valle del cuarto menguante 1975, Bolivia mágica, tres tomos, 1993.
A Hugo lo conocí en Bogotá, en 1975, a donde fui a dar una charla en una conferencia de SALAM, (Seminar on the Adquisition of Latin American Materials), resultado de las investigaciones que mi esposa y yo veníamos realizando sobre la poesía cubana del exilio, que se llamó “Nuevos escritores cubanos: una bibliografía trashumantes”, el cual dio lugar a la publicación del libro “Bibliografía crítica de la poesía cubana (Exilio: 1959-1971)”, del que era coautor con Yara, cuyo objetivo principal era la divulgación de los poetas cubanos que habían publicados poemarios en la primera década del destierro. Estaba solo frente al enemigo, y el marxista chileno Antonio Skármeta aprovechó la ocasión para darme un encontronazo, pero solo, como he estado la mayor parte de las veces en estos fórums de la izquierda latinoamericana, me defendí como pude.
Por el contrario, en esos años había establecido contacto con Clemente Airó (1918-1977), escritor español que después de la Guerra Civil se radicó en Colombia en 1940, con el cual inicié correspondencia a través de la revista de poesía Espiral, que él dirigía, que ejerció considerable influencia en el ambiente cultural colombiano, en el cual Airó publicaba libros que abordaban la vida social y las circunstancias políticas del país. Además, se destacó como novelista y se considera uno de los forjadores de la novela colombiana moderna, planteando los efectos de la violencia en obras como El campo de fuego y El día señalado.
En anticipación de mi viaje a Bogotá, renové mi contacto con él, para ir a visitarlo, y así hice tan pronto llegué. Me invitó a su casa a tomar unos tragos, donde conocí a su esposa, Soledad, y unos amigos, e hicimos planes de vernos posteriormente. Me recibió con los brazos abiertos y me dio una cariñosa acogida. Me sentí como en mi casa, en parte tal vez por tratarse de un español, siendo yo también descendiente directo de españoles. Fue una acogida íntima, afectuosa y sincera, que yo verdaderamente apreciaba y necesitaba, mucho más siendo un exiliado del régimen castrista, que estaba en pleno apogeo y que me marcaba, para muchos, de modo muy negativo. Pero a Airó no le importó nada de eso para colmarme de atenciones. Para esa fecha, ya había recibido la mención de honor de el Fondo de Cultura Económica de México por Desterrados al fuego, y es posible que ya le hubiera enviado la novela, aunque no lo recuerdo.
Lo que sí recuerdo fue una espléndida terraza con una estupenda vista de Bogotá, y una larga conversación. Es posible que conociera aquella noche a Hugo Buero Rojo. Hay que tener en cuenta que viviendo en Hawai, aislado del mundo hispánico, con una creciente sensación de alienación y soledad, era particularmente sensible a una acogida cordial en un momento en que la izquierda intelectual latinoamericana se movía absolutamente hacia la órbita castrista, y la misma condición de exiliado español de la postguerra, hubiera podido implicar un distanciamiento de parte de Clemente Airó, y posiblemente de Hugo Buero Rojo, ya que seguramente era cuando menos de izquierda. Pero nada de esto sirvió para establecer una barrera entre nosotros.
Pero el impacto mayor tendría lugar después de la medianoche del 20 de junio, pocas horas después de separarnos, ya en el día 21, aunque la cronología exacta pudiera traicionarme, a Clemente Airó le dio un infarto y murió esa madrugada, Para mí la sacudida fue brutal y la noche del 21 la pasé en el velorio de Airó, en su casa, en plena ambientación colombiana de féretros, coronas y sollozos, que parecía un poema arrancado de una página de José Asunción Silva.
