Notal del blog: Agradezco a Baltasar Santiago Martín y a la periodista Yolanda Ferrera Sosa que compartan con
los lectores, el presente texto incluido en el número de octubre 2017
de la revista CARITATE, dedicado al 50 aniversario del Ballet de
Camagüey y al cantante y compositor Lázaro Horta. La presentación será
el próximo jueves 26 de octubre de 2017 a las 8:00 p.m. en el Centro
Cultural Hispano de Miami (111 SW 5th Ave. Miami, Fl 33135)
Recuerdo a Vicentina de la Torre Recio menuda en el físico e incansable en el empeño de hacer extensiva la enseñanza del ballet y de fundar una compañía de esa manifestación en la ciudad cubana de Camagüey, donde nació el 19 de julio de 1926.
De procedencia humilde, su primer encuentro con el universo del arte en movimiento fue desde una de las ventanas de la Academia de Gilda Zaldívar, otra personalidad del terruño a quien tanto debe la disciplina. Desde allí quedó embelesada con aquellas niñas que trataban de tocar el cielo, empinándose en la punta de sus pies. Entonces ella desconocía que esa forma de danzar recibía el nombre de Ballet y que la peculiar vestimenta de aquellas personitas era conocida como “tutús”. Tampoco que su enseñanza se destinaba fundamentalmente a las familias económicamente acomodadas, clase a la cual ella no pertenecía. Pero solo sentía cómo lo observado cautivaba definitivamente su corazón.
La enseñanza de las artes en la ciudad de Camagüey cuenta con una tradición que se remonta a inicios del pasado siglo. Ya en 1936, existía la Academia de Ballet de Gilda Zaldívar, quien fue la primera cubana en mostrar esa expresión de la danza en espacios europeos.
“Cuando niña, yo pasaba por la acera de la Academia de Gilda y –desde la ventana– escuchaba la música y disfrutaba de aquello que me parecía mágico. Me encantaba ver a las muchachitas que realizaban aquella especie de baile para mí desconocido, en punta de pies y me imaginaba entre ellas” –me diría en la única entrevista que concediera ante un micrófono.
Vicentina se escabullía siempre de las entrevistas periodísticas y de las presentaciones en público, porque era sumamente tímida, extremadamente modesta y poseedora de una gran sencillez, características que no se reñían con la autoridad emanada de sus acciones.
La insistencia de aquella niña fructificó en la sensibilidad de Gilda, quien notó y apoyó aquella pasión poco común hacia la danza. Después –ayudada también por Gilda– vendría la beca para el Curso de Verano que impartía la Escuela de Ballet “Alicia Alonso”, en La Habana.
“Fueron sesiones inolvidables” –recordaba. “Me resultan imborrables las clases impartidas por Fernando y la magia que Alicia depositaba en cada movimiento. Eran encuentros de un nivel extraordinario y yo trataba de copiar, de incorporar sus contenidos hasta el más mínimo detalle Todo ello hacía crecer en mí el amor hacia el ballet. Si bien mis condiciones físicas no me permitían interpretar las obras, existía el ejemplo de Fernando y Alicia desde un magisterio llevado a cabo con elegancia, rigor, disciplina y aplicación. Entonces decidí seguir los pasos de su enseñanza en Camagüey, hacia donde regresé una vez cerrada la Escuela por el gobierno batistiano”.
Con muchos obstáculos por vencer, pudo más su apasionado proyecto de abrir una sede para la impartición de esa disciplina, propósito que conquistó el apoyo de conocidos y familiares. Así nació en su querida ciudad natal, la Academia “Vicentina de la Torre”, en 1957, cuyo carácter eminentemente popular permitía también la captación de alumnos en las Escuelas Públicas con vocación para la danza. Era el único requisito exigido, puesto que la enseñanza la brindaba gratuitamente.
Después de 1959, Vicentina sumó su Academia al nuevo proceso social que se generaba y que prohibía la impartición de clases privadas de cualquier índole, privilegio solo permitido al Estado Socialista Cubano, que multiplicó las Escuelas de Arte por todo el territorio nacional.
Devenida Escuela Municipal de Ballet, sin precedentes en la provincia, allí se continuaron formando quienes –en 1967–posibilitarían la primera función de la compañía danzaría, para cuya constitución Vicentina no escatimó cuanta gestión estuvo a su alcance. Podía vérsele incansable, recabando el concurso de gente sencilla y de funcionarios, de entusiastas y de no pocos escépticos ante el propósito de crear una compañía de ballet fuera de la capital cubana.
