Fotos/Bernardo Dieguez
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Gracias a una amable llamada de Magaly Suárez, la directora del Florida Classical Ballet, pude enterarme de que tanto el sábado 3 como el domingo 4 de junio su esforzada compañía iba a ofrecer sendas galas en el Pompano Beach Performing Arts Center, llamada en la que además me pidió que llevara conmigo a la gran bailarina y maitre Sonia Calero; un verdadero privilegio, porque Sonia es una leyenda viviente de la danza a nivel mundial y una persona muy amable –nada engreída–, muy querida por mí.
Por razones de trabajo no pude asistir el sábado 3 de junio, pero el domingo 4 Sonia y yo arribamos desde temprano al Pompano Beach Performing Arts Center para corresponder a la grata invitación de Magaly, y la verdad es que el viaje desde Miami valió bien la pena.
El programa comenzó con el adagio del segundo acto del ballet El lago de los cisnes, con música de Chaikosvki y coreografía original de Marius Petipa, protagonizado por los bailarines estrellas Adiarys Almeida y Taras Domitro, quienes se apoderaron convincentemente de sus románticos personajes, cosa que cada vez se ve menos, además de cumplir con todo rigor con la coreografía.
Majísimo, el vibrante ballet del coreógrafo cubano Jorge García (uno de “los Diez de París”), con música de El cid, de Jules Massenet –un plato fuerte que bien pudiera servir de cierre para cualquier función de ballet– fue la segunda oferta de la noche, interpretado correctamente por los ocho bailarines participantes: Sophia Miklosovic, Devin Simon, Michelle Chaviano, Adié Richardson, Raisel Cruz, Ignacio Galíndez, Andy Souza y Jorge Alejandro Boza; cuatro parejas que con gran musicalidad y virtuosismo revivieron la deliciosa coreografía, donde Michelle Chaviano sobresalió por sus balances y su elegancia.
A continuación, Sophia Miklosovic y Andy Souza salieron a escena como Kitri y Basilio, para regalarnos el pas de deux del tercer acto del ballet Don Quijote, con coreografía de Marius Petipa y música de Ludwig Minkus. En el adagio, me agradó mucho la expresión facial de Sophia y su entrega al baile, sonriente y precisa, mientras que Andy fue un atento partenaire y salió airoso de la difícil prueba de las “agarradas” que lleva este adagio. En las variaciones, Andy “cumplió” con los saltos y giros de la coreografía –aunque en algunos terminó antes que la música– y Sophia con los reglamentarios fouettés, intercalados con pirouettes, pero no debió haberse desplazado del lugar.
Regresaron Adiarys Almeida y Taras Domitro con el impactante pas de deux del Cisne negro de El lago de los cisnes, coreografía de Marius Petipa y música de Chaikovski, del que solamente interpretaron el adagio debido a las dificultades del escenario; dueto en el que volvieron a brillar como los excelentes artistas que son.
Como cierre de la función, se escogió la suite del ballet La bayadera –con coreografía de Petipa y música de Minkus–, que resultó una apoteosis de buen gusto, elegancia, rigor y técnica, donde la compañía se ganó los más altos honores de la noche, al recrear ese mundo de brahmanes, rajás, guerreros y cazadores de tigres.
Antes de comentar el baile en sí, quiero destacar el buen gusto del vestuario, de verdadero lujo, que realzó el eficaz trabajo de Chloe Sherman, Raisel Cruz, Ignacio Galíndez, Andy Souza, Amanda Dernhy, Casey Franklin, Adié Richardson, Avery Tessmer, Corinne Jarvis, Casedy Daves, Dominique Morel y Chanty Max en el pas de action, con la muy agradable sorpresa de ver a Walter Gutiérrez bailando dentro del grupo –un bailarín que siempre se ha distinguido por su fuerza y su carisma–, así como de Jorge Alejandro Boza como el ídolo dorado, y del cuerpo de baile conformado por los alumnos de la escuela.
En general, felicito a toda la compañía de Magaly Suárez e Ibis Montoto por esta grata función, donde hasta las niñas demostraron un riguroso trabajo de ensayo y un gran acople.
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