Thursday, May 19, 2016

Introducción a la Universidad de la Familia (por Christina Balinotti)

Nota del blog: Sección semanal dedicada a la familia por la Dra. Christina Balinotti (https://www.facebook.com/christina.balinotti), quien ha aceptado la invitación a compartir cada jueves, un tema relacionado con su proyecto Universidad de la Familia. Este programa académico comenzará a funcionar en Miami el próximo mes de agosto, con un programa extenso de 45 semanas, en la Humboldt International University.

Los libros de la Dra. Christina Balinotti se pueden adquirir en Amazon en este enlace




 Prólogo del libro
De Madres a Hijas, el ABC de la Familia


 por Christina Balinotti




Si deseamos ser profesionales vamos a la Universidad. Ya sabes. Con el deseo no alcanza. Debemos capacitarnos. Obtener un título. Sin embargo, para la carrera más importante de nuestra vida, ser padres, no hay colegios ni facultades. Como se dice en mi país, estamos a la buena de Dios en el asunto. Mientras el médico estudia largos años antes de atender su primer paciente o el abogado memoriza tratados y leyes para implementar justicia, nosotros tenemos hijos como si sólo bastara con las ganas. Y en este sentido, la cultura no ayuda. Promueve el desarrollo económico. El éxito y la competencia laboral. Cursos y seminarios para ser mejores negociadores. Ganar mucho dinero. Eso sí que abunda. Y digamos la verdad, el dinero es necesario pero hay que equilibrar las cosas. Priorizar.

Uno entiende los problemas cuando habla de ellos dijo alguna vez Ortega y Gasset. Por lo tanto, debemos hablar de esta cuestión para entendernos como individuos y como sociedad. Hablar de la ignorancia que padecemos en materia de parentalidad. De la indiferencia social frente a la falta de padres en el hogar. Problema que nos golpea con sus consecuencias diarias; niños y adolescentes que huyen, cometen suicido, masacran o se drogan. Niños golpeados y vejados no sólo por personas enfermas ajenas a la familia sino también por los propios padres. Sin contar las violaciones sexuales, el castigo físico como medida disciplinaria, sigue a la orden del día. “Una paliza y un beso lo arreglan todo” suele decirse. Pero el golpe, el azote o la cachetada son desahogos momentáneos del adulto. Descontrol emocional de unos padres sin guía que hacen lo que pueden lo que con ellos hicieron. Nada arreglan y mucho dañan. Pegar es signo de frustración. De falta de palabras para hacerse entender. No has sabido ganarte su confianza. Empatizar con él para comprender lo que le pasa. Para lo cual necesitas tiempo, disponibilidad física y emocional.

Ojos que no ven, corazón que no siente, la negación de esta situación opera como un mecanismo de defensa que nos impide tomar conciencia y dejar de señalar afuera lo que sólo encontraremos en nosotros, los padres.

