Wednesday, March 1, 2017

Principeños al rescate (por Carlos A. Peón-Casas)


Con tanto “inglés” como hoy tenemos pobladas las calles, como acaso diría un principeño de mediado el s. XVIII, si viera el ir y venir del turismo en la ciudad, sin dudarlo, se las estarían pensando en grande, aquellos nuestros ancestros, si los réditos de las tan célebres prácticas del comercio de rescate en la otrora villa, por la costas y caletas de antaño, les hubiera llegado hasta las mismísimas puertas de la prospera población dieciochesca, como llegan los réditos que dejan los innumerables visitantes foráneos que tardean por la ciudad, y hasta se toman una cerveza dispensada en un improvisado beergarten en la calle República, pagando en moneda dura, para claro beneficio del “barman”, la amarga lagger local, nuestra Tínima, para nada “Tímida”.

Lo cierto es que la historia local recoge muy bien aquellos sucesos donde los principeños de antaño, ya fueran los de la Torre, los Varona, los Bringues, Estradas, los Quesada, o los Agüero, eran ya señalados como los primordiales practicantes de aquellos tratos ilícitos con los ingleses de Jamaica, que ya para 1725, era en Puerto Príncipe, una práctica habitual.

En un añejo documento de época, firmado por el entonces capitán general, Martinez de la Vega, se daba referencia al Rey de lo intenso de tales prácticas:
se halla tan arraigado el comercio de ingleses, y los naturales tan viciados en el, que unos y otros concurren por el interés que se les sigue…los primeros con las armas y sus ropas, y los segundos con sus frutos y las armas a favor de aquellos(…) Los mismos alcaldes son los principales directores del comercio, pues aunque no dejan de promulgar bando a fin de que ninguno baje a la playa a contratar con las embarcaciones que llegan, subiste este cuidado interín que llega a la regalía que les acostumbran hacer y bajan ellos a celebrar el primer trato…
Ni las más celebradas matronas de la villa quedaban fuera de los tratos con los traficantes. Se da cuenta de dos sonados casos involucrado a dos encopetadas damas principeñas: doña Eugenia de Acasio, y Doña Manuela de Agüero y Zayas, la primera acusada del contrabando de valiosos géneros, “charreteras y botones de plata, sombreros y ropas extranjeras”, ocupados en la sastrería que regentaba un esclavo suyo. La segunda, por haberle sido ocupado en un ingenio de su propiedad en la costa sur: “en la hora intempestiva de la media para la una..de la madrugada telas y cuatro negros bozales” 

También no eran extrañas ciertas prácticas de los del Príncipe que clasificaban como actos de inteligencia pirática, como el acaecido allá por 1722, contra un bergantín de corsarios españoles, que habiendo interceptado un importante rescate de origen francés, fueron “entregados” por los del Príncipe en las manos de otros traficantes de nacionalidad holandesa con los que igualmente tenían tratos fraudulentos. Igual lo sigue contando la fuente ya citada, en 1725, se valieron “de extranjeros para quemaran un navío corsario en Manzanillo”.

Finalmente, los muy atrevidos y para nada insumisos principeños, la intentaron contra la tropa del capitán Diego Delgado, quien provenía de La Habana, fundados en previsiones que el gobernador de Santiago de Cuba, Juan del Hoyo Solorzano y Sotomayor, quien hubiera sido antes connotado corsario, hiciera, prohibiendo tales tropas habaneras en los predios gobernados por él. 

Tan alto llegó la humareda, que Juan Tomás de Issasi, teniente de oficial real, acusó en 1729 al Chantre Toribio de la Vandera, y al licenciado don Matheo Bringues, “quien dijo en cierta casa que si pretendieren mandar tropas a esta villa…ellos enviaría por tropas a Jamaica..tan cerca …que es travesía de una noche".

La cosa terminaría en tumulto contra el propio gobernador Hoyo, a quien mandaron cargado de cadenas al Morro, allá por 1729, en lo que fue una sublevación muy sonada de más de 800 hombres en aquel Príncipe, que ya no era para nada despreciable con un vecindario de más de 15.000 almas, 60 ingenios y 800 entre hatos, corrales, estancias y vegas . Pero esa es historia para otra ocasión.

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