La foto es bien sugerente. Muestra los destrozos, en un sitio antológico de la ciudad puertoprincipeña, de un ciclón de triste recordación en Cuba y en especial para los santacruceños: el de 1932, con el espeluznante ras de mar, que borró del mapa al entonces floreciente pueblo del sur de la provincia camagüeyana.
Pero el sitio devastado, el arbolado jardín del patio del otrora Hotel Camagüey, en la ciudad de los tinajones, y al que alude la foto, estaba bien distante del ojo del huracán, que sin embargo, se sintió con toda su fuerza en la ciudad agramontina.
El testimonio gráfico es altamente sugerente. Las palmas despenachadas, pero aún firmemente ancladas al suelo, los pocos árboles arrasados, el antes florecido jardín, con todo el verdor desaparecido ante el azote de los fuertes vientos, que sin dudas sobrepasaron la categoría de “plataneros”.
El amplio edificio del Hotel, luce empero sin mayores afectaciones, la sólida estructura de sus vetustos pero sólidos muros, resistieron bien los azotes de los elementos desatados en su furia ciclónica que se sintieron aquel día en la ciudad.
La desolación del bello “parque” como en su momento fue reconocido este antológico patio, suponemos duraría poco; luego del paso del siniestro el verdor volvería, y nuevos renuevos de las azotadas palmas, brotarían, y nuevas y sólidas ramas reverdecerían otra vez.
Así, ha perdurado hasta nosotros, y así es como como lo soñamos para toda posteridad. Ante el paso de los años, y los inevitables cambios de uno u otro signo en el decursar nuestro, sigue mostrando la pujanza de una naturaleza inclaudicable, que como el anhelo inmemorial de los que lo sueñan en distantes riberas, es la misma que lo dota y engrandece de un esplendor de singular prestancia a tantos años de distancia.
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