Con bastante frecuencia los medios televisivos y radiales reflejan esta dolorosa realidad pero nada se logra al cabo. La sociedad marcha hacia un vertiginoso desarrollo científico y tecnológico, mientras la familia se dirige hacia un no menos vertiginoso subdesarrollo de valores, principios, autocrítica y sentido de la alteridad. ¿Qué seremos en el futuro? ¿Una comunidad de seres sin ancla emocional? Sin raíces ni pertenencia. Sin afectos. ¿O quizás ya estamos padeciendo ese futuro? ¿Buscamos ser o tener?, famoso dilema planteado por Jean Paul Sartre. El científico Nikola Tesla confiaba en la contribución del progreso al mejoramiento de la condición humana, pero desconfiaba en la contribución tecnológica a dicha condición. A pesar que en muchos casos constituye una excelente herramienta de trabajo, en otros conduce a un serio deterioro de nuestras relaciones familiares. Hoy los hijos se refugian en las redes sociales y celulares dando rienda suelta a su sed de comunicación y diálogo. A diferencia de los padres modernos los dispositivos tecnológicos están siempre al alcance de la mano. En principio, concebida para mejorar nuestra calidad de vida, la tecnología se ha transformado hoy en una pesadilla para la familia. Peligrosa porque obstaculiza el desarrollo de aquellos sentimientos que nos unen en convivencia pacífica; empatía, gratitud, compasión a partir de una sana autoestima. Por otro lado, el anonimato propuesto por Internet contribuye a la profundización de tendencias negativas e inclinaciones dormidas. Hoy sabemos que aquellos niños con severas patologías psiquiátricas o ciertos trastornos de personalidad tienen mayores chances de ser violentos si las circunstancias socio-familiares lo favorecen. Por el contrario, resultan personas felices si poseen padres atentos que buscan ayuda y los contienen. Tomemos como ejemplo la tragedia de Sandy Hook donde un joven autista mata a su madre y a múltiples compañeros de colegio para luego suicidarse. Sabemos que Adam Lanza de 20 años vivía recluido en el sótano de su casa mirando videojuegos violentos. La peor actividad para quien padece un trastorno que, por sus características clínicas lo llevan al aislamiento y la incomunicación. Los mandatarios del mundo expresaron sus condolencias. El papa Benedicto XVI pidió a Dios traer consuelo y Obama afirmó que algo debemos hacer. El control de armas fue el protagonista del asunto. Nadie pudo articular un pensamiento relacionado con la educación de los padres. Una organización gubernamental capacitada para enseñar a educar hijos sanos, y también, aquellos otros que padecen trastornos psicológicos y enfermedades psiquiátricas. Culpar a los hijos no es la solución, por el contrario, debemos replantear nuestra responsabilidad en el asunto ¡Cuántas muertes se podrían evitar! Digámoslo porque es así; tres figuras indispensables acompañan la vida del niño, madre, padre y maestro. Sin embargo, observa que, el maestro en su importancia, no es el educador sino los padres, comenzando por la figura más significativa en el entorno del pequeño; la madre. Hoy ya no hay madres en el hogar los primeros años en la vida de un niño. Y cuando digo “madres en el hogar” no me refiero a mujeres esclavas de la casa como en los años 60’. Me refiero a un saludable término medio. Por ejemplo, permanecer junto a ellos la mayor parte del tiempo durante su primera infancia. Facilitar, luego, el despegue lento. Quemar etapas con el hijo. Ir de a poco. Todo en la vida lleva un proceso. Hoy adelantamos, forzamos, vivimos contra el reloj. La vida para la mayoría de la gente se ha tornado una sucesión de obligaciones y deberes que nos fuerza a vivir de manera cada vez más acelerada. En todos los órdenes de la existencia estamos acostumbrados a exigir definiciones rápidas porque no podemos esperar. El apuro y el estrés gobiernan nuestra vida. Lo triste y preocupante es que este apresuramiento maneja con preponderancia la vida de la mujer. Debido a ello, las mujeres no hemos encontrado todavía nuestro equilibrio interno. El saber quiénes somos, qué deseamos y cuál es nuestro rol sustancial en la escena de las sociedades. Como un valioso instrumento que nadie sabe afinar, tú amiga mujer, no has podido aún entregar tus mejores notas y melodías en la sinfónica conjunta de la vida personal y familiar. De esto se trata el presente libro. Escuchar el repicar de una campana diferente. Un faro en medio de la oscuridad. Para que te relaciones mejor con tus hijos y tu función materna. Si estas confundida y no sabes qué hacer. Si por el contrario todo te ha salido bien y eres la excepción de la regla, aun así algo te sorprenderá amablemente en estas líneas que puedas rescatar. La herencia femenina de madres a hijas, debe ser un testamento de paz, consolidación de la vida y la unión familiar.

Como cultura hemos renunciado a la idea de crecimiento en conjunto en aras del crecimiento individual. No comprendimos que el plan del universo es un plan holístico de trabajo y desarrollo colectivo. Donde cada quien ocupa un lugar, lleva asignada una tarea. La familia, como tal, debe ser reflejo del equilibrio universal. De la creación, noche-día, sol-luna. Madre-padre con diferentes roles y tareas.

En este contexto individualista y de nuevo, falto de educación parental, muchas mujeres independientes, con óptima situación económica y muy poco tiempo disponible planean tener hijos sin padre. En algunos casos hijos de probeta con donante anónimo o conocido. Un amigo, el ex-marido. Hijos del deseo. Un deseo personal, que aunque válido, no convive con la idea de maternidad. Inclusive en un matrimonio bien constituido, los hijos biológicos o hijos adoptivos deben ser concebidos desde una actitud responsable. Supeditando las ganas a la planificación consiente de la familia. ¿A qué me refiero? Si eres soltera y tu éxito económico está basado en largas jornadas laborales fuera del hogar, ¿cuál sería, en este caso, el objetivo de traer un hijo al mundo y dejar que una niñera o tu mamá te lo críen? La tarea de mayor trascendencia en nuestra vida no debe llevarse a cabo de la misma manera que compramos una casa o un auto. No significa sacarse el gusto de ser padres como te sacas el gusto de tener una cartera nueva. Un famoso psicólogo argentino, Pablo Cazaou, afirma, con cierta ironía, que luego del velador y los tradicionales cubiertos de plata, el bebé es el primer regalo que reciben los recién casados y del cual no puede desprenderse tan fácilmente.

