La fille mal gardeé
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El 1ro. de diciembre es un día inmortal para la cultura agramontina. Se trata del Ballet de Camagüey, compañía clásica que deslumbra con su arte en cada presentación. Aquella noche de invierno de 1967, Vicentina de la Torre no solo hizo realidad su sueño, sino el de todo un pueblo, hijo de una larga tradición en las tablas.
Manelyn Rodríguez González tuvo el privilegio de formar parte de ese grupo de jóvenes que provocó ovaciones en el Teatro Principal, en aquella función inaugural, protagonizada por un prestigioso elenco, y más tarde ayudó a consolidar la compañía junto a grandes maestros del ballet cubano como Joaquín Vanegas y Fernando Alonso.
—¿Siempre deseó ser bailarina?
—Cuando uno es un niño no sabe lo que quiere ser. En mi caso, tenía una vecinita que estaba en una escuela de ballet particular y nos enseñaba en la acera los ejercicios. Después salió una convocatoria en el periódico y mi abuela me llevó a hacer las pruebas. Me escogieron y empecé a estudiar ballet. Eso fue en el año 1962, tenía diez años.
«Empecé en la Escuela de Ballet, que estaba en frente de la Clínica Dental de Pino Tres, en la calle Cisneros. Vicentina de la Torre fue mi primera maestra. Luego pasamos a donde estaba la Sociedad Española, en la misma calle. En el piso de abajo los viejitos jugaban dominó y arriba recibíamos las clases.
«Debido al ruido que hacíamos con las botas cuando tomábamos las lecciones de Carácter, nos trasladamos para la antigua academia privada de Vicentina antes del triunfo de la Revolución. Finalmente se fundó la Escuela de Arte que actualmente lleva su nombre porque en ese tiempo la Vocacional de Arte no existía.
«En la escuela se impartía ballet, música y artes plásticas, no había teatro todavía. La escolaridad debía hacerla allí también, pero como estaba un año por encima de la mayoría hice el preuniversitario en otro lugar. Las clases de ballet terminaban como a la una de la tarde y empezaba el pre media hora después. Eso me provocaba un sueño muy grande porque no me daba tiempo, tenía que salir casi corriendo del teatro. Me quedaba dormida pues el ejercicio me cansaba mucho. Tan es así, que ponché Matemática, que era en el primer turno.
«En mi quinto año de ballet, se hizo un movimiento con las muchachas más adelantadas y se creó el Ballet de Camagüey. En ese momento me gradué, era el año 1967. Como era menor de edad —tenía 15 años—, mi mamá asistió a la reunión que dio Vicentina anunciando la creación de la compañía. Le dijo que yo era una de las escogidas, pero debía autorizarme porque debía dejar mi vida como estudiante y convertirme en trabajadora. Inmediatamente mi mamá se viró y me dijo: “¿usted qué va a hacer?”. Y ya ves».
—¿Qué recuerda de aquella función inaugural?
—El programa incluía Las Sílfides, el pas de trois del primer acto de El lago de los cisnes, y La fille mal gardeé. En este último me sucedió un evento muy gracioso, pues esa coreografía incluía siete parejas de cuerpo de baile y teníamos solo dos muchachos, así que las más altas tuvimos que bailar de varón. Claro, en Las Sílfides sí bailé como mujer.
—¿Estuvo nerviosa ese día?
—El bailarín que no se ponga nervioso en el momento en que va a salir a bailar, no es bailarín. Es algo inherente a todo artista. Nunca he hablado con una persona que no se impresione en ese momento. Incluso puedes concentrarte, prepararte y saber bien lo que vas a hacer, pero los nervios siempre permanecen latentes. Cuando estás en escena es distinto pues te encuentras en el ambiente, en tu papel..., pero esa primera impresión, inevitablemente, da nervios.
—¿Cómo fueron los primeros años en el Ballet?
—Comenzamos las funciones, a salir mucho a los municipios, a viajar en las famosas guarandingas, que eran unos camiones que en la cama les situaban la parte de atrás de una guagua. En esos transportes íbamos a todos los lugares: campamentos cañeros, del EJT... Bailamos muchísimo en esa época, porque cuando se es joven no importa nada. (ver entrevista completa en Juventud Rebelde -2 de enero de 2010)
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