A mí la inspiración, debo mencionarlo, me tiene realmente sin cuidado, y nunca le he hecho mucho caso, quizás porque sin duda la poesía tiene muchos poemas auténticamente inspirados que no sirven, poéticamente, para nada. Pero si en algún momento la inspiración me ha visitado, lo hizo sin lugar a dudas aquella noche del 21 de junio, cuando escribí de un tirón, quizás a mano, los poemas que configuran mi “Nocturno bogotano del 21 de junio”, en los cuales Airó, como si lo hubiera conocido toda la vida, ocupa el papel protagónico. Se encuentran entre mis poemas más sentidos, más martianos, y por extensión más cubanos, y de mayor raigambre espiritual latinoamericana, llevándome a una relación fraterna poco frecuente en mi caso, inclinado al distanciamiento.
Hugo pareció sentirlo. Y ocurrió así, aunque no lo recuerde, aunque no lo pueda precisar, una conjunción entre un cubano y un boliviano (el único que he conocido en mi vida) que duró una noche, en un café bogotano por alguna parte de la ciudad, quizás después del velorio de Clemente, en torno de unas tazas de café (porque no fue vino) en la cual debimos hablar hasta por los codos. La conciencia que queda de mí es la posibilidad intangible de la amistad fraterna, libre de esa mezquindad ideológica que tanto daño nos hace, cuando es la conciencia de pueblo lo que nos identifica y que quizás me lleva a concebir esta idílica de la memoria, y hasta de un subyacente sentimiento de entraña popular que me aleja de las concepciones más materialistas del capital. Un encuentro entre desconocidos que se conocieron (Clemente, Hugo y yo), en un minuto intangible y cósmico.
A Hugo no lo volví a ver. Seguramente sostuvimos alguna correspondencia, ya que poco después del domingo 7 de agosto de 1979, me hizo llegar una página que a mí me dedicaba en la edición dominical de del Suplemento Literario del periódico El Diario, con un fragmento de mi novela Segar a los muertos, que estaba todavía inédita, y tres poemas “Espiral que sabe ya el misterio”, dedicado a Clemente Airó, “En círculo con tinto” a Hugo Buero Rodo, y “Hambriento estoy como un ladrillo hambriento”, dedicado a un escritor mexicano, Gustavo Sainz, según señala el periódico, que estaba en el grupo pero a quien, sencillamente, no recuerdo.
En una referencia que hace Buero Rojo en dicha página, a mí de modo de ver exagerada, afirma que “El gran poeta y escritor Montes Huidobro, dolido por la muerte del poeta Clemente Airó, ocurrida en Bogota en junio 21, escribe un poemario que dedica a Airó y a dos de sus amigos narradores: Gustavo Sainz de México y Hugo Buero Rojo de Bolivia. Tres hermosas piezas del poemario titulado: “Nocturno Bogotano del 21 de junio” (aún inédito), se reproducen con carácter primicial en esta página de El Diario.”
A pesar de no creer que sea ningún “gran poeta” conformándome con no ser demasiado malo, ahora vuelve Hugo por el territorio de la memoria, a quien apenas conocí pero que a lo mejor conocí del todo, para reiniciar un diálogo interrumpido en torno a una mesa en un café, donde ni siquiera estábamos borrachos, que era un llamamiento a una fraternidad idílica dentro del desconcierto latinoamericano que que ha empeorado desde aquel remoto encuentro en 1977, o que cuando menos sigue siendo el mismo, dándole más sentido a mi “nocturno bogotano”. ¿Cómo era posible que un boliviano seguramente de izquierda me reconociera, no sólo como poeta, sino como alguien afín, y muchos cubanos (no todos, naturalmente) se sintieran tan distanciados y ofrecieran una particular resistencia? Lo que más me ha dolido siempre no es que no reconozcan mi trabajo, sino que sencillamente no me conozcan.
