Nota del blog: Sección semanal a cargo de Víctor Mozo. Cada sábado comparte un texto, de lo que será un libro sobre sus vivencias durante los primeros años de la llamada "revolución cubana" y su cautiverio en los campos de trabajo forzado, conocidos como UMAP.
Los textos se pueden leer en este enlace.
Víctor Mozo, con sus condiscípulos seminaristas
y los sacerdotes profesores.
y los sacerdotes profesores.
Seminario San Basilio Magno
El Cobre, Santiago de Cuba
Año 1964 o 1965
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El Cobre, Santiago de Cuba
Año 1964 o 1965
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¿Cree en Dios?
Sí.
¿Religión?
Católica
¿Va a la iglesia?
Sí.
Letanías, pensarán los lectores. Eran las preguntas repetidas por el militar de turno que me entrevistaba en el comité militar. A veces era un miliciano, o al menos así vestía, a veces era otro con uniforme verde oliva.
Unos días después de haber cumplido dieciséis años en noviembre de 1965, salía yo del Seminario San Basilio Magno en el Cobre. Resonaba en mi mente la frase evangélica multi enim sunt vocati, pauci vero electi, "muchos son los llamados y pocos los escogidos". La vida sacerdotal no era para mí. Nacido y criado en un ambiente católico, pensé en algún momento que ese era el camino que me estaba trazado, no fue así.
No obstante, conservaba mi fe a pesar de lo convulso de esos años donde por un sí o por un no, te mandaban a la cárcel o te fusilaban, poco importaba la edad que tuvieras. Ir a la iglesia no era bien visto por las autoridades, ni tampoco por una parte del pueblo, que poco a poco se acomodaba en lo que fuera para salir adelante. Dicho en otras palabras, muchos ponían a Dios de lado e incluso lo renegaban, cuando no hacía mucho eran de misa y procesión.
Así entraba yo, exseminarista, católico de misa y comunión, polilla de sacristía, acólito, lector y miembro del coro de la catedral de Camagüey, en la categoría de los que había que reformar. Y como por las buenas no funcionaba, porque nadie me iba a hacer entrar en el redil revolucionario, venían a buscarme por las malas.
Un buen día, o malo, para ser honesto, empezaron a citarme en el comité militar situado en aquella época donde una vez estuvo el ayuntamiento en la calle Cisneros, cerquita de la Catedral que era mi parroquia.
Siempre luego de una larga espera, el entrevistador detrás de un escritorio lleno de expedientes de otros como yo, pensaba, me preguntaba siempre lo mismo, nombre, apellidos, dirección y la consabida letanía.
¿Cree en Dios?
Sí.
¿Religión?
Católica
¿Va a la iglesia?
Sí.
Según fuera el entrevistador así era su reacción, porque yo siempre respondía afirmativamente. Estaba el que llenaba el formulario sin más y también el que te provocaba diciendo una mala palabra tipo “pues yo me cago en Dios y en la Virgen”, bien gritado para que lo oyeran los presentes. Todo estaba así planificado para ver mi reacción. ¿Y cómo reaccionar ante una persona que tiene todo el poder en ese momento? Guardando silencio. Por muy hombre que me creía a mis dieciséis años, no tenía el valor de enfrentarlos, de gritarle lo que sentía por dentro. Decirles que era católico y a mucha honra. Era un ambiente raro que daba miedo y al que a la vez yo desafiaba, sin imaginar ni remotamente las consecuencias.
Estaba en capilla ardiente y no me daba cuenta. A esa edad pensaba en la aventura, en la osadía, en enamorarme, aunque a veces solo fuera del amor. No vivía preocupaciones que, sin querer, se las dejaba a mis padres. No veía ni siquiera el futuro inmediato. Mientras tanto, en algún lugar de Cuba algo se preparaba de manera metódica y fría, algo que sin lugar a dudas dejaría huellas.
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Texte en français CROIRE OU NE PAS CROIRE
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Ver en el blog: Dieciséis años (por Víctor Mozo)
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Para conocer quienes aparecen en la foto ver: Una foto con más historia que mil libros (por Lorenzo Ferrer)
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Para conocer quienes aparecen en la foto ver: Una foto con más historia que mil libros (por Lorenzo Ferrer)
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