Serían alrededor de las tres de la madrugada [del 16 de mayo de 2015] cuando Mandy, igual que Maikel, regresaba después del cierre de la fiesta, tomaba una cerveza en el servicentro del Casino junto a dos colegas de la asociación Hermanos Saíz, entidad que estimula la creación artística en los jóvenes a nivel nacional.
Les contaba de sus proyectos, de sus últimos éxitos en el rock, de que a la noche siguiente debutaría en el festival. Su hermano Jorge Luis le había enviado desde los Estados Unidos unos zapatos tenis de color blanco de mucha calidad y a tono con la moda, y los había reservado para estrenarlos en la próxima noche cuando subiera al escenario. Su realización es extrema. Ya es un profesional en la música: el gran sueño de su vida.
Aunque sus amigos de la Asociación le insisten para que se quede un rato más junto a ellos en el servi, Mandy se disculpa porque otros compañeros lo aguardan en el parque Agramonte y no puede hacerlos esperar más tiempo. Toma la pequeña mochila en la cual llevaba el pedal de su guitarra y su teléfono y sale de la cafetería.
Ya había cruzado el puente y tomado la calle San Pablo cuando alguien lo llama:
–Oye, espérate allí, que quiero hacerte una pregunta.
Es Carlos. Los cuatro acaban de arribar a la convergencia de las calles Matadero, Cisneros, Independencia y San Pablo. Mandy, ingenuo, incapaz de imaginar que alguien lo ataque sin motivo alguno, se detiene a esperarlo. Cuando Carlos llega cerca de él, saca el cuchillo que había tomado del hombre del triciclo y le asesta las primeras cuchilladas. Mandy trata de evadirlo y corre hacia la acera opuesta, pero Carlos lo agarra por los cabellos y continúa dándole puñaladas. Los gritos de auxilio de Mandy son escuchados por algunos vecinos, pero nadie se atreve a abrir las puertas. Como si las cuchilladas de Carlos fueran insuficientes, Yelko viene en su ayuda para rematarlo y, entre los dos le asestan 46 cuchilladas y contusiones. Para estos bestias los gritos de dolor de mi hijo son estímulo a su vandalismo.
Los abogados defensores de Raciel y Melson alegaron que sus defendidos no tuvieron participación directa en el asesinato, pero en el registro forense le aparecen a Mandy más golpes que puñaladas. De las 46 contusiones, solo 19 son de cuchillo. Además, ¿por qué si Raciel y Melson se mantuvieron a distancia como intentaron confundir al tribunal sus defensores, en los zapatos de uno de ellos apareció sangre de mi hijo?
Ya con Mandy agónico, una pareja de estudiantes de Medicina se acerca y los asesinos se marchan, no sin antes amenazarlos con hacerles lo mismo si los delatan. De hecho, estos testigos no se presentaron al juicio. La joven médica intenta rehabilitarlo, pero ya es muy tarde. Tiene interesados órganos tan vitales como el corazón y los pulmones. Aunque es recogido de inmediato por una máquina patrullera, ya su cuerpo permanece sin vida.
Cuando pasé la dura prueba de reconocer su cadáver, pude percatarme de que hasta intentaron degollarlo. Tenía grandes cortadas bajo la barbilla y en las muñecas, seguramente para evadir las cuchilladas. Y tantas y tantas perforaciones más, que me es imposible continuar narrando.
He tenido el valor de escribir esto para que, si alguien presumiera poco indulgente la condena de 40 y 25 años de cárcel para estos facinerosos, sea la opinión pública de Camagüey, de Cuba y del mundo, quien califique y dé apoyo al tribunal que ha dictado esta sentencia.
(Leer texto completo en el blog La Furia de los Vientos)
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