Wednesday, January 27, 2016

Un 23 de enero y con la Virgen (por José M. Fernández-Pequeño)

 Fotos/Facebook de Lidia Margarita Martinez Bofill
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Nunca como en los últimos sesenta años de historia el imaginario de los cubanos fue sometido a un asedio tan brutal y desmedido. La tarea de encadenar la nación al poder político no podía cumplirse sin debilitar los antes intensos vínculos simbólicos (la familia, las creencias, la educación, la cultura) que dieron equilibrio a la sociedad cubana hasta un poco después de 1959. Así, el abuso de símbolos que alguna vez fueron entendidos como marcas de pertenencia, la forma despiadada en que han sido repetidos hasta su agotamiento, más la descomunal emergencia de nuevos “símbolos” convenientes al quehacer totalitario hacen que banderas, himnos, escudos, figuras patrióticas y los conceptos relacionados con todos ellos se hayan viciado y vaciado a los ojos de gran parte de la sociedad cubana.

La virgen de la Caridad del Cobre es de los pocos símbolos nacionales que la intolerancia política nos ha dejado intactos, lo que quizás debamos agradecer en parte a las primeras décadas de persecución religiosa durante el experimento social en que desembocó la revolución cubana. Ni siquiera el palpable intento de entronizar desde el poder el culto a cierto panteón de “sacrificadas matronas revolucionarias” ha podido echar sombra sobre una concreción simbólica que, por el contrario, gana cada vez más fuerza dentro y fuera de Cuba. Me atrevería a decir que nuestra Virgen mestiza es, ahora mismo, el único bien colectivo que reúne sin discusión a la inmensa mayoría de los cubanos, no importa cuál sea su orientación política o su manera de sentir la cultura, no importa si son creyentes o ateos, no importa si en ella veneran a la madre de María o a la inquieta Ochún.

De ahí el ambiente de calidez y comunión que arropó al evento organizado en la Saint Thomas University de Miami Gardens el pasado 23 de enero para celebrar a la virgen de la Caridad del Cobre desde la inteligencia y el cariño. Es difícil reunir en un mismo acto a tres expositores y que estos se complementen de la forma en que lo hicieron, por este orden, la Dra. Olga Portuondo, el Lic. Emilio Cueto y el padre Jorge Catasús. Pero, sobre todo, es difícil que una actividad de este tipo provoque entre el público un ambiente de entendimiento y disfrute como el que se vivió ese sábado ventoso e inusualmente frío en los territorios al sur de la Florida.

Por la coherencia de sus investigaciones y por sus inmensos aportes a la historiografía regional, Olga Portuondo es hoy la más importante historiadora viva residente en la Isla. Como a otros muchísimos temas, ha dedicado largos años a investigar en torno a la Virgen preferida por los cubanos. Su libro La virgen de la Caridad: Símbolo de cubanía es el más sustancioso texto que existe sobre la forma en que se fue construyendo ese mito dentro de la sociedad cubana y los disímiles elementos étnico-culturales, así como las circunstancias históricas que dieron por resultado ese fenómeno de adoración y respeto masivo. Justo rondando ese nivel anduvo su intervención, que sentó una inmejorable base para comprender las manifestaciones a la que se referieron los restantes expositores durante la tarde miamense.

Emilio Cueto es un cubano emigrado a Estados Unidos que cuenta también con muchos años investigando el tema de la Caridad del Cobre, sobre todo en lo referido a su iconografía y a las maneras en que ha sido recreada dentro de las artes y la literatura. Su exposición de esa tarde fue apasionante y detallista, sin un bache en el interés del público, que sucumbió admirado a un prolijo recorrido por los diferentes países a los que ha llegado la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre en América, Europa, Asia y África, así como el recuento de las múltiples peripecias que llevaron a Cachita hasta cada uno de esos lugares. No solo asombra que la matrona de Cuba se haya ido diseminando así por el mundo, también es motivo de orgullo por la fortaleza de este mito en tiempos marcados por lo fugaz y lo evanescente.

Músico él mismo, el sacerdote Jorge Catasús complementó las intervenciones de sus compañeros con un seguro recorrido por las manifestaciones musicales que ha motivado la virgen de la Caridad. En imagen, vídeo y sonido desfilaron reconocidos músicos, como Lecuona, Sindo Garay, José María Vitier o Compay Segundo, pero sobre todo una larguísima fila de compositores e intérpretes contemporáneos que cada día más acercan su arte al mito de la matrona cubana. A la inteligencia, perspicacia y humor de este colofón, Catasús agregó su reconocida bondad, ese rasgo de Cachita que ha subyugado a un pueblo.

A la salida de Saint Thomas University el paso era más leve, el alma un poco más plena. Mientras pulseaba con el fuerte viento que envestía los vehículos sobre el Palmetto no pude sino admirarme de la inusual forma en que decenas de cubanos diferentes habíamos compartido esa tarde durante horas, a la sombra de la comprensión y el respeto, sin un solo gesto para acallar una opinión discrepante, sin una sola reacción de rechazo hacia el otro. ¿Por qué la virgen de la Caridad consigue hoy entre los cubanos lo que ningún otro símbolo o argumento?, me pregunté. Y recordé que en alguna parte de su libro la Dra. Portuondo se dedica a seguir la paulatina evolución que a lo largo de siglos sufrieron los tres Juanes en su fisonomía étnico-racial para adecuarse mejor en cada momento a la representación del pueblo cubano.

A falta de respuestas, seguí preguntándome si quizás no es el mito el que ha venido avanzando hacia nosotros hasta cubrirnos bajo su manto, sino al revés: si no somos nosotros quienes nos hemos ido acercando a la representación que nos extiende el mito: esos tres Juanes con los brazos en alto para pedir que cese por fin la tormenta; en nuestro caso, este vendaval que nos ha hundido en la miseria, la persecución, la intolerancia y la separación durante sesenta largos años.

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