Foto/AFP
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La experiencia de estos bellos días navideños, tan supuestamente cargados de tantas expectativas y esperanzas, se tiñen empero para los cubanos de los mismos o parecidos matices de uno y otro momento precedente, esas tonalidades ocres, sin el brillo y la luminosidad que en otras regiones de este mundo plural, donde muchos de nuestros conciudadanos han podido con muchísimo esfuerzo poner un pie salvador.
Para nosotros, la expectativa de estas fiestas sigue teniendo el mismo o parecido signo, el más de lo mismo, donde unos, siempre muy pocos pueden celebrar convites pantagruélicos, y otros se conformarán con las migajas que les lanzarán desde las mesas opulentas. Como acaso se hace con los perrillos o los gorriones domésticos.
Y para nada me consuela que me digan que en todas partes cuecen habas, que eso sucede igual de inexorable en aquellas latitudes ya aludidas. Ciertamente como decía el Mesías, cuya celebración de su nacimiento da pie para estos jolgorios: “pobres siempre habrá, como habrá riquezas”; pero de lo que se trata para los paupérrimos cubanos de a pie que habitamos el círculo más alejado del paraíso terreno de esta ínsula, marcado por las últimas letras del abecedario: la “Y” o la “Z”; es poder conseguir este año algo mejor y poder decir como el conocido narrador Pedro Juan Gutiérrez en una de sus bien famosas historias habaneras de sordideces sin cuento: “Ay Dios mío, cuando llegaré al whisky”
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