Wednesday, September 25, 2024

Hemingway en Matanzas (por Carlos A. Peón-Casas)


Es un hecho fácilmente contrastable, que el peso pesado de la literatura universal, como acaso Ernest Hemingway hubiera disfrutado ser reconocido, viajó poco por la geografía cubana, en las dos décadas de permanencia en su casa habanera de Finca Vigía.

Salvando sus no pocos bojeos por las costas de nuestro archipiélago a bordo de su entrañable Pilar, tocando tierra en algún que otro cayo, o alguna bahía acogedora (Nuevitas), en la década de los años 30’s, y su presencia otra vez, en los predios camagüeyanos del Central Santa Marta, propiedad de la familia de su amigo Mario García Menocal Jr. (Mayito), y de su paso cierto por la Ciudad de los Tinajones, en el año 1940(1), con motivo de aquel periplo que realizó por carretera, no hay otras evidencias de su presencia en otras ciudades o pueblos cubanos.

La de Matanzas, en el año 1957, es otra rara excepción, y sobre todo se sabe con exactitud, que no fue planeada, sino aconteció como una escala accidental en uno de sus tantos viajes de regreso de Europa por vía marítima, que normalmente terminaban en la ciudad de Nueva York, pero que el aquella ocasión lo acercó, como se verá, hasta la urbe matancera.

Leímos recientemente en la prensa cubana un reportaje(2), sobre el encuentro acaecido entre el Dios de Bronce de la Literatura norteamericana, al tomar tierra desde el lujoso trasatlántico Ile de France, en el puerto matancero, y una entonces muy joven poetisa local (Carilda Oliver Labra), comisionada por las autoridades para, entregarle a Hemingway una distinción local, y declararlo “Huésped de Honor de la Atenas de Cuba”(3), allí igualmente se nos dice equívocamente, por parte de uno de los testimoniantes del autor que:
(…) el Ile de France (…) se vio forzado a hacer escala en la espaciosa rada yumurina tras el intento sin éxito de entrar en la bahía habanera(4)
En realidad, lo que es rigurosa e históricamente cierto, según nos lo cuenta su esposa Mary Welsh(5), es que la llegada a Matanzas de Hemingway en febrero de aquel año 1957, obedecía a que a su regreso a Nueva York, a bordo del ya citado trasatlántico, procedente de Francia, luego de un largo periplo por España, había seguido viaje en aquel, que continuaba como un crucero por las islas del Caribe Occidental, y que a su vuelta habría de tocar, en último termino, el puerto de Matanzas, antes de regresar a Nueva York.

Con lo que es fácilmente deducible, que el puerto de La Habana, no estaba incluido en el recorrido, y Hemingway tenía que, por obligación, tomar tierra en la ciudad de Matanzas para de allí dirigirse hasta su residencia habanera. Mary no lo acompañaba pues, había desembarcado en Nueva York, y se había dirigido a Minnesota a visitar a su anciana madre.

La salud de Hemingway se resentía en ese minuto, y durante toda la travesía desde Paris, fue atendido a bordo por el doctor Jean Monnier, quien trató su creciente hipertensión y colesterinemia(6).

En aquel periplo por el Caribe, antes de desembarcar en Cuba, se hizo acompañar por su amigo George Brown, quien subió a bordo en Nueva York, y de quien la bien enterada biógrafa Mary V, Dearborn nos apunta que:
Presumiblemente la idea fuera que Brown le daría masajes a Hemingway, y lo pondría en forma en su viaje de regreso a casa. El empeño de Hemingway era conservarse saludable (…)(7)
Al desembarcar, Hemingway tuvo por acompañantes a Brown, junto al Dr. Monnier, quienes fueron sus huéspedes en Finca Vigía.


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  1. Cfr. Cercanías a un Hemingway camagüeyano. Carlos A. Peón Casas. En el blog Gaspar, El Lugareño.
  2. Cfr. El Encuentro entre Hemingway y Carilda. Ventura de Jesús. Granma. Miércoles 16, 2018. p. 11
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. “Desde Nueva York el Ile de France haría un crucero por las islas del Caribe Occidental- Martinica, Trinidad, Granada, terminando en Matanzas, Cuba-y Ernest decidió continuar a bordo…” En How it Was. Mary Welsh Hemingway. Futura Publications.London, 1978.p.443.
  6. Cfr. Ernest Hemingway. A Biography. Mary V. Dearborn. Alfred A Knopf. NY, 2017.
  7. Ibíd. p.580

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