La foto puede resultar novedosa para muchos camagüeyanos, quienes sin embrago han circulado alguna vez por el sitio en algún tren presuroso por ganar la otrora ciudad principeña, o en sentido contrario camino al occidente del país.
Se trata de un puente de duro hierro, de muy corta luz, tendido sobre el río Tínima, que discurre hacia al suroeste con menguada corriente en tiempos de seca, y un poco más animado por las aguas primaverales.
Su construcción se hizo imprescindible para que el camino de hierro llegara a la ciudad agramontina allá por 1902. La instantánea recoge algún minuto de aquel suceso cuando la estructura ya estaba consolidada sobre sus sólidos cimientos y dejaba expedita la vía para los primeros convoyes que hicieron el recorrido provenientes de Santa Clara, con pasada por Camagüey y de camino a Santiago.
Allí está todavía el precitado viaducto. Tiene ya la edad provecta, pero la estructura resiste todavía el paso de uno que otro tren de carga, y de los muy pocos que hacen el servicio de pasajeros, que van y vienen de oriente a occidente y viceversa un día sí y otro tampoco…
La añeja estructura recuerda mejores tiempos cuando el flujo de mercaderías y pasajeros que provenientes de la ciudad le pasaban raudos por encima, sumaban más de cuarenta al día, sin contar los que venían en sentido contrario.
Alguna que otra vez he caminado con mis pequeños retoños hasta el sitio de marras, para que los pequeñines se entretengan tirando, desde los bordes del centenario pasadero alguna que otra china pelona a la menguada corriente. Muchos son los actuales citadinos que lo cruzan en una y otra dirección, para ganar los arrabales de la ciudad donde proliferan más de un barrio marginal a las orillas de la vía férrea, o para llegar un poco más lejos.
Allí sigue impertérrito el añoso puente de hierro. Los trenes siguen dando un pitido prolongado cuando lo cruzan, remedando el añejo aviso de su pronta entrada a la cercana estación camagüeyana.
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