«Fue la envidia del diablo la que hizo entrar el pecado en el mundo», reiteró el Santo Padre, señalando luego que también en las comunidades cristianas es casi habitual que haya egoísmos, celos, envidias, divisiones. Y ello lleva a chismear unos contra otros ¡Cuántos chismes! Las divisiones comienzan con la lengua de los que siembran cizaña. ¡Por envidia, celos y también por cerrazón! ¡No! ¡La doctrina es ésta!.. La lengua es capaz de destruir una familia, una comunidad, una sociedad, de sembrar odio y guerras. En lugar de buscar una clarificación, es más cómodo chismear y destruir la fama del otro. Evocando a San Felipe Neri - que le dijo a una mujer chismosa, que como penitencia desplumara una gallina y desparramara las plumas, para luego intentar recogerlas, a lo que ella respondió que es imposible – el Santo Padre, concluyó su homilía alentando a pedir la gracia de la unidad y volvió a recordar las consecuencias del chismorreo:
«El chismear es así: embarrar al otro. ¡El que chismea embarra! ¡Destruye! Destruye la fama, destruye la vida y tantas veces - ¡tantas veces! – sin motivo, contra la verdad. Jesús rezó por nosotros, por todos nosotros que estamos aquí y por nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestras diócesis: ‘Que sean uno’. Roguemos al Señor que nos dé la gracia, porque es tanta, tanta la fuerza del diablo, del pecado que nos empuja a la desunión. ¡Siempre! Que nos dé la gracia, que nos dé el don: y ¿cuál es el don que hace la unidad? ¡El Espíritu Santo! Que nos dé este don que hace la armonía, porque Él es la armonía, la gloria en nuestras comunidades. Y que nos dé la paz, pero con la unidad. Pidamos la gracia de la unidad para todos los cristianos, la gracia grande y la gracia pequeña de cada día para nuestras comunidades, nuestras familias. ¡Y la gracia de poner un freno a la lengua!» (Leer texto completo en Radio Vaticana)
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