José Martí siempre ha sido utilizado por políticos inescrupulosos, como el chivo expiatorio de nuestros desmanes nacionales. No es extraño que cuando el entonces general Fulgencio Batista entró en el campamento militar de Columbia, durante el golpe de Estado en 1952, haya dicho que estaba por cumplir el sueño martiano de una nación “con todos y para el bien de todos”. Fidel Castro, un año después, al asaltar un cuartel en Santiago de Cuba, (un gesto de violencia armada que costó la vida a varios jóvenes y desató un periodo de violencia mayor), señaló más tarde a Martí como el autor intelectual de ese acto.
Para gran parte de mi generación, sus primeras ampollas en las manos durante la adolescencia, en aquellos trabajos agrícolas al que nos enviaba el estado cubano con poder absoluto sobre nuestra educación, tenían el amparo de ese deseo martiano de que: Todo hombre ha de aprender a trabajar en el campo, a hacer las cosas con sus propias manos, y a defenderse.
Certezas y contradicciones martianas
En Martí se funden el hombre de letras, el idealista y el político. Los apotegmas martianos no responden a un sistema filosófico absoluto, es imposible que se encasille en una corriente de pensamiento, porque sus ideas se fueron fraguando y escribiendo de acuerdo a la necesidad de su realidad histórica y circunstancial. De lo anterior se deriva esa contradicción en sentencias que tienen tanta fuerza cuando promueven un pensamiento y cuando lo niegan. De ahí su utilidad para avalar propósitos disímiles en toda la historia nacional.
Por ejemplo, el hombre que decía a los niños de América en su revista La edad de Oro, que: un hombre que oculta lo que piensa no es un hombre honrado, dejaría escrito en lo que se considera su testamento político, en carta a su amigo Manuel Mercado: En silencio ha tenido que ser, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas. El mismo Martí quien diría en sus versos …y para el cruel que me arranca, el corazón con que vivo, cardo ni ortigas cultivo, cultivo una rosa blanca. (Frase muy apropiada para que el Presidente Obama la usara en su discurso en la isla, estrechando los lazos de Cuba con Estados Unidos ), ya había dicho en su poema Abdala, escrito a los 15 años:
El amor madre a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la hierba que pisan nuestras plantas, es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca (Frase repetida hasta la saciedad en Cuba, justificando la campaña de odio hacia los mismos Estados Unidos).
Aunque la madurez de un hombre de tanta grandeza espiritual como Martí, lo pueden alejar del odio y acercar a la compasión, hay otras causas que tal vez podrían explicar esta evidente evolución. Podríamos deducir que en sus trabajos literarios para los niños, en algunos de sus versos, está el escritor humanista, el pedagogo que quiere formar al hombre con los más elevados ideales que lo dignifiquen, mientras que por otro lado, habla el hombre político, el revolucionario que pedía la “guerra necesaria” contra la metrópoli, como única vía para la libertad.
Martí y Herbert Spencer vs. Karl Marx
Pero si bien es cierto que pueden resultar caóticos y contradictorios ciertos pensamientos vistos de forma totalizadora, hay una certeza que avala a Martí como un visionario, con sabiduría en el orden sociopolítico, y es que Martí sí dejó claro la filosofía que no compartiría, por considerarla enemiga de la libertad. Así vemos que al morir Karl Marx en un comentario, escrito para el periódico La Nación de Buenos Aires, en 1883, Martí comenta:
...Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros.
Pero es un año después de la muerte de Marx, en el periódico La América, en abril de 1884, en Nueva York, donde Martí, más fuertemente ataca a la idea del Socialismo. Se trata de un artículo titulado La futura esclavitud, donde hace una valoración sobre un tratado de igual nombre, del filósofo inglés Herbert Spencer. En esta ocasión, José Martí cita a Spencer y avala sus ideas cuando dice:
De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios. Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él; y en ese sistema socialista dominaría la comunidad al hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo... “De mala humanidad —dice Spencer— no pueden hacerse buenas instituciones”. La miseria pública será, pues, con semejante socialismo a que todo parece tender en Inglaterra, palpable y grande. El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre.
Era lógica esa crítica certera al pensamiento marxista, ya que la guerra a la que llamaba Martí era liderada por ricos y pobres, por hacendados venidos a menos, por antiguos terratenientes y negros esclavos, en aras de una Cuba "con todos y para el bien de todos", donde la idea sólo de la lucha de clases, constituía una negación de sus valores. Por otra parte, como un punto de su contradicción, aunque llamaba a la "guerra necesaria", proclamaba también la necesidad de una "guerra sin odios", aunque sonara como una extraña utopía.
Por supuesto que estos apotegmas no fueron impedimentos para que en el primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en 1976, la imagen de Martí pareciera mirar asombrado desde un cuadro en la pared, sobre la dirigencia, y a varios pasos de Karl Max y Lenin. Que de dicho Congreso saliera una constitución que dijera en sus enunciados, que estaba inspirada por el ideario de José Martí y las ideas político-sociales de Marx, Engels y Lenin; que se llevaran a términos legales la supresión de la libertad de expresión, de asociación en partidos de ideas diversas, y que para mayor cinismo, se escribiera en su redacción como primera ley, que era el cumplimiento del anhelo martiano al desear para la república “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre".
Un báculo para políticos
Al no aferrarse a ninguna filosofía dogmática, y al enaltecer en su literatura, todo aquello que contribuyera a la emancipación del hombre, Martí fue conformando en su personalidad desde su niñez, un poderoso humanismo que plasmó en su obra; esta es la esencia de la filosofía martiana. De igual importancia, fue su capacidad de político visionario, para negar aquellas corrientes de pensamientos como el marxismo, por considerarlas nocivas para el progreso humano.
El 20 de mayo de 1902, Cuba proclamó su independencia, consagrándolo como su apóstol. Desde ese día hasta la fecha, no es extraño que los cubanos hayan llenado las escuelas de sus bustos y los libros de sus sentencias. Innegable es además, el uso incesante en los discursos demagógicos de sus juicios, porque como siempre ocurre en política, los oportunistas escalan sobre el prestigio de grandes ideas, para llegar al pedestal del triunfo personal. Pero de mayor valía es la certeza, de que la figura de José Martí sigue siendo quien sintetiza con su vida y obra, el mayor anhelo de emancipación espiritual y política, de la nación cubana.
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