Nota del blog. El texto que comparto forma parte del nuevo libro de Reinaldo García Ramos, titulado Una medida inexacta. Ensayos y comentarios (Editorial Verbum, 2017). Se presentará el jueves 19 de octubre a las 7. 30 p.m., en la librería Altamira (219 Miracle Mile, Coral Gables). La presentación estará a cargo de Liliam Moro y Rodolfo Martínez Sotomayor.
No hay mal que por bien no venga(1).
Homenaje a Serguei Urusevsky
por Reinaldo García Ramos
No hay mal que por bien no venga, y más vale tarde que nunca. El excepcional talento del fotógrafo soviético Serguei Urusevsky permaneció sumido durante 30 años en el olvido al que lo condenaron los políticos y los mediocres (que son casi lo mismo), pero desde 1995 ha comenzado a recibir reconocimientos crecientes, más que merecidos. Ese proceso de justicia empezó ese año, cuando los directores norteamericanos Francis Ford Coppola y Martin Scorsese descubrieron la obra maestra de Urusevsky: Soy Cuba, una coproducción cubano-soviética de 1964, dirigida por Mijail Kalatozov y filmada en La Habana y en otros sitios de la Isla entre 1962 y 1963 (sí, señor: ¡la filmación duró dos años!). El equipo Kalatozov-Urusevsky había ganado un premio en Cannes en 1958 con Cuando vuelan las cigüeñas, pero la cinta que ha dado fama mundial a sus nombres es Soy Cuba.
Coppola y Scorsese vieron por primera vez la película a mediados de los años 90, la publicaron en cinta de video en 1995 y la exhibieron en sitios destacados del movimiento de cine independiente de los Estados Unidos y del mundo, como el Festival Sundance. Los círculos serios del cine internacional se empezaron a pasar la noticia, y la fama de la película saltó de repente a Europa occidental, se volvió a exhibir en varios festivales, y poco a poco el asombro creció: era una cinta desproporcionada, hiperbólica como toda epopeya, actuada con un estilo rebuscado, no realista, con un mensaje político pasado de moda (expuesto en un tono melodramático más cercano a Eisenstein y al cine mudo que al cine dinámico y violento de fines del siglo XX); en suma, una obra descomunal que tenía una duración asombrosa para la época en que se estrenó (dos horas y 20 minutos). Sin embargo, todos descubrieron que se trataba de una película absolutamente hermosa, es más, deslumbrante en su hermosura. A nadie le quedó la menor duda de que estaban ante una obra imperecedera, magistral: un filme que superaba el tiempo y los esquemas del “mensaje” supuestamente histórico y revolucionario para proyectarse en la única dimensión que realmente tiene trascendencia en términos artísticos: la perfección estilística, la libertad para imaginar una forma de belleza y perpetuarla.
El “teque” politiquero de que está impregnado el guion (escrito en colaboración por el poeta ruso Eugueni Evstushenko y por el cineasta cubano Enrique Pineda Barnet) queda descartado hoy, casi diría que por definición: desde el principio de la proyección, el espectador actual lo pasa por alto, para deleitarse en cambio con la suntuosa sucesión de las imágenes, captadas por una cámara meticulosa y enloquecida a un tiempo, una cámara poética, enamorada de la luz cubana y de las formas y hechos que esa luz ilumina. Y todo eso fue la obra de Urusevsky, de nadie más que él.
En 2005, el director brasilero Vicente Ferraz estrenó un documental que terminó de colocar la película de Kalatozov-Urusevsky en el panteón de las obras capitales del cine del siglo XX: El mamut siberiano, un largometraje incisivo y delicado sobre la realización de Soy Cuba y los obstáculos con que la cinta tropezó. Kalatozov había muerto en 1973 y Urusevsky un año después, pero Ferraz logra entrevistar a varios técnicos rusos que participaron en la filmación de Soy Cuba y a algunos de los actores y camarógrafos cubanos y personal de apoyo que vivieron aquella experiencia, incluso a Pineda Barnet. La cámara del brasilero capta sutilmente el contraste entre La Habana de los años 62 y 63 (que aparece en Soy Cuba) y La Habana que él visita a mediados de los años 90. Pero también, muchas otras cosas más: la desilusión que impera actualmente en la población de la Isla, la ausencia de la vitalidad que resalta en las vistas de Urusevsky. Además, destaca el contraste entre las primeras entrevistas de los cubanos, en que estos no saben que la película ha sido reconocida internacionalmente como una obra maestra, y las ulteriores, en que él les entrega copias del video difundido por Scorsese y Coppola. En las primeras conversaciones se nota a las claras la cautela, la voluntad de mantenerse dentro de la posición oficial cubana al respecto; en las charlas posteriores, todos se quedan asombrados, se dan cuenta de que estaban “fuera de onda”, y modifican lo mejor que pueden las frases condenatorias que habían dicho antes contra Kalatozov y sobre todo contra Urusevsky.
