Wednesday, October 5, 2016

Poemas (inéditos) de Roberto Méndez Martínez

Nota: Agradezco a Roberto Méndez Martínez que comparta con los lectores del blog, una selección de los textos que forman parte de su poemario en preparación, Las estatuas de la calle Obispo.






UNA ROSA DE FRANCIA

Para la inquietante cifra
de trece años
-juntos hasta la risa,
hasta la fiebre,
quizá hasta el sueño-
¿qué debo regalarte?
Te daría una rosa,
una rosa de Francia,
pero no tengo una,
tal vez su aroma
mas está demasiado lejos,
entonces te daré
aquella música que una tarde
Rodrigo Prats dibujó
para otra rosa
y que llega a ti
con los cadenciosos violines del invierno,
la arropo entre mis líneas,
y te la alcanzo así,
golpeada por el viento de diciembre,
con interrogaciones prendidas
en cada humilde pétalo,
y protegida por la luz
de tantas jornadas.
Recíbela como si fuera
la rosa de Calderón, de Federico,
del Juan Ramón insomne,
o, sencillamente,
la que a ti consagro
en días de azul trémulo,
con esa melodía
que nos vuelve las costuras
y nos pone a cantar
sobre los techos de La Habana.
Una rosa de Francia,
así, en tus manos,
descansada y feliz,
como un rayo de sol.


PAISAJE CON REMERAS

Al final de la calle,
las remeras del San Juan
levantaban, entre risas, una estela,
detrás venían los alcatraces.
No había en su juego
otra filosofía
que el volar de la mañana entre espumas.
Desde el muro contemplas
el inocente certamen:
remos, muchachas,
barcas tan frágiles
que un ala fuera de lugar
podría volcarlas.
Alguna vez sorprendiste
desde la orilla del Tíber
escena semejante,
mas estas remeras
nacieron para ti en la mañana,
son nuevas como los arcos del puente,
como el azul sin cortapisas del fondo,
como tu torpeza al descubrir
que al final de cualquier calle
hay un paisaje que puede sorprenderte.
Los alcatraces hurgan en la corriente
y regresan a la dicha,
las muchachas bogan y bogan
porque la mañana es suya,
sólo tú permaneces en el muro:
no podrás escribir de lo que fluye,
ni de la espuma.


Mira las auras sobre San Francisco. Torpes anunciadoras de la tormenta, trazaban con inquieta chapucería sus espirales en torno a la torre. Con cada vuelta deshacían el proyecto de paseo, la merienda lejana, la visita. El niño las ve con furia desde su balcón y llora. Mira: las auras, las auras, nunca se van, lo suyo no es la libertad de los días iniciales, ni la saeta en el azul que las nubes empluman, sino permanecer quietas en los ralos pináculos del templo y manchar en torno suyo con blanco y blanco las grandes acumulaciones blancas que dejaron otras. Genealogía del no: no saber, no hacer, no tolerar esperanzas. Solo felices ante el chubasco que pudrirá un poco más la ciudad, comienzan entonces su danza con el diseño que les ha regalado el padre Caos. Quizá no mueren, ni guardan cosa alguna dentro de sus tristes calvas. Solo fieles a su negación, deshacen, siglo tras siglo, los proyectos ajenos. Desde cualquier punto del mundo puedo adivinar sus vuelos alrededor de la torre indefensa. Tanto sueño perdido. Tantas lágrimas. Las auras, las auras.



ESCUCHANDO LA REINA DE CHIPRE DE ESPADERO

¿Dónde está Cuba en esa danza?
¿Será en el aire trivial, como de alameda,
o en ese tempo previsible
que impide toda conjetura o sobresalto?
Martí prefirió descubrirla en el movimiento
nocturno de la hojas, en el rocío.
¿Dónde está? Cuba sin rostro
porque le han retirado los espejos,
cambiada mil veces por palabras,
por aire, por nada. Es esa imagen
que muestran los grabados o los libros de escuela,
o esa prohibida, rasgada, privada de todo,
sentada como Job entre las cenizas,
rascando su piel enferma con un trozo de revoque.
¿Dónde? Es el rostro que no queremos
encontrar en la calle, la palabra que amarga y divide,
el ladrillo que no está en columna alguna…
y la música sigue resonando como una maldición
en el hueco donde antes hubo un archipiélago,
una definición, un significado.
Cuba ¿qué será: flor, animal, fruto verde,
que ya no lo sabemos o quizá nunca lo supimos?
Persiste la danza, la sinrazón vuela,
prefiero recomenzar en más bajo tono:
Cuba está en la cocina,
preparando unas hierbas porque mi riñón
bate como un cobre colocado al fuego,
tiene las manos sucias, las uñas quebradas,
hace mucho que no sabe peinarse,
pero ella puede lograr cada día el milagro:
con una astilla de jabón mínima
imprime en las camisas de ayer
un perfume de almendras. Con una brizna de sol
sirve la mesa de más júbilo que platos,
cuando la fiebre me sobrepasa
pone en mis ojos pétalos de vicaria.
Fuera de estas puertas todos dicen
que no han visto a Cuba:
yo señalo sus zapatillas que no soportarán
otro otoño, su perpetuo dolor de cabeza,
las arrugas que no disimula
a pesar de la sonrisa cotidiana.
Por la noche, cuando cierro la verja,
sé que Cuba ha quedado
resguardada en la casa.
Leemos una oración por los viajeros,
otra muy especial por quienes han sido
devorados por la tristeza o por la noche
y cerramos los ojos, fingiendo no escuchar
la música que entra por la ventana:
es la otra, la de los crueles o los ingenuos
que quieren despertarnos con su danza tonta.



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Roberto Méndez Martínez (Camagüey, 1958) Poeta, ensayista y narrador. Doctor en Ciencias sobre Arte del Instituto Superior de Arte de La Habana. Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española. Consultor del Pontificio Consejo para la Cultura en la Santa Sede. Actualmente es director de la revista Palabra Nueva del Arzobispado de La Habana y profesor de Historia y Cultura Cubana de Instituto de Estudios Eclesiásticos “Padre Félix Varela”. Ha publicado alrededor de cuarenta libros en los géneros de poesía, novela, ensayo y crítica, entre los más recientes se encuentran: Cánticos para la luz de otro siglo (poesía). Ediciones Universal, Colección Espejo de Paciencia, Miami, 2011; Epístola para una sombra (poesía). Editorial Letras Cubanas, 2013 y Música nocturna para un hereje (novela). Editorial Unión, 2015.

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