Monday, October 29, 2018

Ana en sombras (por María Antonia Borroto)


“Que nadie se atreva a decir que nada ha dicho de nuevo; la disposición de las materias es nueva. Cuando se juega a la pelota, una misma pelota sirve para el juego de éste y de aquél; pero éste la coloca mejor”. Tales opiniones de Blas Pascal nos curan de antemano de esa fatua pretensión de juzgar las cosas usando como rasero su supuesta originalidad. La mención del juego también me parece admirable como metáfora de la creación. Al equipararla con el juego, no se ignora la seriedad de tal acto, más bien todo lo contrario: pocas personas lucen tan serias como los niños cuando juegan y hasta nosotros, adultos y sofisticados, nos concentramos como si en ello nos fuera la vida cuando ensayamos una inocente batalla en el tablero de ajedrez o nos ha salido mala una mano en la brisca.

Tales opiniones de Pascal también me vienen como anillo al dedo para intentar una aproximación al libro Ana en sombras, de Olga María Romero Mestas, volumen que a ratos parece autodevorarse: se trata de un ejercicio que toma en cuenta, junto a la fabulación, la reflexión sobre el propio acto de creación. Deviene, por tanto, un juego de espejos en que las historias se reflejan con las variaciones de las lentas cóncavas y convexas. Muchas veces olvidamos, en nuestros análisis sobre las relaciones entre el arte y la vida, que el arte deviene una realidad en ocasiones angustiosa, y que su reflejo de esa otra cosa que llamamos la realidad nunca es milimétrico. Esto que, parece una perogrullada, es esencial para entender el libro de Olga.

Si lo contado deviene realidad, debe existir, por tanto, una suerte de segundo plano —tal vez primero, según como se mire— donde examinar esa nueva entidad. Parece un juego de palabras, mas si el signo artístico es autorreflexivo, que no otra cosa quiere decir esa eterna paradoja que es la imposibilidad de apreciar por separado el contenido de la forma, una obra así concebida gana en artisticidad. Ya no se trata de convencernos de una ficción, sino de ensayar los propios mecanismos creadores de ficciones, innatos, en buena ley, y de los cuales solo podemos tener atisbos, nunca la certeza cabal. Porque el asunto siempre habrá de ser de fuerte raíz ontológica: definir nuestra esencia creadora, nuestro afán de perpetuación en una obra propia, es definir lo humano.

Por eso me entusiasma tanto el libro de Olga. Todos los que alguna vez hemos escrito algo que parece tener autonomía respecto a la vida, gustamos de pensar y hasta repensar las máscaras que disfrazan la vida y que, paradójicamente, nos la devuelven en un contacto más esencial. De eso se trata: no renunciar a ella, sino de llegarle por otras vías, por otras esencias.

El género epistolar, marginal si se quiere, deviene por tanto estrategia para una confesión de distinta naturaleza y para repensar los fragmentos propiamente narrativos. Pero si ello es así en la primera sección de Ana en sombras, la propia existencia de lo epistolar habrá de ser mirada luego con los instrumentos de la crítica literaria: no ya las menudas esquelas, tan típicas en las residencias estudiantiles y en la amistad, sino otras misivas que forman parte del patrimonio de la humanidad, bien por la excepcionalidad de sus corresponsales o de sus circunstancias: cartas privadas que, como bien dice la autora, forman parte de la urdimbre de la historia.

Olga puede imaginar sus probables respuestas. Se invierte el proceso, se completa la creación y el juego, expresión de una doble naturaleza, resulta perfecto. Imposta la voz y la actitud, se imagina en lugar del otro, es el otro por excelencia. Recuerdo haber escuchado la lectura de tales fragmentos. Aislados de su contexto —del círculo mágico del juego— no pasaban de ser un gesto risueño y una muestra de pericia literaria: es que su gracia radica precisamente en lo irreverente y al mismo tiempo respetuoso de esta doble mirada a lo epistolar. No pueden, por tanto, aislarse de estas, sus otras intenciones: no pueden desligarse del libro y su sentido.

Ana en sombras, por tanto, sugiere como ha de ser leído, cuál ha de ser nuestra actitud respecto a él. La autora es quizás más despótica aún que aquellos que fingen darle libertades al lector. Aquí nuestra única libertad es aceptar o no el juego, el descubrimiento de la imbricación de las historias y la existencia de otras voces que retoman y reinventan lo ya escrito.

Los cuentos breves me resultaron los más disfrutables por su admirable sentido de lo exacto. Todo es preciso, medido: son puras y simples narraciones, fábulas completas en sí mismas, sin comentarios apenas del narrador, que una vez más enfatizan que el menudo y sincero acto de contar pertenece a la esencia de lo humano.

Por eso saludo esta entrega de la Editorial Ácana, libro de gran sinceridad y fineza, de urdimbre precisa y armoniosa, culto y atrevido —como su autora—, que nos muestra que la escritura es siempre un devorarse a sí mismo y a la escritura, la propia y la de los otros.



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Ver textos anteriores de María Antonia Borroto, en el blog



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María Antonia Borroto Trujillo: Periodista. Dra. en Ciencias de la Comunicación. Autora de los libros La novia de MartíLectura en dos orillasImagen múltiple de la ciudad: tres cronistas miran La HabanaPalpitación de lo diario: un costumbrista llamado José Martí, Páginas volanderas, El escritor y la bibliotecaria y Julián del Casal: modernidad y periodismo (Mención Casa de las Américas en 2014.  Editorial Oriente, 2016).
Actualmente se desempeña como profesora en la Universidad de las Artes, ISA, filial Camagüey.

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