Thursday, January 28, 2016

A propósito de "El Diablo Cojuelo" (por José Raúl Vidal)

José Martí comienza su vida con el testimonio de una vocación única. Su deseo de ser y ver libre la patria es inherente al hecho de sentirse patriota y a la necesidad de hacer ese sentimiento realidad. Pronto encara un reto moldeado en el marco de un gran horizonte que pasa de lo personal a lo universal, de la reflexión al papel, del silencio al verso, y de la muerte a la trascendencia en el espíritu y la Historia. Evoca, con apenas quince años, el presente imaginando el futuro mal próvido de la patria (E.C. I, 63), insuficiente e inseguro, sin el esfuerzo diligente de sus hijos. No predice, prevé, no promete, actúa—: conceptos que marcan en lo adelante el carácter tutelar y sistémico de su obra y pensamiento. De estos deliquios nace tempranamente su vacación libertaria. Enero de 1869 es el momento del soneto ¡10 de Octubre! que junto al El Diablo Cojuelo y a su poema dramático Abdala —todos escritos el mismo año−, conforma la triada de su primera rebeldía contestataria. 

De entre ellos, El Diablo Cojuelo(1) me parece el más puntual para encabezar estos comentarios muy a tono, por cierto, con la realidad que hoy encaramos como pueblo. Esta hoja de periódico que acaba de cumplir 147 años, resulta una radiografía icónica para definir la relación del tirano de ayer y de hoy con un pueblo disgregado en las muchas orillas de la diáspora. 

El Diablo Cojuelo, título de por sí ya irreverente, se edita aprovechando la libertad de imprenta decretada el nueve de enero de 1869 por el entonces Capitán General de Cuba Domingo Dulce (2do periodo)(2) quien se propuso conceder a todos los ciudadanos la libertad de expresión a través del ejercicio periodístico sin censura, salvo en lo referente a la iglesia y al tema de la esclavitud donde desaparecía toda posible de discusión. Este General Dulce, apenas tomo posesión de su cargo, emite un decreto sobre la libertad de prensa, según el cual Todos los ciudadanos de la Provincia de Cuba tienen derecho a emitir libremente sus pensamientos por medio de la Imprenta, sin sujeción a censura, ni a ningún otro requisito previo. (O.C. E.C. 1, 282)

Para entonces, Dulce no aquilató el alcance de su decreto, pues pronto aparecieron, entre el 9 de enero y principio de febrero, más de una veintena de hojas sueltas como testimonio de la efervescencia que azotaba la región occidental del país a raíz del levantamiento del oriente cubano el 10 de octubre del 68. 

Al respecto habla Martí por boca de su diablo cojuelo:
Nunca supe yo lo que era público, ni lo que era escribir para él, mas a fe de diablo honrado, aseguro que ahora como antes, nunca tuve tampoco miedo de hacerlo. Poco me importa que un tonto murmure, que un necio zahiera, que un estúpido me idolatre y un sensato me deteste. Figúrese usted, público amigo, que nadie sabe quién soy: ¿qué me puede importar que digan o que no digan?
y prosigue este diablillo a modo de presentación:
Dirímanme que en nada me ajusto a la costumbre de campear por mis respetos (…) que soy un mal caballero; amenazáranme con romperme los brazos, ya que no tengo piernas, mas, a fe de osado y mordaz escribidor, prometo y prometo con calma que a su tiempo se verá que este Diablo no es diablo, y que este Cojo no es cojuelo.
Con toda razón, se puede hablar del talante irónico de este pequeño papel de imprenta escrito con el mismo sabor que la novela homónima El Diablo Cojuelo, de Luis Vélez de Guevara —escritor español del siglo XVI, de donde proviene su nombre. Martí acude a este personaje de la picaresca castellana, para satirizar la dichosa libertad de imprenta mediante un lenguaje que ironiza y contrahace el espíritu del decreto del Capitán Dulce de un modo muy peculiar. Y así como de esta hoja sólo circuló un número, la decretada libertad de prensa sólo duró treintaicuatro días a los cuales siguió la represión implacable y desmedida de la Capitanía General de La Habana. 