Otro tanto (como en el caso de Airó y Buero Rojo) pasó en Puerto Rico con Manuel de la Puebla, poeta español casado con una puertorriqueña, que dirigía la revista Mairena, y nos abrió no sólo las puertas de la revista, sino las de su casa, y el joven escritor Héctor Martel Morales, narrador y poeta, que se satisfacía en “colar” poemas de un exiliado del castrismo en el periódico En rojo, que era de izquierda. Y más tarde, Victoria Pueyrredón en Letras de Buenos Aires, y otras publicaciones en Argentina, dándome una buena acogida como poeta. Azor en Cataluña hacía por el estilo. Entre los cubanos, Circulo poético dio a conocer algunos de los poemas en 1973, 1974 y 1976, y un poema, “Cordón Umbilical”, en 1987, diez años después.
1997: Treinta años después
El año 1997 es particularmente significativo. En primer término, después de más de tres décadas en la Universidad de Hawai, Yara y yo nos jubilamos, y decidimos establecernos de forma permanente en Miami, a pesar de la hostil recepción de 1961, en contraste con la proverbial hospitalidad norteamericana que nos hicieron en Meadville, Pa., en 1962, que fue un verdadero bálsamo.
El primer libro que publico en Miami al establecernos en dicha ciudad, fue el poemario Nunca de mí te vas, lo que confirma en sí mismo la importancia que le daba a la poesía. Veníamos, además, tanto Yara como yo, con una trayectoria que convalidaba nuestro compromiso con la lírica cubana, y en particular nuestra decisión, establecida a través de la continuidad de nuestro trabajo, de divulgar la tarea de los escritores cubanos del exilio, en particular, especialmente en el caso de Yara, de nuestros poetas. Lo hicimos desde el primer momento, cuando Yara y yo publicamos en 1972, un libro sin precedente hasta el momento en que escribo estas líneas, Bibliografía crítica cubana de la poesía cubana (1959-1971). Por años acumulamos archivos de textos publicados por los poetas cubanos del exilio, con el propósito de ampliar la cronología de esta investigación, hasta que desencantados por la limitada acogida de nuestro primer proyecto, desistimos del empeño de extenderlo. Así y todo, a través de Caribe, que editamos en Hawai por varios años, insistimos en divulgar las contribuciones de la poesía cubana de los poetas del exilio, en cuyas páginas aparecieron poemas e investigaciones académicas, y sentamos las bases de la ulterior trayectoria de la revista cuando pasó a las manos de los profesores Jorge Febles y Armando González Pérez, que iniciarían una nueva etapa. Después, seguiríamos haciendo labor parecida en Anales Literarios, que iba a culminar con un número, al cuidado de Yara, específicamente dedicado a las poetas cubanas, también sin precedentes. Y poco antes de establecernos en Miami, en 1995, Arte Público Press de la Universidad de Houston, publica mi edición crítica de El laúd del desterrado, un libro que me llegaba al alma por las implicaciones subyacentes respecto al destierro y la lírica cubana.
En 1997, además, recibo el Premio Café Gijón, de novela, por Esa fuente de dolor, que consolida mi prestigio como narrador, y los profesores Armando González-Pérez y Jorge Febles editan ese mismo año, para Mellen Press, Matías Montes Huidobro: acercamientos a su obra literaria, con la más completa información crítica sobre mi obra creadora, incluyendo un texto del profesor Jorge J. Rodríguez-Florido donde analiza mi otredad lírica dentro de un recorrido crítico-biográfico de relaciones familiares en el que ahonda con la precisión de un buen crítico y la generosidad de un mejor amigo.
Dentro de esta trayectoria, tiene lugar la publicación de mi extenso poemario Nunca de mí te vas por Ediciones Universal en 1997, con un resumen crítico en la contraportada de la reseña que treinta años atrás, en 1967, escribiera Victoriano Crémer, en León. La presentación estuvo a cargo de uno de los poetas más prestigiosos de la poesía cubana del exilio, Orlando Rossardi, a quién debía el reconocimiento que me hizo en 1973 cuando me incluyó en La última poesía cubana. Además, casi en la misma fecha de la presentación, ya en 1998, se hizo la del último número de Anales Literarios, dedicado a las mujeres poetas.