Y es que, como Ferraz expone debidamente en su cinta, Soy Cuba en su momento no gustó, ni en los círculos de poder de La Habana, ni en los de Moscú: se exhibió sólo una semana en ambas capitales, y el diario Granma, órgano del gobierno castrista, condenó el estilo de Kalatozov-Urusevsky en un furibundo artículo titulado, nada menos, “No soy Cuba”; y otro artículo de la prensa cubana se tituló: “Urusevsky baila el twist”. En Moscú, los críticos oficiales condenaron la película por retratar una ciudad como La Habana, en que el modo de vida norteamericano estaba aún vigente, con su despliegue de sensualidad nocturna, autos de último modelo, hoteles lujosos y relativa abundancia económica, con gentes bien vestidas y con comida (hay una escena inolvidable, en que filman un concurso de belleza en la piscina del Hotel Capri, por ejemplo). En Moscú, no se habló más de la obra. En La Habana, los dirigentes del cine (por decisión de Alfredo Guevara) engavetaron la película. En la cinta de Ferraz, Guevara incluso llega a decir que Soy Cuba no es más que una “curiosidad arqueológica”.
Pero el señor Guevara, desde luego, se equivoca; no sólo porque la película de Kalatozov-Urusevsky está ya reconocida en todo el mundo como una obra maestra. Señor Guevara: ningún fotógrafo cubano ha logrado captar jamás la atmósfera asfixiante de un cañaveral de la Isla como lo hace Urusevsky en el segundo cuento de la cinta, y el propio cine realizado posteriormente en Cuba asimiló y llevó adelante las búsquedas y los enfoques que el ruso supo descubrir para filmar la realidad de los cubanos (Ferraz señala estas huellas en varias cintas conocidas de Humberto Solás y Tomás Gutiérrez Alea, entre otros). Urusevsky, que en sus ratos libres era además pintor, seguramente conocía las obras de algunos de los grandes artistas del paisajismo cubano (creadores como Carlos Enríquez, Víctor Manuel y otros): sus tomas del campo cubano no son, desde luego, realistas; son interpretaciones intuitivas de la médula espiritual del medio geográfico, del mismo modo que los cuadros de esos pintores no iban a la superficie, sino a la esencia del entorno. Gracias a eso, logró filmar la naturaleza cubana como nadie lo ha hecho hasta ahora. Ferraz no deja de apuntar los extremos a los que Urusevsky llegó a someter al equipo de filmación para lograr sus objetivos: esperar todo un día a que el cielo se nublara para filmar una breve escena de exteriores; modificar el curso de una pequeña catarata para poder filmar desde detrás del agua; encargar a Moscú un negativo especial, altamente sensible a los rayos infrarrojos (una película que sólo estaban autorizados a utilizar entonces el ejército soviético en sus operaciones de espionaje y los astrofísicos que querían retratar la cara invisible de la Luna). Alguien cuenta en el documental que Urusevsky a menudo se vendaba los ojos antes de filmar y permanecía así durante largo rato, para que se le dilataran las pupilas y él pudiera captar como quería el paisaje cubano. Gracias a eso, hoy podemos estremecernos ante las imágenes alucinantes, pero verosímiles y genuinas, que él captó en Cuba a principios de los años 60.
Creo que es Pineda Barnet quien, al final del documental de Ferraz, dice las palabras concluyentes:
Se van a olvidar los gobernantes que estaban en aquellos años en el poder, y se van a recordar las obras de arte, que son las que van a quedar.
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1. Texto escrito en junio de 2007, cuando el autor vio por primera vez la película Soy Cuba. Había permanecido inédito hasta ahora pero está incluido en el libro Una medida inexacta (ensayos y comentarios), que publicó recientemente la Editorial Verbum de Madrid y será presentado el próximo 19 de octubre a las 7:30 pm en la Librería Altamira de Coral Gables.
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Reinaldo García Ramos nació en Cuba y radica en Estados Unidos desde 1980. Hasta 2001 vivió en Nueva York y fue traductor en las Naciones Unidas. Integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Ha publicado, entre otros, los poemarios El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza en Murcia, España. Su novela testimonial Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel (2010) ha tenido tres reediciones. En Nuevo México salió hace poco su libro Espacio circular, que contiene una extensa entrevista y un conjunto de poemas recientes.
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