Entrevista tomada de La Liga, Revista de Arte y Literatura, de Camagüey
Empezaste tu carrera de bailarina en una compañía de ballet clásico y todo parece indicar que la terminarás en una de ballet contemporáneo. ¿Cuáles son las ventajas de este tránsito para tu formación?
Todo tiene un comienzo y todo tiene un final, eso es una ley de la vida. Nacemos crecemos y nos morimos, lo mismo pasa con la carrera, comienza pequeña, la vas viviendo, te vas familiarizando y llega un punto en que te sientes tan aferrado a ella que no sabes que vas a hacer cuando se termine. Es decir que terminamos, pero no terminamos. El final de todos es ser maestro, coreógrafo, pero dentro de la carrera. El que es realmente un profesional se apasiona por la carrera. En lo particular siempre me gustó innovar. No me gusta quedarme en una sola cosa, me gusta investigar, me gusta conocer. Siento que a mis cuarenta y un años me queda alguna adrenalina que no me permite quedarme cómoda. Los maestros que de niña fui teniendo me aportaron de forma sana, vuelvo y repito, ambiciones. Yo los escuchaba cómo hablaban: “No se pueden estancar, siempre tienen que pensar que uno tiene que dar un paso más en la vida, que mientras más experimentes, mejor” y esas son cosas que he ido incorporando y que he pensado, es verdad.
Primero, ocho años de carrera, pierdes tu infancia estudiando solo ballet, tu vida se convierte en ballet, luego llegas a una compañía y sin darte cuenta las mismas presiones de trabajo te van creando un tipo de exigencia en el que tú todos los días quieres hacer un poquito más. Cuando llegas al clímax y dices, bueno, ya me propuse de un cuerpo de baile llegar a un corifeo, de corifeo a solista, de solista… es decir, ir venciendo cada peldaño. Cuando tú llegas a ser una primera figura y llegas a realizar todo, a veces descubres que te falta algo y eso fue lo que pasó en mi caso, me quedó algo, me quedó algo por experimentar, mirar a danzas contemporáneas, mirar a compañías con otro tipo de movimiento. Me fascina el ballet, pero ya había dado todo como bailarina clásica. Es decir, mis sueños los realicé hasta dónde yo quería. Muchas han repetido una y otra vez esa temporada de Giselle, yo viví esos momentos, pero también sentí que ya quería otras cosas, quería probar cómo es una bailarina clásica dentro de un mundo contemporáneo, qué tan difícil puede ser. Y te digo algo: es dificilísimo, es el cambio de movimiento, y fíjate que el ballet trabaja líneas contemporáneas, neoclásicas, es decir que esas partes no se pierden, las compañías dominan esos elementos, esas líneas, pero en mi caso quería cerrar una página y vivir una nueva, no vivir momentos, un balletcito neoclásico, uno contemporáneo. No, así como me entregué de a lleno a la parte clásica, yo quería cerrar esa página que para mí fue muy grande y entregarme totalmente a una nueva línea, y es por eso que hoy estoy disfrutando. De la misma manera en que antes disfrutaba mi debut de Giselle, mi Coppelia, mi Quijote, así yo disfruto cada coreografía moderna o contemporánea. Me ha costado porque he vivido veintiuno años dentro de una línea totalmente clásica donde los movimientos del cuerpo y de los brazos son diferentes y he tenido que romper totalmente esa línea para irme directamente a otra.
Se habla de una libertad en la danza contemporánea, incluso algunos cultores de la misma relatan una especia de asfixia cuando entran a un salón de ballet, ¿Cómo vivió Siuchén esta libertad?
Yo en el momento que hacía los clásicos disfrutaba esas partes teatrales y también la tensión porque aun cuando tú estás bailando toda la parte del trabajo de punta debe ser muy limpio porque las personas tienen conocimiento de eso. A la hora de ejecutar cualquier paso técnico tienes que hacerlo con mesura, con cuidado, con limpieza y eso nunca debe fallar, es decir, siempre hay una tensión. ¿Qué me pasa en la línea contemporánea? Las puntas me ayudaron mucho al control, al equilibrio, entonces ahora me concentro más en la libertad, en la ruptura de movimiento y no pienso tanto en la parte técnica porque la zapatilla de punta, el trabajo de tantos años en la línea clásica me ayuda a que estas cosas salgan más espontáneas. Ya no pienso en que si el pie hay que sacarlo o hay que apretarlo porque ya él está incorporado en mi cuerpo, entonces me ayuda a disfrutar más la libertad de movimiento, a pensar en que cada movimiento salga con limpieza porque también está incorporado al cuerpo, entonces tengo más tiempo para disfrutar lo que estoy bailando. Es lo que yo siento. (Leer entrevista completa en La Liga, Revista de Arte y Literatura)
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