Tuesday, May 30, 2017

Budapest y los hijos de Sión (por Rodolfo Martínez Sotomayor)

 

No es lo mismo escuchar o ver imágenes fílmicas del holocausto, que estar en los lugares históricos de los hechos. Ha valido la pena darse una buena caminata por Budapest, para encontrar la sinagoga más grande de Europa, ubicada en la calle Dohany. Y digo que no es lo mismo, ya que además de impresionar las dimensiones y la belleza de este templo, construido a la mitad del siglo XIX, provoca escalofríos ver fotografías de los cadáveres encontrados por los aliados al entrar, al final de la segunda guerra mundial. Seres humanos fallecidos por el frío y el hambre. Nos explica la guía que no es costumbre para los judíos los cementerios cerca del templo, pero en este caso se hizo una justificada excepción.


En el patio trasero, una escultura semejante a un sauce llorón, contiene otro memorial a los 400 000 mártires judíos húngaros, que fueron asesinados por los nazis, sus hojas llevan inscripciones con el nombre de las víctimas. La guía nos dice que uno de los donantes para aquella pieza fue el famoso actor Tony Curtis, descendiente de judíos húngaros y cuyo nombre de nacimiento fue Bernard Herschel Schwartzr.


Antes de marcharnos, Eva decide regresar al interior del templo para una fotografía, la excelencia en su decoración interior es una clara muestra de la importancia de la burguesía judía en la vida cultural y económica de Hungría en el siglo XIX, algo que nada importa cuando se antepone el fundamentalismo racial y el odio, al sentido común y la sensibilidad humana.


Bordeamos el parlamento en un largo recorrido y llegamos a un singular monumento, 60 pares de zapatos de hierro, en conmemoración a las víctimas fusiladas durante el holocausto junto al Danubio. Allí no solo fueron asesinados judíos, sino también a quienes intentaron protegerlos. Se les obligaba a descalzarse antes del disparo mortal que hacía caer sus cuerpos al río. Causa pavor imaginar ese momento cuando se ven las réplicas de zapatos de mujeres y niños. 


En la noche atravesamos el barrio judío y disfrutamos la vitalidad de sus calles, llegamos al Café Spinoza. Mary nos dice que Spinoza es su filósofo preferido, yo pienso en la grandeza espiritual de una nación que honra a escritores, poetas y artistas de todo tipo, colocando sus nombres en cada sitio. Unos adolescentes, eufóricos por su reciente graduación, cantan alegres y en ronda una tonada folklórica hebrea. Ferdinandy nos presenta al pianista Tibor Soós, quien se acerca a la mesa, hace chistes, tararea canciones en un perfecto español, una lengua que nos dice desconoce y al final nos pregunta lo que queremos escuchar. Tibor tiene una carrera impresionante, ha ofrecido conciertos en importantes capitales. Comienza con la música de Lizst, y concluye con la malagueña de Lecuona, en una magistral interpretación. Yo no puedo dejar de imaginar, después de un día tan intenso, cuanta belleza hubiese sido truncada en una noche como esta, con la entrada violenta de militares, en aquel sitio, en tiempos del holocausto. Despejo esos pensamientos para poder disfrutar una plena noche en Budapest.  


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Fotos/Eva M.  Vergara



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