Entre citaciones que iban y venían con indeterminada frecuencia se deslizó una algo diferente. Se trataba de pasar un examen médico. Mira que joden, pensé.
No me quedó más remedio y así me presenté una mañana en un policlínico que estaba por la calle República. Luego de entregar a mi llegada la consabida citación al miliciano de turno, insisto en lo de miliciano porque casi siempre los que se ocupaban de nosotros no eran militares, me senté en un banco a esperar a que me llamaran.
A mi lado se encontraba un tipo que parecía partirse de tan flaco que era. Yo que de gordo no tenía nada, me sentía como un Charles Atlas comparado con él. Se llamaba Manuel, tiempo después lo conocería con el apodo de “cucuta”. Cucuta era muy conversador.
- Ahora sí estamos jodidos, me dijo.
- Ná, es una citación como las otras, le repliqué.
- Coño, no joda, ahora sí que nos llevan.
- Ná, es una citación como las otras, le repliqué.
- Coño, no joda, ahora sí que nos llevan.
Cucuta era también muy expresivo y así era de flaco así tenía tremendo vozarrón. Su manera de hablar era populachera y franca, sin pelos en la lengua. Tuve que interrumpirlo porque creí haber escuchado mi apellido, pero no, habían llamado a un tal Ricardo Tozo
- ¿Tú eres de los Mozo de El Cambio?
- Sí.
- Mi viejo compraba billetes de lotería allí hasta que se jodió la cosa.
- Después fue cafetería.
- Sí, y buenos batidos que hacían, hasta que se jodió la cosa.
Cucuta repetía bien alto hasta que se jodió la cosa. Me caía bien su tono desafiante, sincero y sin miedo. Así la pasamos conversando de El Cambio y de la cafetería, fumando un cigarro tras otro. El Cambio, la billetería de mi abuelo, había sido muy conocida en una época. La conversación hizo más llevadera la espera hasta que lo llamaron y entró en un cubículo donde esperaba un médico. Luego de un rato de espera al fin me tocó mi turno.
El médico que me examinaría era alguien conocido sobre todo en la barriada de La Caridad. Era ya cincuentón y, como supe después, candidato al exilio. No olvido que en ese momento su trato no era el más profesional debido quizás a su frustración.
Siéntese, me dijo, como dándome una orden y señalándome una silla de metal. Me senté, debo reconocer con algo de miedo, para seguidamente hacerme preguntas sobre mi estado de salud.
- ¿Padece de tal cosa?
- No.
- ¿Enfermedades hereditarias?
- Ninguna.
Todo transcurría normalmente hasta que me pregunta.
- ¿Enfermedades venéreas?
- No.
- Usted ni siquiera sabe lo que es eso.
- Usted ni siquiera sabe lo que es eso.
Sorprendido, le respondí. Sí sé lo que es.
- No me diga, me dijo con sorna.
- Son enfermedades del aparato génito-urinario como la sífilis, la gonorrea…
No me dejó terminar la frase. Al fin alguien que sabe algo, me dijo, entre sorprendido y molesto. Luego siguió con otras preguntas hasta que me dio un papel diciéndome a la vez: vaya a tal puerta para que lo pesen y lo midan.
- ¿Es todo?
- Sí.
Aun teniendo su estetoscopio guindado al cuello, nunca me auscultó ni me tomó la presión. Tampoco me mandó a hacer análisis de algo, de lo que sí me alegré. Todo lo que hizo fue llenar un formulario basándose en las respuestas que le daba. Así de sencillo fue el examen médico, no en balde vería luego cosas inexplicables.
Pesarme y medirme no duró cinco minutos. Ya para irme me topé de nuevo con Cucuta. Esto se jodió, a prepararse porque nos llevan insistió entre preocupado y resignado para luego despedirse y seguir su rumbo. Cucuta se veía ya haciendo el servicio militar, yo seguía sin imaginarlo.
----------------------------------
Texte en français Cucuta
--------------
No comments:
Post a Comment