A pesar de todo lo expuesto, de nuestros empeños a favor de la lírica cubana, de los valores de mi obra poética de acuerdo con los análisis críticos previamente apuntados y nuestro propio trabajo por divulgar la poesía cubana del exilio, a veces en la medida más generosa posible sin traicionar nuestras convicciones críticas, en Miami no se va a publicar una sola reseña de Nunca de mí te vas. No voy a entrar en detalles, para no rebajarme sacando a relucir los trapos sucios, pero lo cierto es que, simple y llanamente, como en Cuba han hecho con la marginación y omisión de ciertos y determinados escritores, en Miami, que presume de hacer todo lo contrario, se me hizo algo parecido, poniéndose en práctica de escamoteo francamente vergonzoso, y mi obra poética se ha visto sujeta a la omisión, exclusión y marginación, siendo sistemáticamente excluida de todo análisis crítico, de toda lectura poética y de toda inclusión antológica. Sea la honrosa excepción la del Club Cultural Atenea, que en su Antología Poética Miami en Versos, del año 2000, por invitación de su director Orestes A. Pérez, se incluyen mis “Versos negros” (de los mejores que he escrito), resultado de las pateaduras que he recibido. Aunque no pretendo situarme entre los poetas más importantes del exilio, no sólo se escribir, sino que también sé leer y estar al tanto de lo que los otros escriben, consciente de que no todo lo que brilla es oro. Como nunca he sido un escritor militante, ni en Cuba ni en ninguna parte, esto no debería de extrañarme, porque la censura, directa o indirecta, tiene variantes, caras, caretas y disfraces.
Ciertamente hay unas pocas excepciones, y tanto Rossardi como Barquet reconocen mi presencia poética en la Enciclopedia del español en los Estados Unidos y señalan que “el destacado dramaturgo, narrador y crítico Matías Montes Huidobro (1931), que reside en los Estados Unidos desde 1961, enriquece su obra al recopilar en Nunca de mí te vas, su poesía inédita, en diferentes publicaciones desde 1950”. En el 2010, Raúl Eduardo Chao me hace un verdadero regalo (y por extensión a Yara, que fue quien me lo inspirara), al incluir mi poema “Autorretrato” en su selección de Poemas y memorias de Cuba.
Cuando en fecha reciente (en el 2014), Orlando Rossardi me mencionó en el marco de un verdadero ejército de poetas en el exilio, estuve a punto de que me diera un síncope. También Maricel Mayor Marsán me ha invitado a publicar una selección de mis poesías en Baquiana –ya aparecidos en la edicición digital; he publicado unos poemas en Conexos, que dirige Rodolfo Martínez Sotomayor, y el poeta Manny Díaz publicó electrónicamente el poema con el cual cierro este libro.
Jorge Chen
Pero entre todas estas referencia, el reconocimiento que me hace el profesor costarricense Jorge Chen Sham en una conferencia sobre mi obra poética, me ha ayudado a sostenerme en mi quehacer lírico en el contexto adverso de mi circunstancia cubana, rebotando de una orilla a la otra, entre la omisión y el silencio sepulcral. Un costarricense, como ha sido el caso de rumanos, españoles, bolivianos, argentinos, puertorriqueños y algunos cubanos viene al rescate ayudándome en medio de tales inclemencias líricas; además, naturalmente, de mis irreversibles convicciones. El análisis de Chen, “El fuego incandescente: el motivo del furor amoris”, que paso a reproducir, publicado en la revista Caribe (tomo 13, número 1, verano del 2010), a quien como en el caso de Crémer no conocía, su análisis crítico, me ha llevado a superar barreras que en ocasiones me han parecido insalvables y que, como siempre, a la larga, no han sido otro acicate que me ha dado fuerzas para alcanzar el objetivo.
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Madre
Madre
no puedo darte mi nacimiento
porque tú me lo diste.
Ni puedo quitarme el mío
porque fue tu ofrenda.
En esa imposibilidad
de la inversión
reside la dimensión de tu cariño.
