Saturday, October 28, 2017

(Palabra Nueva. Marzo 2009) Entrevista a Fernando Alonso

¿Cuáles son las mayores influencias de la escuela cubana de ballet?

Considero que hemos tomado elementos de todas, porque ciertas características se mezclan. La italiana se definía, entre otras cosas, por la rapidez de los pies; pero la francesa entrena igualmente esta habilidad de los entrechats. Las mujeres de la escuela francesa se definen por su elegancia y sensualidad, y eso lo incorporamos nosotros en la danza femenina. En 1957 Alicia y yo fuimos a Rusia. Ella causó gran impacto en este país por su modo de moverse. Allí me pidieron una clase magistral a puertas abiertas y yo acepté ofrecerla. Cuando entré al salón, ¡oye!, estaban todos los grandes maestros sentados con sus libretas de notas. Se me pusieron los pies fríos; pero les mostré cómo concebíamos las clases. Según me dijeron, les pareció muy interesante e incluso me solicitaron impartir otra. El viaje lo aprovechamos, como siempre hacíamos, para recoger particularidades de las demás escuelas , porque había muy buenas parejas de Francia e Inglaterra. Alicia representaba entonces a la escuela americana .

Las mayores influencias de la escuela inglesa se basan en nuestra relación con Anton Dolin y Antony Tudor. Los Ballets Rusos de Sergio de Diaghilev, que revolucionaron el arte danzario en el siglo XX, nos transmitieron sus influjos en la técnica y la creación coreográfica. Esto se produjo gracias a la experiencia de mi hermano Alberto en los Ballets Rusos de Montecarlo, herederos del legado de Diaghilev. De los americanos admirábamos el atletismo masculino. Las comedias musicales de Broadway también nos dejaron su huella en ciertas formas de expresión, y además, en Estados Unidos fuimos testigos del quehacer de George Balanchine, Agnes de Mille, Federick Ashton y el propio Antony Tudor, entre tantos otros, por crear allí nuevos estilos del ballet.

¿Cuáles fueron los principales aportes profesionales que le brindaron los años de trabajo en Camagüey?

La experiencia me hizo sentirme como el ave fénix resurgiendo de sus cenizas. Al salir del BNC en 1975 y dejar lo que había creado con semejante fervor, me sentí muy mal. Pero no podía seguir en La Habana porque la separación de Alicia y mía se había convertido en un rompimiento nacional. Ya teníamos demasiadas discordias, por tanto era mejor desligarnos profesionalmente. Sin embargo, mi fidelidad a esta carrera no se había agotado. En Camagüey me entregué con inmenso placer a la labor de reconstruir la compañía de ballet. Allí formé excelentes bailarines. Se trabajaba duro y a veces en condiciones muy difíciles. Cuando llegué no teníamos sede oficial, apenas disponíamos de un tabloncillo, y con trabajo y buenos resultados logramos autoabastecernos como nadie se imaginó: conseguimos disfrutar de una institución hermosa y confortable que cumplía con nuestras necesidades, dos grandes salones, talleres para decorados de escenografía, vestuario y zapatillas. Realizamos giras internacionales con muy buenas críticas y programábamos hasta ocho funciones mensuales para un público muy entusiasta en esa ciudad.

¿Cómo se desenvolvió usted dentro del movimiento cultural de esa provincia a su llegada y con el paso de los años?

Establecí muy buenas relaciones en la provincia. Todos nos ayudaron mucho, en particular la prensa y la dirección del Partido. Gracias a eso alcanzamos una independencia económica y artística el Ballet de Camagüey. Alrededor nuestro se movió parte de la intelectualidad local, artistas de la plástica y fotógrafos que graficaron la actividad danzaría. La televisión provincial fue parte de nuestra promoción y desempeñó un papel imprescindible para incrementar el interés del público por la programación balletística. El acompañamiento de orquesta, para mí, ha sido fundamental, y debo destacar la ayuda que me brindó en diferentes oportunidades Jorge Luis Betancourt, director de la Orquesta Sinfónica de Camagüey. Estoy muy agradecido del apoyo y comprensión que demostraron. (ver entrevista completa)

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