Gaspar Betancourt y Cisneros, nuestro Lugareño, fue poseedor de una inteligencia muy aguda desde su más precoz infancia. Aquella antigua villa que lo vio nacer allá por 1803, fue testigo entonces de sus primeros pasos, muchos de ellos ya signados por el genio, que le llevaría en su minuto a ser aclamado por unánimes voces como un hombre de luces en aquella comarca de pastores y sombreros, y también otras hierbas…
Hay una anécdota de su niñez que es singularmente notoria de lo ya dicho. Tendría nuestro retratado unos ocho años cortos, cuando una tarde del año 1811, dejaría su impronta de precocidad y erudición entre los concurrentes a una ya célebre tertulia puertoprincipeña, la de su abuela paterna, Doña Luisa Rufina de Betancourt, quien abría su casa, sita en la proverbial esquina de la entonces Contaduría y San Ignacio, hoy Lugareño y Hnos Agüero, a lo más graneado de la sociedad de entonces.
El suceso, que se cuenta gracias a la proverbial memoria de nuestros antepasados que la legaron a la posteridad, narra el minuto en que el entonces infante fue capaz, no ya de leer como era habitual pasajes de la Biblia de su madre o recitar algún pasaje, sino de reproducir de memoria, el contenido de una misiva, que el entonces Relator de la Audiencia Primada de Puerto Príncipe, el Dr. Núñez de Cáceres, le había mostrado a nuestro Lugareño en un minuto anterior a la hazaña del chico.
Para el curioso lector reproducimos toda la anécdota que bien vale un minuto de recordación y el aplauso sincero en el tiempo, para aquel prócer inolvidable de esta principeña comarca.
Una tarde de 1811, según el narrador de esta anécdota, en que lucía el niño Gaspar sus habilidades, el doctor Núñez de Cáceres le dijo: -Esa no es gracia, señor mayorazno: no hay clérigo de misa y olla que no sepa leer bien su misal. La gracia es que usted lea en letra manuscrita, como la que yo tengo aquí…Y sacó en fecto, de su bolsillo una carta quer acaba de recibir por el último correo de España.-Si usted me da un repaso-contesto el niño-leeré esa carta.-No un repaso, sino tres-replicó el doctor.-Entonces la diré de memoria-exclamó Gaspar con viveza.El doctor le tomó en sus brazos, le condujo a un extremo del salón y allí le hizo repasar cinco minutos la indicada carta, trayéndole luego al centro para que leyese.Entonces el niño Betancourt, dando a su voz toda la dignidad que pudiera tener la de un monarca, leyó lo siguiente:El diez y seis de diciembre último, los diputados americanos suplentes han presentado, entre otras, las siguientes propiosiciones a las Cortes Constituyentes: Los naturales y habitantes libres de Amérrica pueden sembrar y cultivar cuanto la naturaleza y el arte les proporcione en aquellos climas y del mismo modo promover la industria manufacturera y las artes en toda su extensión…¡De memoria!-se permitió gritar uno de los concurrentes interrumpiendo al pobrecito lector.
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