Monday, May 1, 2017

Crónicas del lejano oriente (por el P. Alberto Reyes Pias)

 
 
Fotos/P. Alberto Reyes Pias
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Tiempos de Pascua

Ha llegado la Pascua, el tiempo que empieza cuando termina la Semana Santa y la vida traza línea y hace examen, y evalúa si la larga Cuaresma fue vivida a conciencia, y si, como resultante, la Semana Santa fue un recuerdo o un encuentro, una mirada a la historia sagrada o una experiencia del alma, que, de algún modo, en alguna arista, en mayor o menor medida, nos ha dejado diferentes y ha reconducido la brújula que nos guía hacia el encuentro con el Eterno.

Porque es aquí donde se decide, día a día, el sentido de nuestros pasos: en el examen de la vida; ese examen continuo, cotidiano, aparentemente anodino, pero que hace que cada persona se defina sin dar posibilidades al engaño: cada encuentro con alguien es un examen, cada mirada, cada gesto, cada respuesta; cada elección, cada decisión, cada opción diaria, es un examen. Y es en el examen de la vida donde la gente nos encuentra, tal como somos, y donde nosotros mismos, si sabemos mirar y estamos atentos, no encontramos.

La pobreza y los pobres 

En Maisí, la vida evalúa a través de los pobres.

Reconozco que mi visión sobre la pobreza y los pobres ha cambiado, sobre todo ante la experiencia de personas que han vivido y viven en situaciones de miseria, por momentos extrema y, peor aún, insuperable. He entendido que el problema de los pobres no es sólo carecer de lo necesario. La miseria es más que no tener que comer o con qué vestirse. La miseria engendra, para empezar, una falta terrible de horizontes, bloqueados por la urgencia de lo necesario, por la falta del pan nuestro de cada día.

El pobre, por no tener, no tiene ideas que lo ayuden a encontrar un camino definitivo de salida, no tiene relaciones que lo ayuden a alcanzar un escalón de arranque. A veces, ni siquiera sabe cómo pedir o qué pedir, no sabe determinar prioridades, y se pierde en la búsqueda de lo inmediato, porque, entre otras cosas, lo inmediato le urge.

La pobreza es algo más complicado de lo que yo pensaba. No es una simple situación carencial, sino que puede llegar a ser un sistema de vida, un mecanismo diabólico entre cuyos éxitos malsanos está el convencer a las personas de que, a la larga, su vida nunca será diferente, ni para ellos, ni para sus hijos. Y eso explica en parte esa ansia desmedida de ser ayudados, de intentar recibir todo lo posible, porque se han impregnado del síndrome de la escasez, y porque en realidad tampoco saben cuándo volverá a pasar sobre ellos el vuelo de un ángel providente.

La pobreza aborta los sueños. ¿Cómo puede desear el cielo el pájaro que no sabe que la inmensidad existe?, ¿cómo puede volar un pájaro que ha aprendido a ver el cielo como un imposible?, ¿cómo caminar hacia lo que el alma no ha acariciado, porque no se atreve a hacerlo? 

Sí, la pobreza es mucho más que carecer de medios materiales, es la ceguera del alma, es la limitación de la mente, es la ausencia de pasión por los amaneceres. 

Crónica de una tortura anunciada 

Y en medio de este mundo sencillo y pobre intentamos poner un poco de luz: la que viene del Dios que da vida a lo más profundo del alma; la que ilumina la mente y hace pensar; y la que se muestra ofreciendo la posibilidad de una vida más digna, porque cuando la vida se vuelve digna, se puebla de sueños, y los sueños permiten volar.

¡Ya hemos empezado a construir! ¡¡¡POR FIN!!! ¡Los primeros módulos habitacionales ya están en marcha!

No ha sido sencillo, no podía serlo, porque el comunismo sigue teniendo una máxima fija: “¿Por qué hacer fácil lo que puede ser difícil?”

La historia ha tenido muchos capítulos: validar los planos de los módulos, tramitar los permisos de construcción, perseguir encarnizadamente a la (única) persona en todo Maisí (28 276 habitantes y 2525 Km cuadrados) que puede facturar la arena y la piedra; conseguir el transporte para la arena y la piedra, sobre todo para las zonas intrincadas donde los caminos transcurren sobre rocas informes; gestionar los bloques, que en su mayoría han tenido que ser traídos desde el mismo Guantánamo; irse al monte a cortar la madera que sirva para hacer las tablas necesarias para fundir la zapata y las columnas y, luego, el techo de concreto; “resolver” el cemento y el acero; y encontrar albañiles que se ajusten a lo que queremos hacer.

