Independentismo del Siglo XXI,
posible hoja de ruta de los descolocados
posible hoja de ruta de los descolocados
por Manuel Vázquez Portal
para el blog Gaspar, El Lugareño
La visita oficial de Dimitri Medóev, amigo íntimo de Vladimir Putin, y ministro de facto de Exteriores de la república irredenta de Osetia del Sur a Cataluña, el 23 y 24 de octubre pasado, apenas cuatro días antes de que hoy, 27 de octubre, el parlamento catalán obtuviera la mayoría de votos para declarar la independencia, y el gobierno español aplicara el decreto 155 de la Constitución, reflotó en mí una vieja sospecha que punzaba cierta zona de mi suspicacia política.
Me duele presentir que el independentismo catalán no parece tan autóctono ni tan deslindado de la tendencia mundial a un nacionalismo atávico y pueril como quiere demostrase. Creo adivinar que en sus entresijos palpitan alianzas que sobrepasan las fronteras nacionales e intereses que van más allá del “bien común” de la población.
Me invade la inquietante sensación de que, tras bambalinas, se tejen hilos de una bien diseñada trama que involucra a potencias de tradición imperial, y que el mundo está abocado a una nueva lucha por su repartición.
Si la Segunda Guerra Mundial dejó como corolario la aparición de los dos bloques ideológicos que rigieron al mundo durante el Siglo XX, y que condujeron a una cruenta contienda por el poder a escala global, presenciamos desde ya nuevas batallas cuyos resultados se desconocen pero apuntan otra vez hacia el dominio total del mundo.
Desde las cocinas de oscuras potencias con un arraigado sentimiento imperial emanan aromas seductores para incautos caudillos locales que, con las bocas “hecha agua”, creen saborear de antemano el banquete para su espuria gula, sin siquiera suponer el precio que por ello pagarían sus pueblos.
Crear diez, veinte, cientos de tiranuelos, desmembrar las viejas naciones y convertirlas en un rebaño de “estaditos menesterosos” dispuestos a ser mayoría en cónclaves internacionales, parece ser la estrategia de los nuevos aspirantes a la regencia mundial.
La vieja cantinela de capitalismo/socialismo, izquierda/derecha como discurso alentador se ha tornado obsoleta para estos días. El derrengamiento del socialismo real significó un parteaguas que dejó una saga de descolgados ideológicos que mete miedo y que pugnan por recolocarse. Desde hace más de un cuarto de siglo estos descolocados han ensayado y urdido nuevas tácticas que van desde “los indignados” hasta los separatistas, pero siempre en función de su vieja estrategia.
Globalizar a la manera socialista se hizo imposible para sus propulsores. El fracaso económico y político del sistema fue escandaloso. Dejó sin asideros a los mercaderes de utopías. Pero crear muchos aliados dependientes -sin subvencionarlos, a la manera soviética, pero apoyándolos desde una penumbra financiera- crearía una nueva correlación de fuerza que a la larga sería mayoría.
Las viejas naciones consolidadas y con un alto grado de desarrollo, por supuesto, lo han advertido, y no se han quedado cruzadas de brazo. Frente al nacionalismo infantil que propugnan los descolocados, han acudido a un nacionalismo adulto y consciente para salvaguardarse. No es fortuito el Brexist de Londre ni el América firt de Washington. Saben que han de fortalecerse frentes a las turbulencias que se avecinan.
Moscú, que arrastra seculares ansias imperiales desde las épocas zarista y soviética, maniobra de manera sibilina, y en su enigmático juego tiende y dinamita puentes según sus conveniencias nunca expresadas abiertamente, coquetea con todas las tendencias pero no declara su amor a ninguna. Y ello es también una modalidad del nacionalismo adulto y consciente.
Es en los pobres países que se quedaron rezagados durante las confrontaciones del Siglo XX que ha de estarse alerta para no volver a equivocarse. América Latina podría ser el espejo de una realidad torpedeada por el fuego cruzado de doctrinas que les eran ajenas.
Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, países devastados económicamente por el empantanamiento de una política fracasada, pero hermanados por el medular compromiso ideológico de sus “líderes” pudieran ser el prototipo de “nación” al que aspiran hoy los descolocados. Naciones individualmente incapaces de alcanzar la prosperidad de sus pueblos, regidas por tiranuelos que controlen férreamente y priven de toda alternativa de cambio, y, que a su vez, unidos, sean un lastre para consensuar a nivel regional cualquier gestión que contravenga su agenda política.
De ahí mi inquietante sensación de sospecha ante el “independentismo” catalán. Me aterra pensar que Carles Puigdemont pudiera ser el paradigma de nuevos líderes en Europa a la usanza latinoamericana, y que la región tuviera un parto múltiple a lo Castro, Chávez, Ortega, Evo, y se hiciera imposible llegar a algún consenso político o económico con ellos.
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