En todo evento histórico los antecedentes deben de ser estudiados con rigor. Ello se debe a que al mirar cualquiera pedazo de la Historia, la impronta del hombre modela y rige el curso de los acontecimientos como en ningún otro quehacer de la actividad humana. Muchos son los matices que median entre lo más conocido y lo más oscuro de cada uno. Ante esa realidad, el testimonio indirecto de legajos y archivos, precisa de una arqueología del ser, a golpes de escobilla y rasqueta, para escudriñar las razones y circunstancias de todo proceder, su alcance y dimensión.
En este sentido, Puerto Príncipe ofrece un trozo de historia ingente en la concepción de la guerra del 95. Su extensa llanura era un corredor forzoso entre el oriente y el resto del país. Además, la peculiar sintonía de su gente, fundada en una práctica endogámica fortísima, aporta informaciones de primera mano sobre el antes y durante de la última guerra por la independencia. En consecuencia, el quehacer socio- económico, político, religioso y cultural, le imprimen carácter a una especie de etnología principeña que modela la región y su gente a nivel de toda la isla.
El presente estudio procura exponer los hechos a partir de las incertidumbres más allá de las conspiraciones y recelos inquietantes que marcaron el período finisecular del Príncipe. Como mucho, algo se ha agendado desde las etiquetas de zanjoneros o inmaculados(1) sin entrar en detalles. Con todo, el protagonismo de sujetos discutibles, a veces abordado con ligereza, produce cierto estremecimiento que la historiografía no suele tratar teniendo en cuenta sus implicaciones. A diferencia del resto de la isla, la histórica y legendaria villa, nos presenta a un individuo de pensamiento tan autónomo y enrevesado como los callejones de su ciudad.
Ante su mirada, la incapacidad del gobierno colonial para ocuparse o resolver los problemas más perentorios (salud, alimento, educación, empleo), junto a la hostilidad del bandolerismo que azota el territorio, hace que hacendados, comerciantes y lugareños, implementen medidas extremas para sobrevivir y progresar durante el período de interguerras.
En los años que sucedieron a La Grande, por ejemplo, la información geodésica manejada por las autoridades permanece intacta. Nada hizo el gobierno colonial por mejorar caminos, vías de comunicación o hacerse de nuevos planos topográficos. Sin embargo, muy a pesar de ese impasse, la región comienza a recuperar su brío de antaño. El azúcar y el ganado, lo mismo que otras pequeñas industrias y negocios, tienen que valerse del trabajo asalariado debido a la escasez de mano esclava.
Asimismo, por voluntad local, se reparan los tramos dañados del ferrocarril Puerto Príncipe-Nuevitas que conecta la capital regional con su puerto y en consecuencia con New York y Boston. De modo que todo el desarrollo de la comarca se debe exclusivamente a la ingeniosidad del principeño para implementar los proyectos socio- económicos del momento.
Ya entrado en los 90, Camagüey adquiere poder a través de un complejo financiero, industrial y ganadero que renueva el imperio patriarcal de la comarca. El beneficio real de la economía condiciona el modus vivendi del principeño, quien acelera su andadura entre empréstitos bancarios y las ventajas del capital para reedificar su vida. Ello motiva una emigración interna de la ciudad hacia las inmediaciones de los centrales y haciendas como única opción viable de un usufructo tangible. Ya no era cuestión de colonia o independencia, sino de comercio y prosperidad, sino de presente y futuro, aun sin importar la incongruencia entre el poder económico y la ausencia de poder político. Productividad y negocio definen la sociedad principeña del momento. A todas luces, el dinero supliría las prerrogativas políticas en el camino hacia el progreso.
