Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño (por Orestes J. Estrada Pérez)
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La asunción de la sede habanensis por el nuevo arzobispo Mons. Juan de la Caridad García, acaecida el pasado domingo 22 de mayo, no es ya estrictamente noticia, a unos días del suceso.
Lo fue sin dudas ese día para el mundo entero, y para lo que vivenciamos el hecho, no así para el resto de los fieles católicos cubanos que no la pudieron seguir por televisión.
Nuestros hermanos en otras latitudes pudieron igualmente ser testigos de la ceremonia que les fue participada por mediación de las televisoras internacionales ancladas en La Habana, o por las imprescindibles redes sociales, y las bondades del wi-fi.
Una parte de los peregrinos de esta larga y mediterránea llanura hicimos el impenitente trayecto hasta la capital en un antiguo ómnibus destinado primariamente a fines turísticos, ya venido a menos, sin aire acondicionado, y dotado de un pésimo sistema de ventilación, que nos hizo padecer doblemente el no corto trayecto, que a duras penas vencimos en cosa de nueve fatigantes horas de marcha, con el añadido del calor sofocante de estos mediodías primaverales, y acaso reconfortados con la bendición de algún aguacero intempestivo a la altura de la región central de Cuba. Pero el esfuerzo valió la pena.
Fuimos testigos sin dudas de un minuto imprescindible para la historia eclesial cubana, un hecho que no ha tenido precedencias en sucesos de este tipo; cuando con paso decidido, hizo su entrada Mons. Juan en la que es ahora la sede de su cátedra arzobispal, al acercarse a pie, revestido de sus ornamentos arzobispales, desde el Arzobispado, sito en la esquina de Habana y Chacón, por toda la calle de Tejadillo, y recorrer las pocas cuadras hasta la Catedral, en compañía de un joven sacerdote camagüeyano.
Las fotos que acompañan este texto testimonian ese minuto. El flamante arzobispo, se hacía uno más entre la abigarrada multitud, entre vecinos y turistas foráneos, en un acto de decidida cotidianidad.
Un corto y solitario paseo hasta su nuevo destino pastoral, y al mismo tiempo un gesto de disponibilidad y de servicio dócil y llano a sus nuevos arquidiocesanos y vecinos habaneros.
Así, tan mansamente, sin fanfarrias ni oropeles, tomaba Mons. Juan la Habana, con un guiño cómplice, y una sonrisa a flor de labios, para el sorprendido fotógrafo que congeló el instante que hoy testimoniamos con tanto placer.
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