Dar
es el verbo de las entrañas
que nos saca a la luz para cegarnos
en ya no estamos.
Dar
que nada toma
el corazón se llena
con el amor ya dado,
que el dar ha sido tanto
que se ha quedado
aquí en su nido.
Un nada pido.
Un dar tan grande
por siempre aquí,
dormido.
Eres
Para Eugenio
Nada tienes que hacer
ni decir
porque eres el portavoz del latido de Dios.
En el silencio pausado de las cosas
te deslizas.
En la armonía cotidiana.
En la pausa de lo que no se dice.
En el dar y el callar
de lo que tocas.
El canto americano de las praderas que se extienden de un océano al otro
sin decir nada.
La oración de San Francisco de Asís
que es la más difícil,
el imposible de Dios.
La mística que omite lo innecesario.
El detalle que teje cada día
el día que le sigue.
El grano de sal en la cocina.
La palabra en el silencio.
La pausa entre una voz y la otra.
El espacio que da el movimiento en lo intangible.
El péndulo
que es
el pan nuestro de cada día.
La presencia permanente del bien nacido
y la lluvia de Dios.
Autorretrato
Durante la tendida cuenta de los días
sumando de meses y de años
has estado arropando
el tapiz de mi vida
tejido con el tuyo.
Hilanderos de amor
hemos tejido
cotidiano paisaje de la vida.
No hay uno
sin el otro
y sin el otro uno.
No hay división posible
en esta huida
encuentro que nunca se termina.
¡Oh gran total
de horas compartidas,
unidad de pincel,
autorretrato,
imagen de los dos
que configura
el espejo real
de nuestras vidas!
Industrializarán la tortilla española
España semanal
tiene noticias extraordinarias,
me gustan,
dicen
que en España
se piensa
industrializar la tortilla
de tan famosa que es
los daneses
y los suecos
tiene por ella
especial preferencia
y se las llevan
en los aeropuertos,
me gustan
estas noticias
que son las que leer quisiera siempre
porque
la tortilla española
tiene mi preferencia
tanto la de jamón
como la simple
de patatas.
España semanal
lo anuncia
en la página ocho,
así las cosas,
mientras el mundo se desangra a voces
la tortilla
va camino
de ocupar su lugar.
Sello
Una identidad de no ser otro
confirma
la vertebral columna
que nos sostiene.
No es palma
no es bohío
no es La Habana.
No es conga
no es pachanga
chancletera.
Es la forma la forma de ser lo que somos.
Compleja circunstancia de la historia:
Sello.
Cuba soy yo:
ser otro es nada.
Fuera de juego
Recordando a Heberto Padilla
Estoy fuera de juego.
Los poemas congelados
en los latidos del corazón.
El poeta que no existe.
Silenciado.
Eliminado de todas las antologías.
Una lápida de silencio
cae sobre mí
como si quisieran sepultarme.
Los poemas
que otros creyeron escribir
no son más
que una lluvia de cenizas.
Los poemas que escribí
renacerán algún día
del silencio pertinaz
de la arrogancia.
Hacer de mí un salmo
Para Belkis Cuza Malé, que me hizo llegar el salmo 91
Me han golpeado los huesos de tal modo
que me siento totalmente deshuesado.
No hay palabra que quepa en estos versos
al verme de tal modo magullado,
festín pertinaz de la jauría
que tiende la mordida
como si fuera el quehacer de algún abrazo,
golpeando duro
para que el golpe encuentre.
Saña voraz, hambre desmedida,
que no desmiente
jauría que tiende tan siniestro lazo
cotidiana constancia que es la vida:
mientras más duro el golpe,
más me inspira.
¡Cuánto me alegro, Señor,
que todo un salmo en mi garganta cante!
¡Alzar el vuelo!
¡Mi cuerpo desmembrado
me hace levitar en el Infierno
y gradualmente
asciendo en el espacio!
Gracias, Señor,
que haces de mí un Salmo
y que me inspiras.
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