Era una duda razonable. Resultaba un proyecto sumamente ambicioso, que requería de muchos recursos materiales y humanos. No obstante, la cantera de bailarines, forjada por aquel magisterio consagrado, estaba garantizada. No importaba la ausencia de espacios para los necesarios ensayos. Se veía a la Maestra y a otras jóvenes profesoras forjadas por ella o egresadas de la Escuela habanera –muchas cumpliendo el Servicio Social de graduadas– en jornadas nocturnas agotadoras, acogidas por escenarios fruto de las gestiones personales de Vicentina.
Así de incansable, fue su hacer. Así de exitoso fue el resultado, que se materializó el 1ro de diciembre de 1967, en el Teatro Principal de la capital agramontina.
“Fue una noche inolvidable” –me aseguró. “Resultó la consumación de mis más anhelados sueños. El Ballet de Camagüey se presentaba por primera vez ante el público reunido en el querido coliseo de la calle de Padre Valencia con un programa concierto”.
Aquel espectáculo histórico incluyó fragmentos de La fille mal gardée, Las sílfides, y el pas de trois del primer acto de El lago de los cisnes.
“Resultó extraordinaria la recepción del programa concierto” –señaló Vicentina. “Era la primera vez que los lugareños amantes del ballet podían disfrutar de aquel regalo asumido por una compañía local que empezaba a dar sus primeros pasos. Me emocionó aquella acogida, con tantos aplausos, con aquel público puesto de pie, frenético de alegría y de agradecimiento. Son recuerdos indelebles que marcaron el comienzo del Ballet de Camagüey”.
La proverbial modestia de Vicentina obviaba que, gracias a ella, la apreciación de la difícil manifestación artística llegaba con sus propios protagonistas hasta la sociedad camagüeyana, tan exigente como culta. Logró a fuerza de voluntad y de no pocos escollos, fundar una agrupación que se convirtió en orgullo del territorio y de toda Cuba.
De titánica puede catalogarse aquella entrega absoluta a la consolidación del colectivo que dirigió por varios años. Podía vérsele siempre inmersa en los ensayos, en aspectos concernientes a las puestas en escena –como la materialización de las escenografías y la confección del vestuario que ella misma asumía y supervisaba en uno de los espacios de la Escuela de Arte–, acciones todas que compartía con la docencia. Era incansable su hacer, pues, para ella, el descanso resultaba una utopía.
Con justeza, cuando le pregunté la significación en su vida de la agrupación –ya consolidada a través de los años y dirigida entonces por Fernando Alonso– ella me contestó con voz entrecortada: “El Ballet de Camagüey es mi hijo”.
Este primogénito tan especial, a las puertas de su aniversario 50, heredó de su fundadora la capacidad para salir siempre adelante, su espíritu de lucha contra los numerosos contratiempos que ha soportado. Solo la muerte pudo doblegarla, aquel 13 de enero de 1995.
El BC ha sabido resistir penurias de todo tipo: el éxodo por contrataciones de sus integrantes y los traspiés derivados del celo pertinaz de Alicia Alonso, directora del Ballet Nacional de Cuba. Su divorcio de Fernando Alonso, quien contrajo matrimonio con la bella y muy talentosa integrante del elenco nacional, Aida Villoch –devenida por derecho propio primera figura de la compañía camagüeyana– resultó como una especie de castigo también para el conjunto, una vez que el prestigioso maestro asumiera su dirección en 1975.
Gracias a Fernando, el colectivo logró un gran desarrollo técnico y material, entre ellos lograr la hermosa sede donde actualmente radica –una casona denominada Villa Feliz–, además de la primera gira fuera de Cuba. No obstante, muchos y muy lamentables ejemplos pudieran citarse del empeño de Alicia por entorpecer el desarrollo y la proyección internacional del BC. Pero ese no es el objetivo del presente homenaje a Vicentina, a quien mucho hubiera entristecido esa lamentable realidad.
Dirigido actualmente por la maitre Regina María Balaguer –quien fue una de sus integrantes–, el Ballet de Camagüey sigue pleno y creativo contra viento y marea, con su cincuentena de componentes, cuya edad promedio no rebasa los 30 años. Numerosas giras nacionales y otras internacionales, no tan nutridas como bien debieran ser, avalan esa trayectoria de la cual se sienten orgullosos quienes coadyuvaron a su fértil derrotero.
El conjunto saluda estas cinco décadas de existencia con un extenso programa de estrenos y de presentaciones, dentro y fuera de Camagüey. Permanece con la utilidad de la virtud –al decir de José Martí– en el panorama cultural de Latinoamérica, de Cuba y de la provincia donde naciera, gracias a la consagración de aquella sencillísima mujer que jamás renunció a su ambicionado sueño. Y en tal realidad, Vicentina de la Torre Recio sigue siendo un preciado símbolo que todos en su seno siguen.
Sede del Ballet de Camagüey
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Clase de Ballet
en la Academia de las Artes Vicentina de la Torre
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