Wednesday, March 22, 2017

Venturas y desventuras de un caminante acompañado (por Carlos A Peón-Casas)


Mi labor es simple. Soy un cicerone acompañante que muestra al visitante los entresijos de esta terra incognita, la otrora ciudad principeña con todos sus oropeles; que fue antaño no más que una aldehuela, y que devino ciudad en la creencia de un monarca absoluto, que jamás la visitó, y ante la petición, quizás desmesuradamente trasnochada, de unos vecinos devenidos nuevos ricos, en aquellos tiempos de mediterraneidad a todo trance.

Camino junto al turista de turno, de esos que saben que nos incluyen en su periplo, porque Cuba está de moda; que contrata mis servicios de guía, y con el emolumento que ya eroga a mi agencia contratadora, pretenderá poder aprehender, los misterios todavía irresolutos de estos parajes citadinos, tan lejanos a sus realidades geográficas originales; da igual si, San Francisco, Pittbusrgh, o Dresden; en unas tres horas de caminata, por unos dos o casi tres kilómetros de la geografía del Camagüey que fue.

El trabajo me es grato, y está regularmente bien remunerado. Con tres horas de caminata a veces a buen paso, gano muchísimo más, que lo que me reporta ser profesor de nivel superior, impartiendo un curso de literatura anglosajona o norteamericana, a estudiantes somnolientos que me oyen por simple obligación.

Los turistas que acompaño, por el contario se suman a este periplo por su propia voluntad, y pagan además por la compañía. Mayormente son personas de la tercer edad, gente de clase media para arriba, con suficientes recursos para permitirse el lujo de mi labor.

Lo demás, es entonces lo de menos, no importa si muchos veces el visitantes habla más que tú, porque lo que precisa es desahogar su espíritu; o simplemente, solo cabecee agradecido, y sonría amable, por tus explicaciones al paso, mientras obtura desaforadamente su cámara Nikon profesional, queriendo atrapar, hasta el aire de cada mínimo espacio recorrido.

Al final del trayecto, consumado el tiempo pactado, te estrecharán la mano en señal de despedida, y quizás con buena suerte, gratificaran tu esfuerzo con alguna dadiva extra, que agradecerás porque sabes que se traducirá de inmediato en cualquiera sea la necesidad más perentoria que sólo se consigue, a duras penas, en moneda dura, y que valga la redundancia….

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