Dentro del marco de circunstancias descripto, cabe preguntarse -¿Quién se atreve a pensar diferente? Traemos incorporado un software poderoso y difícil de remover- Hago un mea culpa-. Yo también pasé por estas cosas aunque bajo circunstancias histórico-sociales diferentes. Yo también crié a mi primer hijo a pura intuición. Luchando con mi juventud y mis ansias de realizarme. Tenía 21 años y cientos de teorías sobre la educación infantil pero carecía de experiencia. Pensaba que un hijo me ayudaría a superar mis inseguridades. Que me ayudaría a educarlo. Con creces comprendí que era yo quien debería resolver sus problemas y asistirlo en sus necesidades básicas. Sin reservas. Extenuada y sin dormir, pero a su lado. Haciéndome cargo. Por encima de todo comprendí que debía olvidarme de mí misma. Que mis deseos de felicidad no estaban involucrados. Ni siquiera mi auto realización personal dependía de su compañía. De su presencia en este mundo. Comprendí que con el amor no basta. El amor tiene sus reglas díscolas. Su propia rebeldía. Tiene su forma de remitirnos al EGO y desviarnos de las necesidades del otro. Es fundamental pero insuficiente. En nombre del amor se cometen a diario innumerables atrocidades. Fue así que, por entonces, imaginé la creación de una escuela para padres. Crear la Universidad de la Familia. Una carrera obligatoria para cursar antes de casarse. Con profesionales en un ámbito de estudio y capacitación especializada y de una duración no menor a 24 meses. Con los años y las obligaciones familiares esa idea quedó postergada pero latente. Hoy que mis hijos son adultos y la situación de la familia se deteriora, es hora de poner manos a la obra y contribuir con los cimientos de un programa académico que ayude adquirir conocimientos acerca de las emociones y conductas del niño en crecimiento. De tus propias emociones futura mamá. Conocerte. Saber, en principio, si estas hecha para la maternidad. Aprender a manejar la ansiedad frente a las demandas de tu hijo y, esencialmente, quién es y qué necesita de ti en cada etapa de su desarrollo. De esto se trata el presente libro. Plantar una semilla. Poner una base e invitarlos a colaborar juntos para llevar a cabo este ambicioso proyecto. Insisto, al igual que nos capacitamos para una profesión debemos capacitarnos para ser padres y remarco con particular énfasis, ser madres. Una tarea desvalorizada en nuestras sociedades y, por lo tanto, depositada en manos de extraños. Las mujeres modernas salimos tempranito a trabajar y dejamos a los niños con niñeras que a su vez dejan sus hijos con otras mujeres y así en una cadena infernal. Usamos guarderías y hacemos malabares porque el dinero no alcanza. Los hijos crecen acumulando frustraciones. Vacíos y carencias. Lo que lleva a la violencia de nuestros adolescentes y a la constante sensación de culpa en nosotras.

Necesitamos, por lo tanto, un cambio de creencias culturales. Un cambio de paradigma que provoque el replanteamiento de lo vivido hasta el momento. Que reconstruya el sentido de la palabra madre. Empezar de nuevo. Como se dice en inglés, “back to basics” (volver a lo básico). Compartimos una época de grandes transformaciones civilizatorias. Este es el momento. No sea cosa que el ritmo acelerado del progreso moderno nos deje a la intemperie en materia de familia.

