El Sepia es el color del tiempo. Lo anterior puede ser una expresión abstracta, pero no lo es, el poemario de Ena Columbié Sepia (Editorial Betania, 2016) llega para confirmar esa realidad. Una lira sobre una piedra en la portada, es una evocación sutil de un pasado del que sólo quedan fragmentos, recuerdos. Adentrarse en las páginas del libro, es continuar ese viaje por una experiencia fotográfica que habla de un hábitat irrecuperable. Un domo con cúpula mutilada, tímidas yerbas que afloran del tejado, arquitectura señorial venida a menos.
Continuar ante los restos de una catedral que se desnuda y nos ofrece su armazón de desvestidos ladrillos; una impúdica visión del deterioro. Las cabillas en el techo son el vestigio de modernidad descabezada, como una corona que ha sucumbido al paso de los años.
Aparece el poema "Andante", donde los versos caen a borbotones como el agua de una cascada que arrastra piedras, lanza dardos, que aniquilan la calma:
...Pero la virtud no es sana/ expone a los seres al elogio/ yo soy un abedul que se descubre y descarna./ Mi rostro no es de bruma nunca lo fue/ ni cuando mi madre suplicante me pedía cordura/ Hija, ten cuidado que la tierra enferma. Tenía razón.
La autenticidad y la rebeldía confluyen entre los versos, su autora intenta escapar, refugiarse como una "bestia", de esa realidad que la circunda, la acosa "Son épocas sombrías que agobian y transforman la palabra, que no dejan espacio a la bondad ni a la purga de errores".
Inquietudes metafísicas conviven con experiencias cotidianas, y así llega el poema "Un alma", donde hace cercano el fatalismo ante lo inevitable, la muerte y la imposibilidad de la fe salvadora; "...y besamos los cadáveres de los que se nos van/ pero rechazamos su olor porque nos recuerdan/ que nuestro turno también está por llegar/ que seremos hedor carne podrida y fétida/ porque igual estamos hechos de tiempo/ y no podemos controlar los sentimientos".
Ena nos habla de bohemios que escuchan la música de su soledad, que crean su propio mundo entre los parques, donde el dolor es a veces una fiesta donde danzan los cuerpos y ella es una acróbata que se aleja para esculpir su propio lenguaje.
Otra fotografía en Sepia me guía hasta la segunda parte de los poemas, veo una puerta que ya no va a ningún sitio, que permanece y aparenta ser devorada por las piedras y el follaje, en otra veo "El Yunque" de Baracoa, con su imponente desamparo, desde los restos de un barco que flota aún sobre el oleaje. Ena rinde homenaje a los oficios venerados de su pueblo, donde un pescador regresa a la orilla trayendo al mar de asidero en cada viaje.
El regreso, esa constante en tanta literatura que evoca nuestra consciencia de isla que llevamos a cuestas, también llega de la mano de Ena Columbié, en una bella prosa que concluye con un apotegma inmejorable "No puedes volver mientras la tarde cante en negro. ¡Ahora ni hablar! Si volvieras el tiempo tal vez, pero sólo si volvieras el tiempo".
Llegamos a la fotografía "Fin del camino", y una escalera desciende al mar, las olas parecen embestirnos con furia, algo de misterio sombrío entre tanta vastedad.
Hay en este libro, ciertos poemas que estremecen como un golpe de palabras, un temperamento hecho cuerpo que sacude al intelecto con un grito visceral. Me atrevo a decir que es el mejor poemario de Ena Columbié que he leído hasta la fecha, que si recurriéramos a una analogía poética, como una inmensa tela monocromática, su color fuera el Sepia, pero las variaciones a nuestro tacto, llevarían de la suave placidez de la seda, hasta la intensidad frenética de un roce violento. Así ha sido la experiencia de leer Sepia, al menos para mí.
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