Ha sido como una carrera de obstáculos, en medio de una continua vida pastoral que implica la atención semanal a 17 comunidades, a las que hay que garantizar en este momento su celebración o Misa y sus encuentros de catecumenado (en toda la parroquia hay más de 250 catecúmenos), la formación de un seminarista y etcéteras varios: repartir colchones en todos los pueblos, lidiando con la esperada miseria humana de “¿por qué a él sí y a mí no?”; seguir repartiendo ropa, artículos de aseo y, en algunas zonas, comida; elegir a quienes se les da sábanas y toallas, que son escasas; y atender con el mejor carácter posible personas de todo tipo y lugar que te dicen frases como: “yo necesito de todo”, o “deme lo que Dios le ponga en su corazón”; o a personas que vienen mostrando como hijos a los que son y a los que no son; o a los que ya se ha ayudado y vuelven con la esperanza de no ser reconocidos y te vuelven a hacer la historia que ya conoces; o a aquellos que les das un par de sábanas y luego los mandas a donde tenemos la ropa y cuando llegan le preguntan a la señora que los atiende: “¿y usted no tendrá alguna sabanita que me regale?”

Pero sea como fuere, y más allá de todo esto, el proyecto de los módulos ya está en marcha. Ya tenemos dos muy avanzados, mientras otros van arrancando, en la medida en que los materiales aparecen.

Además, hemos implementado una variante a los proyectos, que consiste en ayudar a familias que ya han construido sus casas de bloques, a ponerles un techo de concreto, para lo cual hemos tenido que construir dados y columnas a lo largo de toda la casa, porque aunque esas casas son de mampostería, no están preparadas para soportar el peso de una placa de concreto, porque ya eso se escapaba definitivamente de sus mejores sueños, era como el “aquí nunca voy a poder llegar”, y si ese era el punto de partida, no tenía sentido gastar materiales en unos cimientos y en unas columnas firmes, que ahora se han tenido que hacer porque de lo contrario se derrumbaría todo bajo el peso del concreto. En esta situación tenemos, en este momento, a cinco familias.

Por supuesto, ya se ha hecho vox populi que “la Iglesia está haciéndole habitaciones de concreto a la gente”, y ahora toca ir atendiendo a la procesión de gente que viene a “apuntarse”, y que luego de mostrarnos sus casas no comprenden por qué no se les incluye en el criterio de “mayor necesidad”.

Semana Santa

Ha sido mi primera experiencia de Semana Santa como párroco de 17 hermosos pueblos. Gracias a Dios, que es providente en extremo, vino un equipo formidable a ayudarme: desde Camagüey, La Habana, Guantánamo…, laicos, religiosas, incluso familia. Gracias a ellos, pude ubicar a uno o dos misioneros en cada pueblo para que se celebraran todos los oficios, mientras yo intentaba girar de un lado a otro a lo largo de los días.

Aun así, no pude girar todo lo que yo hubiese querido. En todos estos años que llevo de cura, era muy frecuente, casi tradicional, que justo antes de Semana Santa se me rompiera el carro. Durante mucho tiempo, eso fue para mí motivo de angustia, hasta que me di cuenta de que, rotura más o rotura menos, al final todo fluía, de un modo o de otro, y que era como si Dios me estuviera diciendo: “Está bien que prepares las cosas, pero no está en tu logística perfeccionista el éxito de la Semana Santa”.
Este año, unos días antes de la Semana Santa, el carro empezó con un ruido extraño y el chofer se me empezó a angustiar, pero yo, con toda la calma del mundo, le dije: “Mira, tú tranquilo, algo le pasará al carro pero todo saldrá bien”.

Y ahí fue cuando yo creo que Dios se convenció que yo, al fin, había aprendido la lección, pero en lugar de felicitarme por el aprendizaje parece que se dijo: “Muy bien, lección superada, ahora pasamos al siguiente capítulo”, y así, de la nada, por generación espontánea, me salió un hermoso forúnculo en la rodilla que me dejó cojo y poniéndome antibióticos en vena dos veces al día. Algo así como: “Ahora te toca aprender que aunque tú no estés en óptimas condiciones, las cosas también van a salir bien”.

Y así ha sido, entré cojeando el Domingo de Ramos, hice el lavatorio de los pies el Jueves Santo apoyando una sola rodilla, y terminé de ponerme los antibióticos el Sábado Santo, pero todo fluyó, y las comunidades están contentas, y hemos vivido la Pascua.

¡¡¡Felices Pascuas!!!

Desde este Maisí profundo, en mi nombre y en el de estas comunidades: ¡Felices Pascuas!, feliz “paso” de Dios por la vida de cada uno.

Caminamos, hacia el Dios de La Vida, mientras asumimos esta vida, que se va tejiendo día a día, pidiéndole a cada día el pan y el agua, la luz y las flores, amaneceres y horizontes.

 
 
 
 
 
 
 
Fotos/P. Alberto Reyes Pias
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