La situación que planteo es, de alguna manera, comparable con la revolución copernicana ocurrida en pleno Renacimiento donde se pasó de la teoría geocéntrica a la heliocéntrica propuesta por Copérnico. La tierra dejó de ser, por entonces, el centro del sistema planetario. El sol ocupa ahora dicho lugar. El tema fue tan revolucionario que, aún hoy, cuando hablamos de cambios drásticos. De cambios en 360 grados, hablamos de un cambio copernicano. El significado de la palabra planeta fue replanteado en consecuencia. De astro errante, como indica su etimología, a un astro que gira alrededor del sol. En nuestra época la revolución propuesta debe ser una revolución de valores e ideales, moral, afectiva y femenina. Un cambio copernicano que replantee la posición de nuestros hijos en el cosmos social. De astros errantes y perdidos en el espacio cibernético a estrellas que giran ordenadamente en torno al eje de la familia. En la esperanza de sanar a un mundo en el cual no existe una herencia cultural benéfica que transmitir ni herederos que deseen recibirla. No hay permanencia ni huellas. Cada cual vive su propia vida como le da la gana sin importar a quién perjudica en el camino. Recuerden “los analfabetos del futuro no serán aquellos que no sepan leer o escribir sino aquellos que no sepan contribuir y cooperar”. Por la competencia logramos el éxito personal. A través de la cooperación una vida compartida. Enseñar la ayuda al prójimo, la colaboración, los buenos tratos sociales. Por favor, me permitís, disculpa, gracias. Y quién mejor que nosotras para ofrecer esta vieja lección de amor y sabiduría. De paciencia y compasión. De enseñanza a nuestras niñas y niños. A nuestro maridos y compañeros. Una mujer-madre. Aquella que enseña el ABC de la vida en familia. Capacitarnos en nuestro rol materno es un imperativo cultural. Casi diría, un interés común a la supervivencia de la especie.

Antes de comenzar se impone una breve reseña del momento histórico que nos ha tocado en suerte compartir. La era de la globalización. Un momento de transición denominada por algunos sociólogos posmodernidad que comenzara en 1989 con el fin de la guerra fría y cuya máxima expresión fue la caída del Muro de Berlín.

A diferencia del pasado, el mundo se unifica, por entonces, y vuelca hacia una estrecha interdependencia entre los países del Globo. La creciente unidad planetaria se manifiesta en la interconectividad económica, tecnológica, política y cultural. Gracias a la revolución informática lo que sucede en un remoto pueblito de China se conoce de manera instantánea en cada punto del Planeta.

Resulta paradójico e incomprensible que dicha red de integración global con sus multinacionales y sus sociedades de consumo no haya logrado aún globalizar ciertos valores y principios. Las grandes filosofías de la vida. Aquellas que fomentan las relaciones humanas más allá de las relaciones comerciales; ayudar al prójimo, criar a los hijos, cuidar el medio ambiente. Si algo se ha globalizado, en este sentido, es la violencia urbana y la incomunicación. Estamos solos en medio de un mundo eficientemente comunicado que, no obstante, nos aísla sin remedio. Al decir del filósofo argentino Santiago Kovadoff “Vivimos en un mundo de profundo silencio, lleno de sonidos verbales”. Un gran ruido que nada dice. Que nos aturde y sumerge en la indiferencia y la anomia. Decidimos cortar los lazos humanos y enchufar nuestros oídos con aparatos y celulares. Para no compartir ni escuchar. Para estar solos. Para no ser “Yo y mis circunstancias” como afirma Ortega y Gasset, sino yo sólo. Insular y apartado. Esclavo de mi celular y de mi Facebook. Trauma social e individual que el escritor Alvin Toffler anticipó en su libro “El shock del futuro”.

El Muro de Berlín cayó. Unos pocos le siguieron. Otros, son a diario denunciados. Sin embargo, la única muralla que permanece inexpugnable y aceptada es aquella que construimos entre los seres humanos.

Desilusionados de la religión y la política buscamos asilo en las posesiones materiales, en el consumismo. En el sexo desconectado del amor. Sin fe, sin Dios y en ausencia de líderes ejemplares renunciamos a la espiritualidad, a la moral y a ser padres. La autoridad en el hogar ha pasado de moda. Los hijos dictan sus propias leyes y nosotros las seguimos. Confundimos la libertad de expresión con libertad para hacer lo que viene en gana. Los divorciados nos sentimos culpables y pensamos que la forma de emparchar las cosas es dejar hacer. No sea cosa que el nene se ofenda y solicite al Juez cambiar de padres.

Este es el mundo en el cual la familia se desarrolla o mejor dicho involuciona a estadios culturales superados o tal vez nunca transitados. Es aquí donde comienza mi propuesta. En este punto inexcusable donde se cruza lo que somos con aquello que debemos ser. Acompáñame.



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Christina A. Balinotti: Escritora, Personalidad de Televisión y Radio. Experta en temas de Cultura y Psicología. Mujer de la Semana 2015 CNN Español. Pionera del Movimiento y Organización Femenidad Holística.

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