De modo que al escuchar tambores de guerra, la región entra en un espiral de demencias que conduce, digámoslo así, al auto-linchamiento político-histórico de varios patricios. Tras más de una década, de apariencia reposada, se desata de repente una jauría de inseguridades. Y de aquel reposo a la turbulencia nada contiene las conspiraciones y traiciones de quienes llegan a urdir las intrigas más bajas del período finisecular cubano. Verbigracia, el tema del negro es sobredimensionado y el mismo negro reacciona, asiéndose a España ingenuamente, ante el temor de una guerra racial que lo condenaría irremediablemente a una miseria sin fin. Súmense también la delación del alijo de armas del 94(2) el bandolerismo dentro y fuera de la causa separatista y la campaña de la prensa autonomista versus independentistas, entre tantos eventos.
Martí —que nunca visitó Camagüey—, tuvo que lidiar con esa realidad y, alguna que otra vez, yerra por exceso de confianza en los viejos patricios principeños. Quizás, se debió a los muchos camagüeyanos que lo rodearon haciendo exilio, o a su conocimiento de la región —más histórica que legendaria—, o a su altruismo para sumar todas las voluntades a las cuestiones de patria. A su pensamiento se acercó gente honesta y sincera, jóvenes y mujeres, pero también una comparsa de patriófobos y racistas a quienes seducía el tema de la independencia solo mientras fuera desde la tribuna o no mediara la posibilidad real de algún evento que desestabilizara la prosperidad económica y la bonanza de que gozaban.
Del enigma a la praxis, Puerto Príncipe estuvo siempre en la mira del Apóstol, ya fuese por lazos filiales o propiamente por su historia que conocía tanto como para referirse en Patria, el 28 de enero de 1893, en los siguientes términos:
¡Ése sí es pueblo, el Camagüey! El sábado vienen todos, como un florín, a la ciudad, al baile y al concierto, y a ver a sus novias; y hay música y canto, y es liceo el pueblo entero, y la ciudad como una capital: ¡el lunes, a caballo todo el mundo, con el lazo a las ancas, a hacer quesos!" Así, admirado, decía ayer un criollo que viene de por allá, y sabe, por esta y otras raíces, que no todo es en Cuba papel sellado y mármol de escalera, hecho a que escriban en él y a que pisen en él; ¡sino tronco de árbol, y mozos que pueden partir un rifle contra la rodilla! (O.C. 5, 408)
De conjunto, esa imagen del Príncipe se da a través de la persona humana donde confluye todo lo bueno y, pronto, lo menos malo. Ahí está el tono de su epistolario que cambia radicalmente, a partir de 1894, respecto al criterio sobre los viejos patricios camagüeyanos y su actitud ante la inminencia de la guerra. Nada logra, en resumidas cuentas, tras los varios comisionados enviados al Príncipe sino el desprecio hacia lo que llamaron entonces la guerra de Martí.
Notas
1. El triste episodio del Zanjón [10-2-1878] fue el culmen de la desunión y el cansancio que plagó el ideal independentista. La ausencia de liderazgo político y una larga cola de rencillas, sediciones e indisciplinas, mediaban entre muchos de los que debían liderar la lucha. Los jefes militares de Camagüey facilitaron entonces que su región fuera el escenario para firmar una rendición que históricamente, aunque por no por criterio único, los acuñó con el execrable epíteto de zanjoneros. Asimismo, a quienes se mantuvieron distante o se abstuvieron de participar en dicho evento los exculparon llamándoles inmaculados.
2. Se trata de los 200 fusiles de caballería y 48,000 cápsulas, escondidas bajo los asientos de seis carros tranvías procedentes de Nueva York, que fueron ocupadas por las autoridades locales tras la delación de los principeños.
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Libros del autor
Lo de Puerto Príncipe. José Martí entre armas, bandidos y traidores (2018)
Los Versos libres de José Martí: notas de imágenes
José Martí: a la lumbre del zarzal
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En el blog
Detienen a mi amigo José; "Martí y el Camaguey" (por René J. Rivas)
A propósito de "El Diablo Cojuelo" (por José Raúl Vidal)
Martí con nosotros (por José Raúl Vidal)
El Homagno de Jose Martí: unas notas al margen (por José Raúl Vidal y Franco)
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