La llegada, en los inicios de 1993, de Beniamino Stella como Nuncio en Cuba, coincidió con una gira “semi-nacional” que había organizado el entonces canciller Robertico Robaina con el “Cuerpo Diplomático” acreditado en La Habana. Mons. Stella se unió a la comitiva y por lo tanto aparecía su imagen en ese grupo en los noticieros de la Televisión Cubana.
Esto no agradó a los laicos de aquella época, por lo menos a los de Camagüey. En esos días el obispo de Camagüey, Mons. Adolfo Rodríguez -epd- (de quien debería hablarse y aprender mucho más) invitó al nuevo Nuncio a visitar Camagüey, y como parte de su estancia en la sabana agramontina, se organizó un encuentro con un grupo de laicos en la Casa Diocesana de La Merced.
Pues los enardecidos camagüeyanos empezaron a reclamar, sin mucha misericordia, el por qué el Nuncio había viajado junto al informal canciller, mientras el rebaño había sufrido tanto durante los años de la llamada revolución cubana. Mons. Stella no salía de su asombro al ver este gigantesco ataque y Mons. Adolfo en su defensa hizo una relación de lo que la Iglesia católica hacía en Cuba, de manera muy discreta, por tratar de mejorar entre otras cosas, la situación de atropello a los derechos humanos por parte del "gobierno revolucionario”.
Como parte de su relación se extendió en narrar los viajes realizados entre Palacio de Gobierno en Cuba, y La Casa Blanca (etc) en Washington para lograr la liberación de miles de presos políticos, así como las facilidades, permanentes, para viajar al exilio para los ex-presos políticos y sus familias. Siempre me ha llamado la atención que no se hable de esto, cuando se trata el tema.
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