La efímera vida de El Diablo Cojuelo de Martí cristaliza rápidamente el trasfondo de la sociedad del momento con un tono cargado del fino humor popular. Expresa el mundo anotado desde la vivencia de su autor a modo de una brevísima, pero puntual, exegesis social. Ante su mirada, el intento del Capital Dulce era risible, y su diablo, el personaje ideal para ironizarlo:
Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir. Y a Dios gracias, que en estos tiempos dulces hay distancia y no muy poca de su casa al Morro. (O.C. 1, 31)
Como toda obra en prosa, las primeras líneas precisan el tono a seguir del autor. Un tono, por cierto, atípico en la producción martiana. El Diablo Cojuelo es la única obra escrita por Martí con los códigos de la jocosidad criolla. Manipula la palabra a nivel semántico y a la supuesta libertad de prensa del General Domingo Dulce la resume en el sintagma estos tiempos dulces. Escenifica además, al mejor estilo cervantino, el espíritu de una tragicomedia política. Y a fe de diablo honrado (O.C. 1, 31) revela con profunda crítica intelectual, y un tono diferente, la cruda realidad de la sociedad cubana donde puede hablarse por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica.

El diminuto impreso discurre en parlamentos mínimos que revelan el ánimo sociopolítico de la época. Su intención crítica se ejerce a través del humor al buen criollo. Según el diablo martiano, hasta ese momento tanta gente había ya en los calabozos que a seguir así un mes más, hubiera sido la Habana de entonces el Morro de hoy, y la Habana de hoy el Morro de entonces. 

Ciertamente, este diablo se siente desinhibido y juega con la polisemia del símbolo literario. A ejemplo de ello tenemos el bocadillo de Castañón, director de La Voz de Cuba, a quien ridiculiza en diálogo franco y llano:
—Señor Castañón?
—Qué hay?
—Aquí lo busca a Usted la señorita Cuba, que viene a reclamar su voz, que según dice, usted ha tomado sin su licencia.
—¡Ay, cierra, cierra, amigo! Di que me he mudado de casa, que me he ido al infierno, que… que qué sé yo… en fin… mira… como te atosigue mucho, le dices, de mi parte que pienso mudar de voz ¿eh?
Pero pronto, ¡pronto!
No sabemos a estas horas si la señorita Cuba entró o no entró, a tiempo avisaremos de esta fausto acontecimiento.
o este parlamento mucho más ingenioso a modo de preguntas:
—¿Qué nombre tendrá la política de Dulce?
—Dulcificadora.
—¿Dulcificará?
o este donde alude al Diario de la Marina, fiel defensor del gobierno español:
—¿Qué me dice usted del Diario de la Marina?
—Que ayer se picó, pero siempre jugando cabeza.
o al referirse al periódico político-literario La Verdad, cuya redacción lo encabezaba el aforismo de José de la Luz y Caballero Sólo la verdad nos pondrá la toga viril, de cual se publicaron únicamente tres números:
—¿Y qué me dice de La Verdad?
—Que es la pura verdad.
—¿Y usted se atreve a decirlo?
—Claro. Verum est id quod est, dijo San Agustín.
Con estos dialoguillos, de aparente frágil manufactura, Martí fustiga al tirano español y sus voceros en Cuba como era el caso de El Diario de la Mariana de quien precisa además por boca de su personaje:
El Diario de la Marina tiene desgracia.
Lo que él aconseja por bueno, es justamente lo que todos tenemos por más malo. Y esto lo prueba El Fosforito.
Lo que él vitupera por malo, es justamente lo que tenemos por bueno.
Y esto lo pruebo yo.
Mucho habría de alarmar al gobierno éste y otras publicaciones que circulaban entre estudiantes y gente de pueblo. Sobre todo cuando este travieso diablo se pregunta de modo categórico:
—Qué es menester para que la isla de Cuba sea menos amarga? Y se responde —Que este Dulce.
El Diablo Cojuelo, aunque con más valor patriótico que periodístico, es la primera manifestación en prosa del sentimiento democrático martiano que luego alcanzaría su punto culminante en las páginas de Patria, fundado el 14 de marzo de 1892. Encarna un deber y un servicio, claves de toda su obra y pensamiento. Para cuando publica El Diablo Cojuelo faltaban nueve días para que cumpliera sus 16 años.

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